La difícil unidad, por Américo Martín
En la víspera del primer encuentro en el Alto Apure entre Bolívar y Páez, anticipado el reconocimiento por éste de la Jefatura del Libertador, mucho le rogaría Pedro Camejo-Negro Primero al caudillo llanero que no le hablara al nuevo Jefe de su desempeño en las hordas de Boves. Se supone que así se lo habría prometido José Antonio. Pero para sorpresa de Camejo, alentado por el efusivo encuentro entre los dos jefes, va el catire y lo llama a la presencia del ilustre visitante. El Negro se pondría blanco. Puedo imaginar la conversación.
- Este es uno de mis más valientes. Peleaba en las filas del asturiano Boves y ahora está con nosotros. Delante de él solo la cabeza de su caballo.
- Pero general… atinaría a balbucear el Negro.
- ¡Estupendo, venga un abrazo! cortaría campechanamente Bolívar.
El Negro esperaba reproches y encontró una amplia muestra de confianza. Bolívar, político excepcional, valoraba la enorme importancia de la unidad y de ganar lealtades para afrontar la colosal tarea que estaba emprendiendo. Por eso el tenaz caraqueño llegó a ser el principal líder de la emancipación hispanoamericana. Sin unidad habría muerto en algún lance heroico. Pero estaba motivado al logro, no al gesto.
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Cuando observó la hostilidad de algunos opositores a importantes figuras civiles y militares decepcionadas del chavo-madurismo, comprendo por qué no termina de configurarse la unidad plural, premisa para sellar el victorioso desenlace de la tragedia que oprime a Venezuela.
Luisa Ortega Díaz, por ejemplo, trabaja con ardor y eficacia admirables. No tiene miedo. No vacila. Se apoya en la AN –único poder que el mundo reconoce- y en el TSJ en el exilio, cuya legitimidad, como la de Luisa, es reconocida debido a que fueron designados por esa clave de la evolución democrática que es la institución presidida por el diputado Barboza.
- Y dime, Negro, inquiere Bolívar con afectuoso tono familiar: ¿por qué te uniste a Boves?
- Por unos aperos de plata. Pero me incorporé al ejército del Mayordomo (así llamaba al catire Páez) cuando me habló de la Patria.
Se justifica todo lo que pueda condenarse del pregonado socialismo siglo XXI y nos quedaremos cortos. Venezuela nunca había sido tan sepultada, tan agredida y saqueada como ahora. Pero admitamos que nada puede compararse con la maldad del terrible asturiano.
- Lo presentan como el diablo. Un historiador debe ser objetivo, le comenta una joven profesora al académico don Augusto Mijares.
- Es una injusticia, conviene el profesor Mijares, una injusticia con el diablo. Boves fue peor.
- ¿Peor que el diablo?
- Sin duda. Las crueldades de Satanás solo afectan a los pecadores y en distinto grado. No rebasan los límites marcados por la divinidad. Boves asesinaba hombres y mujeres, incluso realistas. En Valencia, a latigazo limpio hizo bailar el popular piquirico a las mujeres de la ciudad. Llorando, escuchaban el estruendo de lanzas y fusiles contra sus maridos e hijos. Al final fueron violadas y asesinadas ellas también. Era el diablo del diablo.
Bolívar no pasó recibo al nervioso Pedro Camejo. Su irrenunciable objetivo era derrotar a aquellos demonios y lograr la libertad de Venezuela. Atraer a la causa patriota fuertes luchadores del enemigo, era muy válido. Hoy contamos con “jueces de la verdad”. Condenan sin oírlos a los disidentes del madurismo. Tachan de traidores a opositores que acrecientan la unidad y atraen víctimas de una causa sin causa.
Una tendencia opositora respalda a Falcón. Está en su derecho. He explicado por qué prefiero la propuesta de la comunidad internacional-oposición en Santo Domingo, que aisló hasta la médula al gobierno. Eso no me autoriza a infamar a quien piense distinto. La sustancia de la política es esencial; no lo es menos la forma de presentarla. El declive del Poder abrirá la pista para salvar unidos a Venezuela.
Serenidad, cabeza fría, ganar aliados y restañar heridas del trato perverso. That’s the question.