La difícil ruta electoral, por Simón García
Apartando la costumbre, instalada como automático reflejo condicionado, de atacar personas en vez de convencer con ideas, es indispensable el esfuerzo de explicarnos donde estamos y por dónde intentar nuevamente avanzar.
En la panorámica general uno puede observar que el gobierno logró inclinar la relación de fuerzas a su favor. Los hechos son tercos y rudos: Maduro sigue en Miraflores y a Guaidó se le impide sesionar en el Palacio Legislativo.
En el 20||9, la oposición dio importantes batallas y la solidaridad internacional le sumó algunos logros, pero hasta en el clima emocional vivimos este enero varios pasos atrás de las expectativas de hace un año cuando se llevó la apuesta de cambio hasta el cese de la usurpación. Una estrategia que se aplicó y falló.
Importantes dirigentes opositores; moderados o radicales, pero no extremistas, cedieron a lo que constituía una nueva versión de La salida. Un resumen, aumentado y sin corregir, de las versiones anteriores: ya el 23 de enero con la operación si o si se le quebraron las patas al caballo y el 30 de abril la soledad de una intentona militar mostró la magnitud del desacierto.
Las derrotas, cuando provienen de acciones que sustituyen la acción conectada a la mayoría, son catastróficas. Seguramente habrá voces que, a nombre de repetir intentos similares, disfrazarán el fracaso como un éxito.
Reiterar el error, favorecerá prolongar la acción destructiva de un régimen que sigue pasando factura a toda la población y se profundizará una crisis en el modelo que continúa invadiendo partes aún sanas del cuerpo social, tras el espejismo de los bodegones y los goteos de bienestar montados sobre la tragedia existencial de la mayoría.
No se puede ocultar: en el 2019 el régimen dio pasos en dirección inversa al aspirado rescate progresivo de la democracia. El gobierno aplicó el poder dual en el ámbito del parlamento y tendremos dos directivas, una de las cuales con apoyo social y de la comunidad internacional y otra respaldada por el aparato del Estado y avalada por el TSJ. La senda que pudo abrir una negociación fue sustituida por un envite frontal sin tener en las manos las cartas para ganar.
El avance de fondo del gobierno es que su cultura hegemónica, autoritaria y al margen de la Constitución se está infiltrado en sectores opositores que combaten la autocracia con una visión similar sobre el poder y en términos de criminalizar la disidencia, imponer exclusiones, prohibir acuerdos y convertir adversarios políticos en un enemigo que hay que exterminar.
Esta transferencia respecto al papel y los valores de la oposición mata el valor para ser una alternativa y capacidades para sumar fuerzas, diversas y hasta opuestas proyectualmente, a una labor que requiere de la unificación del país para resolver el desafío de generar cambios con estabilidad y resultados que incidan rápidamente en recuperar bienestar.
La puerta al fracaso del país hay que cerrarla. La llave de un desenlace pacífico está en ejercer democracia votando. El único terreno donde el régimen tiene que remontar el rechazo casi unánime de los venezolanos, incluyendo desacuerdos de sectores que todavía lo apoyan.