La esperanza en una maleta, por Luis Ernesto Aparicio M.

Desde la aparición del ser humano en la tierra, este se ha visto en la necesidad de moverse, bien en la búsqueda de los recursos que le permitan saciar sus necesidades, como la alimentación, o sencillamente encontrar los medios que le permitan sobrevivir a las condiciones del clima o al acecho de peligros conocidos y desconocidos. Por estas razones, fundamentalmente, el ser humano se ha visto en la necesidad de emigrar, convirtiéndolo, sencillamente, en eso: un emigrante.
Precisamente hoy, encontramos que este calificativo es uno de los más utilizados para la condena y el rechazo de un gran número de ciudadanos en distintos países. Son los emigrantes, esos que desde los primeros tiempos de la humanidad comenzaron a poblar zonas desconocidas de la tierra, quienes ahora se hacen más visibles y se convierten en objetivos de narrativas que buscan evadir los verdaderos problemas por los que transitamos.
El emigrante siempre ha existido, siempre ha estado entre nosotros. Incluso, nosotros mismos somos emigrantes o descendemos de alguien que, en algún momento, sintió la necesidad de movilizarse por las mismas razones básicas que impulsaron a los primeros pobladores: seguridad, alimento, mejores condiciones. No se trata, por tanto, de un descubrimiento reciente ni de una tendencia pasajera.
Lo que sí podemos comprobar es que los movimientos migratorios humanos son hoy mucho más visibles. La inmediatez con que circula la información nos permite constatar que los seres humanos seguimos en movimiento, dejando los lugares de origen para buscar otros más benévolos, con mayores recursos y, sobre todo, más seguros.
Ahora bien, los movimientos migratorios actuales no son comparables con aquellos pequeños desplazamientos de los orígenes del ser humano. El crecimiento exponencial de la población, debido tanto a una alta tasa de natalidad como a la extensión del promedio de vida, ha multiplicado la magnitud de estas movilidades. Es allí donde debemos ubicar la dimensión de los movimientos migratorios contemporáneos.
Las tasas de natalidad en regiones con limitaciones para mantener condiciones de vida adecuadas han venido incrementándose, en parte por razones culturales, pero sobre todo por la ausencia de planes educativos, la falta de apoyo a políticas públicas con responsabilidad social y la debilidad de programas de planificación familiar. Todo esto, a futuro, podría traducirse en un crecimiento de movimientos migratorios forzados.
Si nos enfocamos en nuestro hemisferio, por ejemplo, las proyecciones demográficas recientes de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) muestran que la población de la región ya alcanzó los 663 millones de habitantes en 2024. Aunque América Latina aún no supera en números absolutos a Europa, sí muestra una dinámica poblacional más expansiva y, por tanto, es probable que en las próximas décadas la supere en volumen de población activa. Se trata, además, de un crecimiento más concentrado en población joven, lo que incrementa la presión migratoria hacia economías más estables.
Esto último, como ya lo hemos referido, tiene implicaciones profundas: si las condiciones de vida no mejoran en los países de la región, es probable que más ciudadanos contemplen emigrar como respuesta a crisis personales, económicas o sociales. En ese escenario, además del crecimiento demográfico, la urgencia de garantizar programas educativos, de salud, empleo digno y planificación familiar deja de ser una abstracción y se convierte en una necesidad impostergable para mitigar los flujos migratorios crecientes.
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En definitiva, la migración no es un fenómeno que pueda enfrentarse con discursos de rechazo. La verdadera respuesta está en asumir que una región con más de 660 millones de habitantes y con una población mayoritariamente joven necesita políticas públicas capaces de garantizar educación de calidad, sistemas de salud sólidos, empleo digno y oportunidades reales de desarrollo.
Solo así se reducirá la presión migratoria y se transformará el impulso de huir en la voluntad de construir futuro en los propios países. Ignorar esta urgencia equivale a alimentar un círculo vicioso en el que la esperanza se convierte en maleta y la juventud en éxodo.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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