La culpa de la universidad, por Bernardino Herrera León
Debía seguir el artículo de la serie “Enemigos invisibles” de la libertad de expresión prometido. Tocaba el tema de la ideología. Pero, he estado siguiendo una polémica en las redes sociales acerca de la responsabilidad que las universidades tienen en el trágico desastre que sumerge a nuestra nación.
El tema de la universidad es una de mis preocupaciones, y por ello, deseo compartir con los amigos lectores de TalCual algunas ideas, por cierto, relacionado con la ideología, que retomaré, lo prometo, el próximo artículo.
Por historiador de profesión y oficio considero irrelevante debatir la culpabilidad de las universidades en esta calamitosa situación. Mi preocupación se concentra en el papel que ellas cumplen en el presente y el pasado inmediato. Allí donde sí estoy muy preocupado y muy decepcionado.
Innegable que nuestras universidades tienen pasado ideológico. Sucumbieron a la influencia del izquierdismo más infantil, por no decir mediocre, si es que hay algún izquierdismo que no lo sea en franca competencia con el derechismo, que considero términos tan obsoletos como inútiles hoy en día, y probablemente desde que fueran inventados por los franceses a fines del XVIII.
En mi época estudiantil, discutir sobre la vigencia o no del pensamiento marxista se consideraba una herejía. El fanatismo, característica intrínseca de las ideologías, reinaba. La opción de muchos estudiantes y profesores era callar, estudiar en silencio, abstenerse de opinar y sobrevivir para egresar sin conflictos. Personalmente, me negué a guardar silencio y pagué, por ello, ciertos costos. Pero sobreviví con orgullo. Y esa experiencia ha motivado dedicarme al tema de la universidad y la ideología, porque ambas son incompatibles y excluyentes.
La actualidad me preocupa por la injustificable ausencia de las universidades en el debate nacional. No es el caso, aclaro, de muchos de sus profesores, estudiantes y empleados, que de un modo individual arriesgan su integridad y hasta sus vidas por enfrentar la ideología totalitaria del chavismo. Pero como institución, las universidades han desertado del debate contra la narrativa ideológica que a lo a largo de lo que va de siglo XXI, han logrado imponer exitosamente los movimientos chavistas.
Al desertar del debate, las universidades han dejado de cumplir el más estelar rol que le es propio de sí, de su razón de ser
Se ha olvidado la vergüenza de haber sido, la UCV, sede de la Asamblea Nacional Constituyente, en el 2000, que redactó la quizás peor constitución, de las tantas que hemos tenido, por centralista, excesivamente presidencialista y con la eliminación del senado, anti federalista. De ese evento bien vale una revisión histórica. No para echar culpas, sino para comprender cómo pudo ocurrir.
Ocurrieron por supuesto pasajes de resistencia. El movimiento que desalojó la llamada “constituyente universitaria” que ocupó a la fuerza por varios días la sede del Consejo Universitario y el rectorado, en 2002, perpetrada por unos jóvenes fanáticos, apoyados por no menos fanáticos profesores, como el vicerrector Mariña entre otros, y financiados descaradamente por el gobierno de Hugo Chávez. Aquella toma fue derrotada por iniciativa de los profesores de a pie y por estudiantes, que se la jugaron contra la agresiva virulencia de jóvenes armados, amparados por la impunidad. También está pendiente la reflexión sobre esta amarga y desagradable experiencia, por cuanto no parece que hayamos aprendido de ella.
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Otros tragos amargos probó la UCV, sin chistar mucho. Nos fuimos acostumbrando y aceptando lo inaceptable. Fue violada enésimas veces, su recinto, su autonomía, sus profesores, sus estudiantes, su capacidad de producir conocimientos. Ninguna de estas transgresiones, escandalosamente tramadas desde el gobierno de Hugo Chávez, conocieron los tribunales internacionales, como sí lo lograran modestas ONG con casos similares, superando el ignominioso monopolio de los tribunales nacionales controlados por el chavismo.
Ostentar una de las mejores facultades de derecho del país no le ha servido a la UCV para defenderse de la barbarie. La ineptitud y/o falta de voluntad de sus autoridades es y sigue siendo deprimente.
No sólo han violado, agredido y burlado a las universidades. También le han arrebatado su patrimonio. El caso de la UCV es grave. La Zona Rental, su propiedad desde los tiempos de Simón Bolívar, fue arbitrariamente ocupada por el gobierno para convertirla en sede del despreciable y tenebroso Sebin, oscuro aparato represivo del régimen. Además, para instalar su fracasado experimento de supermercado, quebrado al poco tiempo. Poco o nada se ha escuchado de semejante transgresión. Esta valiosísima propiedad vegeta ahora sin uso, salvo como sede de esa especie de Rotunda gomecista que conocemos como la “Tumba”.
