La enmiendita, por Teodoro Petkoff
Ya sabíamos que el pobre Hugo lo que quiere en verdad es irse a Sabaneta a jugar con los nietos y que lo del poder perpetuo no es sino una carga que la diosa de la Historia echa encima de sus hombros, y que él asume muy a su pesar. Pero el domingo nos reveló otra faceta de su filantrópica personalidad. Lleno de humildad, angustiado por las fricciones intestinas que podrían sobrevenir en su gran partido de tener que escoger otro candidato que no sea Su Serenísima Majestad, aclaró que no sólo sacrificaba su propia tranquilidad sino que velaba por la de sus conmilitones. «Si aprobamos la enmiendita», decía, casi compungido, «se librarán ustedes de la preocupación de tener que escoger mi sucesor. Ya sabríamos de una vez que yo seré el candidato el 2012 y ustedes quedarán libres de esa angustia». ¡Qué amor por los suyos! ¡Qué capacidad de sacrificio! Es la segunda vez, en menos de una semana, que Hugo I nos sorprende con otra demostración de esa profunda vocación democrática que la mitad del país, mezquinamente, se niega a reconocerle.
Anteriormente había descartado, después de haberla propuesto, la vía de recolección de firmas para introducir la enmienda ante el Parlamento. ¿Cómo no comprenden los malos venezolanos que recoger firmas es un procedimiento engorroso y lento, completamente innecesario si se cuenta con la Asamblea Nacional para que desde allí mismo los esforzados diputados se paguen y se den el vuelto? Más aún, ni siquiera tendrán que tomarse el trabajo de redactar la enmiendita. Ya Su Majestad se la redactó. El domingo presentó en sociedad ese refinado producto de su cacumen. Dice Hugo I que el pueblo manda y Él sólo obedece.
El pueblo, cuando Él preguntó qué prefería, si firmas o la Asamblea, se había pronunciado por la recolección de firmas.
Su Alteza inmediatamente se dio cuenta de que no habían cogido la seña. «Esos pendejos; siempre creyendo que lo de la democracia es verdad». Así que siendo Él encarnación del pueblo corrigió al pueblo de carne y hueso y ordenó la vía express de la Asamblea Nacional. A la masa le concedió un premio de consolación.
«Aunque no son necesarias y seguramente para cuando terminen esa tarea ya habrá pasado el referéndum, recojan firmas de todos modos, para que se entretengan jugando a la democracia».
Su Majestad está apurado. Sabe que la economía anuncia cielo encapotado y quiere adelantarse. La prisa, sin embargo, no le ha permitido sacar bien sus cuentas. No tanto las aritméticas como las políticas. Si se fija bien, se dará cuenta de que no tiene ningún chance de ganar.
Pero, Su Majestad se dice, encogiéndose de hombros que, en fin de cuentas, no tiene nada que perder. Si le dicen No, pues queda como está ahora, con fecha fija de caducidad, pero ya inventará algo de aquí al 2012 para insistir con su locura. Mas, cada vez que venga con el tema de la presidencia perpetua, le daremos palo. No lo dude.