La estrategia pendiente, por Luis Ernesto Aparicio M.
Podría parecer que este año mis artículos se concentran exclusivamente en el país que me vio nacer. Y aunque sería difícil ocultarlo, no se trata solo de una cuestión personal, sino de una realidad innegable: en estos primeros días del 2025, América y más allá tienen la mirada puesta en Venezuela, atrapada en una conflictividad política entre el cambio y la continuidad.
Así se encuentra el país, sumido en una lucha incierta—al menos en el terreno de las consignas y declaraciones. Un grupo por mantener el poder a toda costa y la mayoría por conquistar las libertades fundamentales que toda democracia requiere. Sin embargo, el verdadero desafío no es solo identificar la necesidad de cambio, sino trazar el camino hacia ese desenlace prometido por la histórica votación del 28 de julio del año pasado.
Ese es, apreciados lectores, el meollo del asunto: ¿cuál es la estrategia que podría llevarnos al puerto de la democracia? ¿Son acaso las consignas?, las promesas difíciles de cumplir? ¿Los mensajes crípticos en redes social ¿entrar en la línea de liquidar de una vez el voto? ¿O se pretende confiar en la intuición y en la vaga esperanza de que, como decía aquella canción: «algo bueno tiene que pasar»?
La política, incluso cuando enfrenta al autoritarismo más férreo, no puede reducirse a impulsos emocionales ni a suposiciones sobre la debilidad del adversario. Se requiere de estrategias concretas y basadas en realidades tangibles. Sin planificación, no hay acción efectiva; y sin acción efectiva, las palabras se pierden en el vacío.
Hasta ahora, no hay señales claras de que exista una discusión seria entre líderes políticos y sus asesores sobre cómo construir un plan sólido y viable. Todo parece girar en torno a emociones efímeras, ideas desde la lejanía de sesudos analistas, y retos a la fuerza, en lugar de enfocarse en el ejercicio disciplinado de la política y las herramientas que podrían respaldar un verdadero cambio. Esta falta de claridad estratégica deja el campo abierto para la frustración y el desencanto, emociones que solo benefician a quienes ostentan el poder.
Venezuela necesita, más que nunca, salir de sus crisis prolongadas. Y está más que demostrado que quienes han gobernado durante casi tres décadas no son la solución. Pero lo que resulta igualmente preocupante es que aquellos que se presentan como la alternativa han mostrado una alarmante incapacidad para organizar ideas coherentes y traducirlas en una estrategia real y definitiva.
No me refiero a que, porque no haya resultado aun, la idea y decisión de acudir a las elecciones en unidad fuera descabellada ante la evidencia de que ellos no aceptarían ninguna derrota, sino porque faltó encontrar y gestionar un plan que garantizara que el triunfo se concretara. No bastaba con el simple lema de «Ganar y cobrar», como si se tratara de una lotería, sino que era imprescindible un plan ulterior que permitiera traducir el triunfo en un cambio efectivo para el país.
Hasta ahora, la estrategia de las actas complementa la de acudir al proceso electoral y ha sido la única que se ha mostrado como algo pensado, organizado, y probablemente discutido. Sin embargo, ella no es lo suficiente para dejar claro que quienes se resisten en el poder no cuentan con el beneficio que le otorga una elección libre y de abrumadora mayoría, por lo que después de lo que se ha presenciado este viernes 10 de enero, es importante salir del rincón de los mensajes claves y organizarse bajo una táctica, que no necesariamente deba ser pública.
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Por otra parte, la autocracia en Venezuela ha sembrado una combinación letal de indiferencia y miedo, paralizando cualquier intento de movilización efectiva. Mientras ese control se mantenga, las promesas de cambio seguirán siendo percibidas como ilusorias, y el escepticismo se convertirá en la norma para una ciudadanía agotada por los años de crisis.
Venezuela no puede permitirse más tiempo perdido. La historia de las democracias nos enseña que los cambios reales solo llegan cuando las palabras se transforman en acciones concretas, respaldadas por una visión estratégica. Hasta entonces, el país seguirá atrapado en la misma encrucijada entre lo que podría ser y lo que no termina de ser.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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