La derrota y sus consecuencias prácticas, por Rafael Uzcátegui
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No es un secreto que nos encontramos en el peor momento de la representación política de quienes no somos afines al bolivarianismo desde que Hugo Chávez arribó por primera vez a la presidencia del país. Esta crisis tiene una explicación, sus razones, causas y consecuencias. Sin embargo, no todos están de acuerdo con la gravedad del momento, insistiendo en caminos que han demostrado su ineficacia como si la falta de resultados haya sido por no haber puesto el empeño suficiente.
Para poder hacer un diagnóstico a corazón abierto, sin soberbia y reconociendo tanto la paja propia como la que se encuentra en el ojo ajeno hay que reconocer que hemos sido vencidos en nuestros esfuerzos por promover un cambio político, social y económico en el país. No importa en que tendencia nos ubiquemos: ninguna ha logrado sumar los apoyos suficientes y tener el músculo necesario para darle vuelta a la dictadura y la emergencia humanitaria compleja.
Derrota es una fuerte palabra. No es fácil reconocer que nuestros esfuerzos han sido en vano. Como seres humanos uno intenta aferrarse a la esperanza e intentar ver lo que hay de lleno en el vaso vacío. Pero en este caso concreto hay que ser descarnadamente honesto y franco con el diagnóstico si queremos revertir, en algún momento en el corto plazo, la cuesta abajo en la rodada. En foros de discusión, donde ha salido el tema, hay quien ante el peso del verbo ha dicho que debe plantearse como “derrota con matices”, pero derrota al fin de cuentas. No solo por haber sido incapaces de alcanzar las metas, que en cualquier proceso de resistencia al autoritarismo puede suceder, sino porque como proceso de construcción de un movimiento por la democracia hoy todos estamos peleados con todos.
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Entender la derrota tiene una serie de consecuencias prácticas. No es, precisamente, la consigna más atractiva para redes sociales. Implica un profundo proceso de reflexión y rectificación. Y además, aventurarse por caminos por los que no se haya transitado aún, para conseguir otros resultados. Tampoco es partir desde cero, como algunos temen ante el declive del liderazgo de Juan Guaidó. Es razonar que nuestras herramientas han sido limitadas y que no conseguiremos nada insistiendo únicamente en ellas.
¿Es posible desde la derrota insistir en la posibilidad de una salida pacífica al conflicto? Definitivamente sí. Pero para ello habrá que reconstruir el campo democrático para que vuelva a ser una amenaza tan creíble como temible, que obligue al otro a sopesar las ventajas de un acuerdo. Pero en este preciso momento no solo no es posible, por nuestra debilidad, sino porque pudiera ser incluso hasta contraproducente.
Para Nicolás Maduro el año 2021 será de simulación, para evitar el avance de la posibilidad de una investigación concreta sobre Venezuela en la Corte Penal Internacional. Luego del 5 de enero la Asamblea Nacional con mayoría oficialista será el foro de las apariencias, para contener a estas instancias internacionales de protección a los derechos humanos con el mensaje que existe la voluntad y las condiciones para resolver a lo interno cualquier situación. Con una narrativa de paz —la de los sepulcros— y de la reconciliación, de victimarios impunes con víctimas indefensas, un acuerdo en estas circunstancias se parecerá más a un armisticio que al prometedor inicio de una transición
Algún día crecerán las amapolas en nuestros campos de Flandes, de eso estemos seguros. Para decirlo en los términos bélicos que aborrezco, ser derrotado en una batalla no significa perder la guerra. Y si hay quien le ponga matices a nuestra derrota, es cierto que la victoria oficial también debe entrecomillarse. Pero evitaremos el triste consuelo de profundizar en esto.
The winter is coming. Que se acabe el tiempo de las autoindulgencias y los delirios de la improvisación y del voluntarismo mágico. Que empiecen los tiempos de la verdadera política.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Coordinador General de Provea.
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