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La doble vara: Palestina como Estado y los pactos con exterroristas, por Ángel Monagas



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La doble vara: Palestina como Estado y los pactos con exterroristas
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Opinión TalCual | septiembre 26, 2025

X: @AngelMonagas


Hay alguna diferencia entre aprobar a palestina como Estado y reconocer, entenderse Estados Unidos con Siria sobre todo que el personaje viene de ser terrorista de Alqaeda y su cabeza valía 10 millones de dólares.

Estamos en presencia de dos asuntos que parecen similares en apariencia —el reconocimiento diplomático de un Estado y el reconocimiento político de un régimen o líder con pasado violento o terrorista—, pero en realidad son cosas muy distintas tanto en el plano legal como en el político. Te desgloso:

  1. Aprobar a Palestina como Estado

Naturaleza: El reconocimiento de Palestina tiene que ver con el derecho internacional público, particularmente con la noción de autodeterminación de los pueblos y la existencia de un Estado con territorio, población y gobierno.

Debate:

A favor: Más de 140 países ya reconocen a Palestina como Estado miembro u observador en foros internacionales. Se argumenta que negar ese reconocimiento perpetúa un conflicto de décadas y una situación de ocupación.

En contra: EE.UU., Israel y algunos aliados consideran que reconocer a Palestina sin un acuerdo de paz previo es legitimar unilateralmente un Estado que no controla sus fronteras ni tiene plena soberanía.

Implicación: Es una discusión sobre soberanía y legalidad internacional, no sobre individuos concretos, sino sobre la existencia de una nación.

  1. Reconocer o negociar con un líder sirio vinculado al terrorismo

Naturaleza: Aquí ya no se trata de la existencia de un Estado (Siria ya es Estado reconocido por la ONU desde 1945), sino de con quién se negocia el poder dentro de ese Estado.

Ejemplo: EE.UU. en distintos momentos ha tenido que lidiar con líderes, facciones o figuras que en el pasado fueron terroristas, insurgentes o incluso tenían recompensas millonarias por su captura.

Realpolitik:

Si EE.UU. negocia con alguien con pasado terrorista, lo hace bajo la lógica de interés estratégico (estabilidad regional, petróleo, evitar influencia rusa/iraní, controlar flujos migratorios, etc.).

Eso no significa «legitimar» sus crímenes pasados, pero sí aceptar que ese actor tiene poder real sobre el terreno.

Diferencia clave: En este caso no es una cuestión de autodeterminación, sino de pragmatismo: aceptar un «socio incómodo» porque sin él no hay manera de garantizar estabilidad.

Preámbulo

  1. Comparación directa

Palestina: Se discute si tiene derecho a existir como Estado soberano y si debe ser reconocido por la comunidad internacional.
Siria y un exterrorista: No se discute la existencia del Estado sirio, sino la conveniencia política y moral de negociar con un líder cuestionado.

En síntesis: Reconocer a Palestina es una decisión jurídica-política global sobre soberanía nacional.

Entenderse con un exterrorista convertido en líder sirio es una decisión pragmática y coyuntural basada en intereses de poder, no en derecho internacional.

La doble vara: Palestina como Estado y los pactos con exterroristas

En política internacional, las palabras «reconocer» y «aprobar» no son meros tecnicismos diplomáticos: son armas de poder. Hoy se le niega a Palestina un asiento pleno en el concierto de naciones, mientras que en paralelo, Washington no tiene reparos en tender puentes con líderes cuya trayectoria huele a pólvora, sangre y dólares de recompensa. La incoherencia es tan obvia que insulta.

Por un lado, se debate hasta el cansancio si Palestina reúne las condiciones para ser Estado. Como si más de siete décadas de ocupación, desplazamientos y resistencia no bastaran para entender que allí hay un pueblo con identidad, territorio y aspiración de soberanía. La «condición palestina» se convierte en un expediente eterno, archivado en el cajón de la geopolítica con la excusa de que el reconocimiento debe esperar a un acuerdo que nunca llega.

Por otro lado, basta con mirar a Siria para advertir el cinismo. Estados Unidos, el gran guardián autoproclamado de la legalidad internacional, no titubea en acercarse a actores que ayer mismo eran catalogados como terroristas. Figuras que tuvieron precio por su cabeza, fichas rojas de la Interpol, recompensas millonarias en efectivo. Hoy se sientan en la mesa como si el pasado se borrará con un apretón de manos. La realpolitik convierte a los «enemigos de la civilización» en «socios necesarios» de la estabilidad regional.

La diferencia es brutal: a Palestina se le exige pureza institucional imposible en medio de una ocupación, mientras a un excombatiente de Al Qaeda se le concede la gracia de la reinvención política. El mensaje es claro: la legitimidad no depende de los pueblos ni de la justicia, sino del poder que ostentan en el tablero.

La pregunta incómoda es inevitable: ¿cómo justificar que se trate con indulgencia a quien hizo del terror su bandera, y se niegue reconocimiento a un pueblo entero que busca existir? La respuesta está en la conveniencia. Palestina no ofrece petróleo, bases militares ni la llave de rutas estratégicas. Siria, en cambio, es pieza en el ajedrez de Medio Oriente, donde el miedo a Rusia e Irán pesa más que los expedientes criminales de sus nuevos interlocutores.

*Lea también: La esperanza en una maleta, por Luis Ernesto Aparicio M.

El doble rasero desnuda a la diplomacia occidental: se recurre a la legalidad internacional cuando conviene, y se la archiva cuando estorba. Palestina puede seguir esperando; a los exterroristas se les abre la puerta si garantizan un pacto útil. Ese es el cinismo del orden mundial que decimos defender.

Así que muy a pesar de lo que parece, incluso de sus palabras, nada impide que a futuro, y de manera muy simple, Trump se reúna con Maduro.

Los intereses pactan los movimientos futuros, de un hombre como Trump, que ha sido un gran negociador.

 

Ángel Monagas es abogado y comunicador.

TalCual no se hace responsable por ni suscribe las opiniones emitidas por el autor de este artículo
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