La estupidez como panademia, por Carlos Alberto Monsalve

En estos tiempos pudiéramos parodiar, a despecho de Carlos Marx, la frase de que un fantasma recorre al mundo, el fantasma de la estupidez. Con la aparición de la pandemia del covid- 19, parece que hay consenso sobre que tanto esta como la estupidez no tienen fronteras.
Algunos le atribuyen a Albert Einstein la frase de que: ¨dos cosas son infinitas, la estupidez y el universo, y no estoy seguro de lo segundo¨. De ser cierta, sería comprensible que proviniera de un hombre que tuvo que vivir los embates del antisemitismo, al mismo tiempo que presenciaba como aparecía ante sus ojos la amenaza atómica. Un hombre nacido en la culta Alemania, secuestrada por el nacional socialismo, donde la estupidez alimentaba la hoguera de la intolerancia.
En estos días nos llega la noticia de una polémica decisión tomada por una famosa empresa dedicada al mundo de la televisión de retirar, de su oferta de películas, el filme ¨Lo que el viento se llevó¨, bajo el pretexto de que requiere de una adecuada contextualización histórica que disipe cualquier apología de racismo
Por iguales razones apologéticas a alguien se le podrá ocurrir vetar la película ¨Rebelde sin causa¨, de Nicholas Ray, por incitar al delito juvenil, o a otro sugerir extirpar de la faz del planeta el documental ¨El triunfo de la voluntad¨, de Leni Ricfenstahl, por ser propaganda pronazi. De ser así, la policía del pensamiento va a estar algo ocupada.
Está tomando cuerpo todo un ambiente de sospecha sobre manifestaciones culturales, obras de arte, escritores y personas afines al mundo de la creación artística. Ambiente que revive el espíritu que nutrió la inquisición y los sistemas totalitarios, lo curioso y paradójico es que algunos que levantan estas banderas, supuestamente para reivindicar los derechos de las minorías, se autodefinen como ¨progres¨.
Ya nos lo había advertido Frank Kafka: ¨Es solo por su estupidez que algunos pueden estar tan seguros de sí mismos¨.
En el ámbito de lo político, la estupidez se regodea en el ánimo de ocultar las intenciones del que ejerce inescrupulosamente el oficio de la política y su obsesiva necesidad de reconocimiento.
Por estos predios el usurpador, un personaje que nos recuerda la frase lapidaria de Mark Twain: ¨Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda ¨, se ufana de importar gasolina a un país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Por más empeño que ponga en tamaña y absurda celebración, no podrá borrar la imagen del comandante eterno con un pito en la boca y en cadena nacional, anunciando el despido masivo de trabajadores de PDVSA, dando así inicio a la destrucción de la hasta entonces considerada una de las mejores empresas petroleras del mundo.
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No es de extrañar este comportamiento, pues la estupidez del político confía en la desmemoria del ciudadano.
Como podemos apreciar la estupidez anda a sus anchas por este siglo veintiuno.
El problema está en que tal y como lo sentencio el incisivo Voltaire:
¨La estupidez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás¨.