La encerrona, por Fernando Mires

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El espectáculo orquestado por Trump para denigrar a Zelenski en la escena pública mundial, no tiene parangón. Fue, en eso están de acuerdo la mayoría de los observadores, una planificada escenificación urdida por la nueva «banda de los cuatro» (Trump, Musk, Vance y Rubio; en ese orden de importancia)
El objetivo de la encerrona no parecía ser otro que descalificar a Zelenski como líder ucraniano y europeo y, a la vez, mostrar que, bajo la dirección del nuevo grupo de poder, Estados Unidos no será aliado de la lucha de resistencia de Ucrania, lo que en el hecho significará desvincularse de la OTAN, o simplemente –probablemente eso sucederá– romper definitivamente con la institución y dejar no solo a Ucrania sino a Europa abandonada en una guerra que, según Trump, «no es la nuestra». Una ruptura cuasi oficial de los Estados Unidos con la Europa liberal y democrática a la cual por el momento no pertenece Hungría, apéndice ruso incrustado en la UE.
La decisión por ahora parece ser irreversible y los llamados a mantener a Estados Unidos en la alianza atlántica, emitidos por Macron y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, son por el momento solo buenos deseos. Así, y solo así, se explica la brutalidad extrema a que fue sometido Zelenski frente a las cámaras.
Sin duda, desde un punto de vista moral, el que para Trump y Musk no tiene ninguna importancia, la cometida en la persona de Zelensky es una traición, no solo a Ucrania, no solo a Europa, no solo a la OTAN, sino a la tradición antitotalitaria norteamericana.
Efectivamente, para ninguno de los cuatro personajes nombrados, la contradicción democracia-dictadura –la que para Biden y Harris era la más importante de nuestro tiempo– tiene hoy validez. De ahí que la decisión rupturista tomada con respecto a Ucrania, estuvo diseñada con metódica deliberación. Quiere decir: la Guerra Fría ha terminado (lo que es verdad) y hoy la contradicción no es entre comunismo y democracia, sino entre naciones imperiales cuyo propósito es llegar a ser grandes, sea por primera vez como China, sea por segunda vez como los Estados Unidos, sea por tercera vez como la Rusia de Putin.
Putin quiere ser presidente de un antiguo-nuevo imperio, Xi y su partido quieren ser la primera potencia económica mundial y Trump y su grupo quieren que los EE UU sean grandes en los terrenos económicos, tecnológicos y militares. Luego, la gran división que separa al mundo es –de acuerdo a la visión darwiniana de Trump– la que se da entre países ganadores y perdedores. Los segundos deben ponerse al servicio de los primeros, una vez que las fronteras geopolíticas y geoeconómicas queden claramente establecidas, en el marco de un nuevo orden mundial diseñado por los tres imperios.
A Trump y su grupo –aunque parezca demasiado rudo decirlo– les da lo mismo que Ucrania sea europea o rusa. Eso deben arreglarlo los rusos y los europeos entre sí; y según la lógica de Trump y Musk, si los europeos no pueden o no saben defender a Ucrania, Ucrania deberá pertenecer a Rusia. Punto. Ese fue el mensaje transmitido por tres de la banda, durante la encerrona medial del día 28 de enero. El hecho de que Zelenski hubiera sido físicamente expulsado de la reunión, fue también un símbolo de la expulsión de Ucrania de Occidente impulsada por el trumpismo. El gran ganador fue, evidentemente, Rusia. En eso hay acuerdo general.
Según la visión geoeconómica de Musk y Trump, el acercamiento, por ahora indirecto de Estados Unidos a la Rusia de Putin, no puede ser muy desventajoso. Rusia por el momento solo reclama los territorios europeos que el dictador Putin considera «naturales». Y si sigue después avanzado hacia otras zonas de su supuesto «habitat imperial», pues, que lo haga. Rubio, por orden superior ya avisó que la «pax rusa» en Ucrania es solo una fase de un proceso que deberá culminar con una cooperación más intensa entre Rusia y los Estados Unidos, sobre todo en lo que se refiere al intercambio comercial entre ambos imperios. Ese proyecto no debilitará los lazos «fraternales» que unen a Rusia con China, pero evidentemente podrá hacerlos más flexibles. Así, Putin, podrá utilizar recursos naturales que dispone Rusia para comerciarlos con los Estados Unidos y así quedar algo más liberado de una eventual tiranía económica china, hecho que daría puntos a la estrategia económica trumpista en contra de China. Al fin y al cabo los Estados Unidos son un buen comprador y vendedor a la vez.
En el peor de los casos, deben pensar Musk y Trump, Rusia está muy lejos de ser un enemigo principal. Lo importante es que sea un poco menos amigo de China.
