La «democracia» continental, por Lidis Méndez
El atentado contra el candidato republicano y expresidente Donald Trump el 13 de julio de 2024 pone de manifiesto una vez más, la creciente polarización política en Estados Unidos y la fragilidad de la democracia real en el continente americano.
Eventos lamentables como el ataque al Capitolio en 2021, muestran cuán frágil puede ser el consenso democrático y cuán fuertes son los tentáculos de quienes verdaderamente detentan el poder. Los hechos políticos tienden a ser interpretados en los medios a través de las lentes partidistas, lo cual obviamente amplifica las divisiones y la comprensión de la realidad. El atentado contra Trump no es una excepción y, como tal, será utilizado por ambos lados del espectro político para reforzar sus narrativas y justificar sus venideras acciones. En tal sentido, le corresponderá a la sociedad norteamericana encontrar un terreno común y resolver los conflictos venideros de manera constructiva y oportuna.
Espero que ningún país del continente replique el infortunio de Venezuela, donde la mala praxis política y la polarización partidista impiden la estabilización del país y el consenso necesario para salir una crisis con repercusión a nivel continental.
Ciertamente, el ecosistema mediático en Estados Unidos facilita la proliferación de narrativas divergentes sobre casi cualquier tema, incluyendo por supuesto, el atentado contra Trump. La desconfianza en los medios de comunicación «mainstream», el auge de las teorías conspirativas y propaganda falsa, dificultan la capacidad del público para obtener información precisa y objetiva, motivo por el cual, la mayoría de la población se inclina a creer como válida, la retórica de las facciones políticas sin cuestionarla.
Estados Unidos ha alcanzado niveles significativos de polarización, con acusaciones de traición y deslegitimación del oponente, emulando el estilo venezolano. El atentado contra Trump podría llevar esta retórica a niveles aún más extremos, con consecuencias peligrosas para la cohesión social, ya afectada en varios estados por las políticas migratorias. La utilización del lenguaje de «guerra civil» y las acusaciones de conspiración y traición pueden deshumanizar a los oponentes políticos y justificar la violencia y/o ausencia de la debida seguridad y protección como mecanismos de respuesta «legítima», tendencia extremadamente preocupante para la salud de la democracia, no solo en Estados Unidos, sino en todo el continente.
En los últimos tres años, la confianza en instituciones democráticas clave, como el sistema electoral y el poder judicial, se califica como erosionada de cara a la opinión pública, precisamente por las demandas vinculadas a Trump, entre otros casos. El reciente atentado que, sin temor al señalamiento, puedo interpretar como un fracaso institucional, profundiza la desconfianza. Esa imagen de que los organismos de seguridad son incapaces de proteger a figuras políticas prominentes, debilita la fe del público en el sistema democrático en general.
Esta erosión de la confianza institucional es peligrosa (de eso somos testigos los venezolanos), ya que puede llevar a un rechazo parcial o generalizado de los dictámenes institucionales y por ende al aumento de la inestabilidad política.
Tanto republicanos como demócratas, podrían ver el atentado como una justificación para acciones más radicales en el futuro cercano, y el hecho de que el atacante sea un joven estadounidense complica aún más el debate público y profundiza la suspicacia de las investigaciones.
Espero, que el pueblo norteamericano tome en cuenta la experiencia del pueblo venezolano y rechace contundentemente la instrumentalización la polarización para reforzar narrativas de radicalización doméstica. Si queremos vivir en democracia, es necesario rechazar de forma contundente a las figuras políticas que alienten un ambiente de odio y violencia.
Las tensiones geopolíticas globales, pueden exacerbar las justificaciones sobre interferencia extranjera o amenazas externas que alienten una mentalidad de «nosotros contra ellos» (los iraníes, por ejemplo) en la política interna, intensificando la polarización y la paranoia antes de los comicios electorales. Menciono nuevamente a Venezuela, para recordar que en nuestro país se fabricaron una serie de tensiones internas y externas, para crear un ambiente volátil, a fin de justificar los «errores» de gobernanza, corrupción, perdida del territorio, de capital humano, fuga de capitales, crisis económica, crisis social, crisis migratoria, crisis alimentaria -la más grave de todas-, crisis de salud, educación y por supuesto la esclavitud salarial.
Lamentablemente, la violencia política es una amenaza significativa en las Américas del Siglo XXI, afecta tanto a países desarrollados, como a países en desarrollo. La polarización parece ser un factor contribuyente e importante para suplantar la falta de conocimiento, creatividad, originalidad y buenos oficios en el arte de gobernar.
Si a esto se le suma la conexión con el crimen organizado en algunas regiones, la salud de la democracia, está literalmente comprometida. Es importante coordinar verdaderos esfuerzos para abordar las causas subyacentes de la violencia política, la persecución y el abuso de poder. El fortalecimiento de las instituciones democráticas reposa en una línea muy delgada entre la libertad de los ciudadanos y los mecanismos de “control y seguridad” del Estado.
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El atentado contra Donald Trump, en el contexto de una polarización significativa, representa un desafío frontal para la estabilidad y cohesión de la democracia estadounidense y continental. La trayectoria actual de la política en EE.UU., combinada con el impacto significativo de este evento, sugiere que deben tomarse serias previsiones para subsanar la tendencia hacia la polarización extrema y enmendar una crisis democrática, que sin lugar a dudas afectará a todo el continente. Trascender estas circunstancias requerirá un liderazgo excepcional en todos los niveles del poder y de un compromiso renovado con los valores democráticos del pueblo estadounidense.
Lidis Méndez es politóloga.
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