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La espera, por Marcial Fonseca



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La espera
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Opinión TalCual | octubre 10, 2022

Twitter: @marcialfonseca


Era viernes y ya estaba segura de que su hombre haría de las suyas. Siempre lo mismo, llegaría de madrugada y no pasaría de la sala porque se quedaba a dormir en la butaca reclinable. Él me cree pendeja, y que con sus amigos; míquiti, ni que yo fuera bolsa, se decía a sí misma.

Debía reaccionar, aunque siempre a la hora de hacerlo se le olvidaban las vagabunderías y lloraba en silencio. Casi nunca se había atrevido a ir más lejos de vengarse en la cama. Y era que la salida de los viernes significaba tres días de rechazo sexual; finalmente lo perdonaba.

Parecía que a él no le importaba, ¿ya no la quería?, o los doce años de matrimonio ya estaban convirtiendo la relación en una amistad. Casi todas sus amigas pasaban por lo mismo. Había una sola de su entorno que no tenía ese problema, y cómo la envidiaba. El marido siempre salía con ella, las excepciones eran cuando él tenía que ir a las divisiones por razones de trabajo, o cuando la mujer visitaba a sus padres y él se quedaba solo.

Pero esta noche sí se haría sentir. No podía seguir perdiéndose así y no era por las perdidas; una infección era su gran temor; y por respeto a ella y a los hijos.

Once de la noche. Ya le había pasado siete mensajes texto y lo había llamado cuatro veces. ¿Con quién estará?, ¿quién será la de turno?; ¿o la de turno era ya siempre la misma? Si este era el caso, claramente no había solución; ya esa puta era la definitiva, ¿y para qué seguir así?, se preguntaba. Sabía las consecuencias de si él decidía sincerarse; ella le tenía miedo a la verdad.

Los doce. La noche estaba silenciosa, se asomó por la ventana, pasaba un carro a baja velocidad, seguro que alguien que venía de trabajar; y su marido gozando. Menos mal que ella se había quedado con la llave del Ford, así que se vería obligado a tomar un taxi, no creía que la zorra de turno se atreviera a traerlo a la puerta de su casa. Oyó unos pasos… silencio… pasos otra vez; ahora abrían una puerta y alguien entraba en la casa de al lado, era el vecino, un paramédico; seguro que le tocó guardia nocturna. Sortaria la vecina, no como ella que tenía que calarse a su picaflor.

Lea también: Huellas, por Omar Pineda

Dos de la mañana. Ahora la noche sí estaba ausente. Se sentó en la butaca; lo esperaría, no le importaba la hora, y le formaría su peo; esto tenía que cambiar. Se quedó medio dormida; pero la despertó un carro a velocidad alta para ser de madrugada, se detuvo frente a su casa, su esposo se bajó de él, y se tomó unos minutos en abrir la puerta, la cerró con cuidado.

–¡Muérgano! ¡Desgraciado! –explotó la señora; él se sobresaltó, sus brazos se le movían como desgonzados– ¿Dónde estabas?

El esposo, todavía temblando, y con la mirada extraviada, se recompuso.

–No me no meee no me… lo lo recuelllde –la voz le salía trapajosa– porque me degüelvoooo.

La historia termina aquí; pero para cumplir con la cursilería de moda: textos de autoayuda, un consejo a las esposas o a las mujeres en general. Amigas, los especímenes jembreros no son muy comunes; o no tanto como ustedes se lo imaginan. Vean el caso anterior, que lo consideramos un típico elemento ergódico. El hombre tenía soberana pea, no andaba en líos de faldas; es más, posiblemente fue una reunión homosexual en su más puro sentido: reunión entre personas del mismo sexo, en este caso hombres nada más, sin nada nefando, solo bebiendo.

Y es que las mujeres siempre consideran a sus parejas unos donjuanes, y en verdad lo que son son unos buenos Juanes en la más lata acepción académica de juan. Vienen a la mente dos comadres que estaban disfrutando en una fiesta en el club del pueblo, sus sendos maridos estaban en otra mesa conversando. Una le dice a la otra mirando hacia donde estaban sus cónyuges.

–Mira, mira, ¿qué estarán tramando esos bandidos?

Ah mundo, hagamos un paneo hacia ellos. El uno le decía al otro:

–Te lo digo. Esa Mariela, compa, que te lo digo yo… está…  está que no pierde este domingo en la cuarta valida, que te lo digo yo –y eso es, y será, lo más pecaminoso y sicalíptico que un jembrero de estos dirá en toda su vida.

[email protected]

Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

 

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