La década de paja, por Teodoro Petkoff
La década de plata que, según Chávez, habría de extenderse desde 1999 hasta 2009 —para entrar, siempre según el delirante de Sabaneta, en la de oro— está llegando a su fin en medio de un marcado deterioro de la República, rodeada, ahora, de un mar de incertidumbre y preocupación
por su futuro. Después de cuatro años consecutivos de crecimiento económico, en el Gobierno,
comenzando por su líder, se emborracharon con las cifras y nunca se pasearon por la calidad de ese crecimiento. Crecimos, sí, pero, ¿creábamos riqueza? Para nada.
Creció la economía por su mero impulso vegetativo, porque siempre creció cuando los precios del crudo nos han favorecido. Mas, todo el crecimiento se fundó sobre la expansión, desorganizada y totalmente carente de objetivos, del gasto público, alimentado por el crecimiento sideral de los precios del petróleo. Nunca hubo —ni hay— un plan indicativo de país; ninguna idea de cuáles sectores debían ser prioritarios en la aplicación de recursos económicos, ninguna idea de qué alianzas estratégicas debían ser establecidas para alcanzar los objetivos. Al contrario, los sectores económicos de todas las magnitudes, en la industria y la agricultura, han sido sometidos a un acoso tal que el desarrollo de las fuerzas productivas reales se estancó e, incluso, retrocedió.
Ahora, que a la gallina de los huevos de oro, el petróleo, parece que le entró moquillo, vamos a padecer, por enésima vez, pero con más fuerza que nunca, las consecuencias de nuestra estrecha dependencia del mercado petrolero mundial.
Pero, en esta oportunidad, por cuenta de un gobierno que se jactaba de que iba a superar la cortedad de miras de sus antecesores. Chávez ha despilfarrado la oportunidad de darle al país una base económica menos dependiente del oro negro, más creadora de empleo y de un tejido productivo mucho más denso.
Los programas sociales, las «misiones», han aliviado ciertamente la situación de las capas más pobres de la población, pero se han ido agotando en sí mismas al estar completamente desvinculadas de programas de desarrollo económico. Su propia sustentabilidad, al depender exclusivamente del ingreso petrolero, muestra ahora su precariedad. El décimo aniversario de la década de plata va a coger al gobierno frente a una marejada de reclamos populares motivada por falta de pago.
Por otro lado, los diez plateados años se cierran sufriendo el país los embates de un mayúsculo deslave institucional. Los poderes del Estado no sólo están confiscados y concentrados por Yo-El-Supremo sino que son ahora más ineficientes, están más burocratizados y son más corruptos que nunca antes en nuestra historia. En este particular, hemos retrocedido al siglo XIX, pero estamos peor que en tiempos de los Monagas. Aquí casi nada funciona como debe ser. De hecho, Hugo Chávez, cuyos jalabolas llegaron a proponerlo para el Nobel de la Paz, ganaría, sin embargo, con facilidad el de Química. Todo lo que ha tocado lo ha convertido en materia fecal.