La democracia necesita partidos políticos libres y novedosos, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Ahora que está en boga el uso y disponibilidad de tanta tecnología como aplicaciones que ayudan –supuestamente– a que tengamos la mejor selección, elegir una prenda de vestir, un vehículo, hasta una pareja y todo aquello que, pensamos, nos hace la vida más llevadera y evitándonos las antiguas molestias de incluir a un amigo o amiga, involucrar a nuestros padres, o parejas para nuestra elección. Todo lo vemos bajo la óptica del avance y la novedad. Verdaderamente, muchas cosas han cambiado y siguen en ese vertiginoso compás. Lo que quiere decir que aquello que no busca entrar en ese ritmo, luce anacrónico, poco creíble y como un riesgo que no deberíamos tomar.
Puesto que todo viene a una increíble velocidad, con sus adaptaciones, es de esperarse que las estructuras sociales deban estar en lo propio, es decir en movimiento. Sin embargo, para el caso de las organizaciones ejes de la democracia, como son los partidos políticos, existe la sensación –muy real– de que no lo hacen al mismo tenor. Ellos se encuentran en fase de dudas e incluso de rechazo por quienes piensan que en medio de las transformaciones ya no son necesarios. Apostando a su desaparición, al héroe u outsider, incluso a la montonera que se ocupe de vengar no sé qué cosa, sin medir las consecuencias.
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Es cierto que, durante mucho tiempo, algunos partidos políticos han servido de trinchera o muralla, para ocultar tantos desmanes y vicios. Pero no es menos cierto que también han sido y son la fortaleza y la ilusión para muchos, sobre todo para aquellos que buscan un cambio a lo interno de sus fronteras. A pesar de que la inercia y el pasado mantiene a algunos partidos en el rango de baja simpatía, son muchos otros los que están navegando e involucrándose en los cambios necesarios para ser garantía de que la esperanza, a veces la única, que se deposita en ellos sigue siendo la mejor de las alternativas para la promoción y consolidación de una verdadera democracia.
Tradicionalmente, los partidos políticos se han concebido como organizaciones que promueven la participación de la ciudadanía en lo relativo al funcionamiento de una democracia. Son estructuras comprometidas con todo lo relacionado a la actividad pública y en ellos se conciben filosofías, objetivos y visiones en el devenir de la vida civil y más allá, lo que en suma contribuye con el fortalecimiento de las estructuras e instituciones encargadas de sostener la libertad.
Por esos cambios y transformaciones sociales vistas con anterioridad, los partidos deben mantener una dinámica social, o política, que les permita conservar su vigencia. Con ello quiero decir, que los partidos también deberían evaluar –en serio– entrar en el proceso de esas metamorfosis producidas en cada una de las sociedades en las que se desenvuelven y más allá.
A estas alturas, no es suficiente con poseer una visión y misión centenaria y rígida, que no sea capaz de admitir las variables que se van motorizando en el resto de las estructuras sociales. Mucho más en los momentos por los que se transita actualmente lleno de globalidad, tecnología, nuevas derivaciones de los géneros tradicionalmente conocidos y sistemas de reconocimiento a la problemática ambiental.
Ciertamente, los partidos no están exentos de esas demandas sociales. Algunos las asumen y otros prefieren mantenerse encerrados en sus frágiles y longevas estructuras de pensamiento y acción, empeorando con eso la reconocida crisis por las que atraviesan, sobre todo la de la confianza de la gente.
En Latinoamérica, los casos son tanto o más preocupantes con respecto al resto del mundo. Por ejemplo, en la encuesta de opinión pública Latinoamericana, conocida como Latinobarómetro, observamos que los partidos políticos son las organizaciones que peor evaluación reciben.
Mucho de los que vimos en las estadísticas del informe de Latinobarómetro encuentra su responsabilidad en los liderazgos de los partidos que no han dado el paso al frente que se necesita. Y cuando se intenta algún cambio, llegan de nuevo al punto de partida y se concentran en asumir las actitudes y visiones de los que por mucho tiempo han estado detentando el poder dentro de ellos. Bien porque no hay un verdadero compromiso con las transformaciones, o bien porque hay un «mandamás» –que además es su dueño– que impone su viejo estilo. Ante esto, la mayoría de los ciudadanos percibe que no existe una propuesta de cambio, de adaptación a las dinámicas sociales y a las realidades que se imponen en estos tiempos.
La idea generalizada, y con razón, es que los líderes políticos se apertrechan e intentan mantener el mismo estatus de hace dos o tres décadas atrás o más allá –algunos desde la fundación– y no se involucran en los cambios que se requieren para la construcción de un nueva visión y acción en sus partidos.
Por todo ello, hoy vemos como individuos con perfil de caudillos del siglo XIX, se apoderan de muchos partidos de relevancia, incluso en democracias centenarias, empujando hacia atrás, hacia el conservadurismo más rancio y puro. Por las mencionadas debilidades de los partidos y la poca o inexistente capacidad para la renovación, los escenarios políticos son ocupados por esos medievales líderes, o peor aún por la calle y hasta para aquellos que se fajan en las Redes Sociales para ganar las simpatías.
Si los partidos políticos y sus dirigentes no son capaces de sostener una lectura real de estos tiempos por los que transita la sociedad en el mundo y despiertan ante la demanda de la novedad, dejarán abierto el camino para la improvisación política y peor aún, para los autócratas que se sostienen gracias a la falta de confianza y a la nula esperanza que la ciudadanía tiene hacia los partidos políticos.
Ninguna de las opciones, diferentes a la política que se genera desde los partidos políticos, y que hoy tratan de abrirse camino en el mundo de la política son las más aptas para el fortalecimiento y la consolidación de la democracia, porque el caudillo o autócrata coarta las libertades, la calle justifica el uso de la violencia y, como lo llaman ahora, el Tinder político, por su inexistente experticia, minimiza el poder de las instituciones. De allí que es oportuno recordar, incluso tener presente, que los partidos políticos libres de ataduras, internas y externas son la garantía de una democracia saludable.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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