No hay terrenos en disputas entre Rusia y los Estados Unidos. Rusia no es ni será un rival económico de los Estados Unidos, ni a corto ni a mediano plazo. Por si fuera poco, hay entre los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin una naciente empatía ideológica. En ese punto, quien juega un rol importante es el vicepresidente J.D.Vance, a quien podemos considerar algo así como el ideólogo de la «banda de los cuatro», talento del cual carecen Trump, Musk, y sobre todo Rubio, quien solo actúa como el buen muchacho latino para los mandados de Trump (tal cual como Trump imagina a los «buenos» extranjeros). Vance es otra cosa.
Vance tiene una «visión de mundo» según la cual la grandeza de los Estados Unidos reposa sobre la base de sus tradiciones morales y religiosas, todas incompatibles con una Europa decadente, frívola, liberal y parlamentarista. De este modo el fundamentalismo católico de Vance aparece perfectamente compatible con el orden político y religioso que intenta imponer Putin en Rusia, un orden opuesto a las libertades sexuales, patriarcal y familiarista, donde la Iglesia ortodoxa es parte integral del Estado. Así se explica que el apoyo que Vance presta a los partidos neofascistas europeos tenga un carácter doctrinario, a diferencia de Trump, Musk y Putin quienes ven en el deterioro de la democracia europea solo un objetivo pragmático. No extrañaría que, en el fondo, Vance deteste a los sexualmente disolutos Musk y Trump. Por cierto, comparte con ambos la visión de una nación grande. Pero para Vance la grandeza no solo es geográfica o material sino también religiosa y espiritual. Me atrevería incluso a pensar que, de los cuatro, el más peligroso para los Estados Unidos y el mundo, es Vance. El tiempo dirá.
Por el momento, la encerrona a que fue sometido Zelenski puede ser vista como un disparo hecho desde la culata de Trump. Ninguno de los participantes contaba con la entereza y autocontrol demostrada por Zelenski en la desgraciada orquestación trumpista. Los gobiernos occidentales, no solo los europeos, han solidarizado con el líder ucraniano. Además, Europa por el momento demuestra que si bien no tiene excesivo capital económico como Estados Unidos y China, tiene otro capital del que los otros poderes carecen: el capital político, al que pertenecen las libertades constitucionales, el derecho público y el debate constitucionalmente organizado.
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Con todas sus debilidades económicas y militares, Europa y sus aliados extracontinentales, sean Japón, Canadá, Australia y uno que otro país latinoamericano, son los únicos baluartes con que cuentan, después de la deserción de Trump, las naciones democráticas. Naciones que, como es sabido, están amenazadas por peligros no solo externos sino también internos.
Por el momento, la grosería y prepotencia del trumpismo gobernante, mostrada frente a Zelenski, ha servido para que la mayoría de los países europeos tomen conciencia de los peligros que realmente los amenazan. En ese sentido el consenso es unánime: Europa deberá armarse para enfrentar a la amenaza rusa.
Para eso Europa dispone de recursos necesarios. Probablemente lo hará y lo logrará. Sin embargo, deberá superar problemas políticos internos: entre otros, mantener a raya, o por lo menos dentro de la ley, a los extremismos que corroen a sus naciones por dentro. Todos, salvo por ahora el gobierno de Meloni, son abiertamente trumpistas y putinistas a la vez.
Los gobernantes europeos no deben olvidar que, los momentos por los que atraviesa la democracia mundial, son defensivos. La formación de frentes democráticos internos en cada país e internacionalmente coordinados, deberá ser una tarea urgente para Europa. No se trata, dicho de otra manera, de esperar las resoluciones de la UE, siempre posibles de ser boicoteadas desde gobiernos nacional-populistas como el de Orbán. Las alianzas laterales, bi o tri, deberán ser puestas a la orden del día. La mala noticia para Putin es que el eje formado por Alemania, Francia e Inglaterra, está a punto de ser reestablecido. A ellos deben sumarse cuanto antes países como España y Polonia. Será necesario, y no por último, movilizar líneas defensivas hacia los países bálticos y escandinavos. Pero sobre todo, seguir apoyando a Ucrania con lo que se tenga.
No hay que olvidar tampoco que las reservas democráticas de los Estados Unidos son todavía muy grandes. Las disencias de esclarecidos políticos republicanos frente a los desmanes de la «banda de los cuatro», han sido más que demostrativas. A diferencia de Hitler, quien fue temido y amado, Trump no es muy temido y, de ningún modo, amado. Las analogías, en este caso, no sirven. Más todavía si se tiene en cuenta que este capítulo de la historia está muy lejos de llegar al final.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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