Saltándonos otros muchos casos, destaca el inadmisible silencio ante la suspensión de elecciones de autoridades universitarias. La excusa del chavismo fue buscar la democracia en las “universidades oligárquicas”. Esta pastosa manipulación de conceptos permitió a un dirigente sindical de los empleados aplaudir la nefasta medida, declarando con sonrisa que “los empleados tenemos derecho a elegir y a ser elegidos”, como advirtiendo que él podría ser rector. Tras breve escarceo, las autoridades echaron pronto tierra al tema.
La medida TSJ les dejaba indefinidamente en sus cargos. Nunca más se molestaron en querellarse ni de mantener vivo el recuerdo de ese imprescindible derecho. Desde entonces, las universidades han perdido gradualmente su democracia. Perdimos el derecho de renovar autoridades y representantes académicos. Gobierno chavista, por un lado, y autoridades tibias o silenciosas, por otro, han apagado gradualmente nuestra “mítica rebeldía” universitaria. A la luz de hoy, sólo se trataba de otro mito izquierdista.
Sometidas al acoso presupuestario y a las presiones ideológicas, el mantener indefinidamente a autoridades ineptas y desprestigiadas ha servido al régimen chavista de “material” para la intensa campaña negra que su aparato propagandista ha desplegado por años contra las universidades autónomas, mientras aupaba a las universidades fundadas en su “revolución”. Las autoridades “autónomas”, que ya no lo eran ni aún lo son, sirvieron de villanos de la propaganda sucia del régimen. Poco o nada se hizo para enfrentarlo.
El silencio, cómplice a todas luces, se ha justificado con el manido argumento de evitar ser intervenidos. Ni autoridades ni gremios han comprendido, aún, que la intervención directa de las universidades implicaba para el régimen un al alto precio en imagen pública.
La anulación presidencial de la disparatada “ley de educación universitaria” de diciembre de 2010 expuso este temor gubernamental en evidencia. Los universitarios suspiramos, pero tampoco hicimos nada para, acto seguido, retomar la iniciativa. Nadie se dignó en presentar una nueva ley ante la opositora Asamblea Nacional, en el 2016 como modelo opuesto al mediocre del chavismo.
Hoy, las universidades continúan ausentes de los grandes debates. Bostezan. Debates que debían y aún deben dar. Por ejemplo, los casos de manipulación de la historia, con retóricas como “4ta república”, “los 40 años de cúpulas podridas”, la demonización de la democracia representativa, el culto a Bolívar y el culto a Chávez y tantos más.
Debatir para desmontar los falsos relatos creados por el chavismo como la “guerra económica”, el mito de la “perrarina”, la “democratización de las universidades”. Las universidades siguen sin hacer nada para contrarrestar la campaña sucia que aún se mantiene en su contra. Aburren los descontextualizados discursos y consignas de graduación.
La ausencia de debates ha deprimido y promovido la diáspora universitaria. Ha incentivado una cultura de resignación. Nos conformamos con presupuestos deficitarios que las autoridades aprueban “bajo protesta”. La falta de democracia y renovación han envejecido las ideas y distanciado el liderazgo del resto de la comunidad y postergada la agenda del conocimiento.
De las tres últimas décadas, dos las ocupa la plaga ideológica del chavismo, como un fantasma del mito revolucionario de las décadas 70 y 80.
En este tiempo han ocurrido los cambios más extraordinarios en el campo del conocimiento que jamás haya experimentado la humanidad en toda su historia sobre el planeta. Pero ni las ideologías ni nuestras universidades se han enterado todavía
La culpa debe atribuirse el empeñoso éxito del chavismo en pervertir las instituciones universitarias, para convertirlas en despojos ideológicos, en cascarones vacíos, con burlas grotescas como el de engañar a sus trabajadores con bolsas de comida subsidiadas, las “BUS”, que nunca llegaron.
De la época de predominio izquierdista sólo queda la vergüenza de siniestros funcionarios gubernamentales, que han degenerado, como las FARC, en delincuentes y corruptos, sin escrúpulos. Una larga lista que aún no acabo de completar. Es verdad que las universidades se sacudieron un poco las ideologías sin estridencias, durante los 90. Pero aún no dan el paso de convertirse en las instituciones del conocimiento por excelencia. Ese salto está aún pendiente por hacer.