La estrategia electoral y la zona de confort, por Alonso Moleiro
Nicolás Maduro camina sin tropiezos hacia 10 de Enero, fecha en la cual quedará formalizado en Venezuela un régimen de fuerza, y son pocos los dirigentes de la Oposición venezolana los que lo objetan, lo alertan o lo denuncian.
Transcurren los días, y en la epidermis de la inoperante oposición política venezolana actual también ha ganado terreno la cultura de normalizar la barbarie. El problema, de acuerdo a lo que sostiene cierto quietismo radical, no es Maduro. Se trataría un sector de la disidencia venezolana, que no ha comprendido cómo es que se aplican las recetas antidictaduras.
Son pocos, si lo vemos bien, los políticos y analistas que se ocupan de promover la indignación, de alertar al país, de evidenciar consecuencias, de defender la moral pública, de colocar en relieve los desafueros del gobierno. Todo el problema ha quedado reducido a que unos radicales no entienden con qué se come la política.
La dictadura está naturalizada. Las enormidades del Presidente más incapaz y deletéreo que ha parido la política venezolana en unas cuantas décadas han pasado a formar parte de un supuesto inevitable. Un imperativo de la “real politik”. Un punto de cualquier agenda negociadora, parte integrante del paisaje. La tarea de la Oposición venezolana, comenzando por muchos de sus formadores de opinión, consiste en polemizar consigo misma: escoger un blanco político que no acarree consecuencias.
Llegados a este tramo de la crisis, todo el mundo debería tener claro que no existen caminos predeterminados para recuperar la democracia. Debería ser esta la hora del espíritu flexible y las terapias combinadas. Es necesario tomar nota de los recados que deja la realidad.
El chavismo llegó a tener plena consciencia de que la ruta electoral acumulaba una fuerza inercial destinada a sacarlo del poder, y se ha dedicado a desnaturalizar este camino apoyándose en los hechos de fuerza
Cada cita consultiva fallida libera fuerzas que abonan en su descrédito, en el desprestigio de los políticos que llaman a votar, y que consolidan objetivamente la decepción y el descreimiento colectivo. La abstención, como la migración por las fronteras, no es la consecuencia de un llamado de la dirigencia o de una presunta prédica radical. Es una decisión que ha tomado la mayoría población por su propia cuenta.
Algunos dirigentes opositores llegaron a suponer que la marea electoral los iba a colocar de manera inercial en Miraflores. En Venezuela hay una crisis de estado, que supera con mucho el marco electoral, y que demanda una comprensión más cabal, más amplia, de las tribulaciones del mundo militar y del entorno diplomático e internacional que se arremolina en torno a la nación.
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Una dictadura como la de Maduro presenta una morfología muy compleja y polivalante. Cualquier decisión de enfrentarla y derrotarla deberá interpretarla en consecuencia. El mandato popular queda vulnerado antes, durante, pero sobre todo después, de cada consulta, y ahí están las parlamentarias de 2015 para evidenciarlo.
El fin de la MUD es la consecuencia directa del proceso que hemos intentado describir: sin un hábitat electoral fiable sobre el cual operar, sus estructuras han quedado vaciadas de contenido y su razón de ser ha perdido el norte. ¿Las elecciones se ganaron? Los militares y los tribunales dejarán sin efecto los mandatos de cada consulta. Desprovista de otras herramientas, la planimetría electoral, como única expresión existente de una estrategia política en dictadura, tiene algunos dominios que se parecen demasiado a una zona de confort. Recuerda la circunstancia al chiste de Cantinflas: el anillo lo he perdido en la sala, pero lo estoy buscando en el jardín porque ahí hay más luz.
Si el pretendido norte de tener “un proyecto de poder” no es una frase hecha para lucirla en los programas de opinión, la dirigencia de la Oposición deberá comprender que es necesario tomarse algunas molestias adicionales en su brega cotidiana contra el actual régimen político.
El problema no es electoral, o únicamente electoral. El problema es político
Será necesario, pues, si estamos en una dictadura, animarse a salir de las serenas aguas electorales. Antes o después, el punto de fuga para normalizar la vida institucional en el país va a consistir en organizar una consulta decente, pero para llegar a esa terraza habrá que incorporar otros elementos estratégicos en el combate cotidiano. Figurarse la llegada de un evento político similar a la transición chilena cada vez que Jorge Rodríguez organice una elección de alcaldes es engañarse.
Es obligante abandonar el ánimo sobreviviente. Es necesario desprenderse del interés por cohabitar. Es un imperativo buscar aliados, revisar parámetros, incorporar ópticas, deponer actitudes. La perspectiva de una invasión militar es estrambótica e indeseable. El camino electoral desprovisto y desprolijo es una pérdida de tiempo.
Las fuerzas políticas presentes en el país deberían adelantar una proposición a Maduro, que le ofrezca salidas, que coloque la organización de unos comicios limpios como el único parámetro posible para un acuerdo. La dirigencia que está en el exilio debería, a su vez, junto a la comunidad internacional, obrar de forma complementaria para presionar al chavismo en el poder con el objeto de avenirse una solución que constituya, de verdad, una solución.
Sólo cuando ambos extremos del tablero opositor dejen de polemizar frente al espejo, reconozcan que no existen caminos preconcebidos, y se animen a obrar de forma alternativa y articulada, estaremos encaminados a encontrar la ranura que nos devuelva la democracia, la legalidad y la propia existencia de la República