La eterna quimera de la integración en AL, por Juan Francisco Camino y Melany Barragán
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La “patria grande” con la que soñó Bolívar hace más de dos siglos todavía sigue siendo una quimera. Pese al avance de la globalización, la proliferación de organismos internacionales o el desarrollo de experiencias de integración como la Unión Europea, América Latina sigue sin encontrar las claves para articular un proceso comunitario exitoso.
Ni los procesos de bonanza ni las coyunturas críticas han permitido que los diferentes países de la región se unan para crear un proyecto común. Y, a corto plazo, ni la crisis sanitaria ni económica que atraviesa el mundo ni la nueva etapa que se abre con transición de poder de su vecino del norte, parece que vayan a alterar la situación.
Mientras que crisis y guerras supusieron una oportunidad para unir pueblos en el pasado, América Latina sigue dejando pasar las ocasiones.
Sería un error negar que se han dado pasos en este sentido. Las conferencias panamericanas, impulsadas por Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, comenzaron a perfilar un sistema de cooperación técnica y comercial en la región, así como una diplomacia hemisférica que se materializó con la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Posteriormente, ya en la segunda mitad del siglo pasado, los países latinoamericanos empezar a desarrollar sus propios organismos de integración. Muchos de ellos surgieron con el objetivo de priorizar zonas de libre comercio entre los países firmante y, con el paso del tiempo, trataron de profundizar en los procesos de interdependencia mediante el establecimiento de uniones aduaneras y mercados comunes.
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Es en este período cuando surgen organismos como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) o el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA, 1975). También comienzan a proliferar organizaciones intergubernamentales como la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Ya en el siglo XXI, el proceso no se detiene y surgen nuevas organizaciones como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). La más reciente es el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), creado por iniciativa de Sebastián Piñera como respuesta a la suspensión temporal y salida de algunos países de Unasur.
Durante este período, algunos dirigentes latinoamericanos han aprovechado estas experiencias para evocar a lo simbólico y recordar el sueño de Bolívar, evocando un futuro en el que los países latinoamericanos no solo estuvieran unidos por acuerdos económicos sino también compartiendo un proyecto político común. Otros, menos emocionales, han visto en la Unión Europea un espejo donde mirarse para dotar de mayor estabilidad y seguridad a la región.
Sin embargo, lo paradójico es el elevado número de iniciativas que persiguen el mismo fin.
Si sumamos todas las experiencias impulsadas, tanto las que siguen en funcionamiento como las que ya han expirado, nos encontramos con que existen casi tantos proyectos comunes como países en América Latina. Pareciera que nunca ha existido un intento real de generar mayor interdependencia y consolidar un proceso de integración regional.
Desde una mirada superficial, podría incluso llegarse a afirmar que la creación de muchas de estas organizaciones ha sido fruto de las pretensiones de actores políticos que han empleado imaginarios de unidad para tratar de posicionarse como baluartes de la “verdadera integración”.
La integración se ha fundamentado más en cuestiones de concordancia ideológica de los decisores de la política exterior que en una verdadera política de Estado. Detrás de esta mirada existen causas más profundas.
La existencia de proyectos políticos y estrategias de desarrollo dispares en los países del continente, la fuerte dependencia de estas iniciativas a los ciclos políticos, las reticencias por parte de los Estados a ceder soberanía a instancias supranacionales y la inclinación histórica a mirar más a los Estados Unidos de norteamérica que a los pueblos vecinos, han supuesto el verdadero freno a la unidad latinoamericana.
¿Por qué es complicado revertir esta situación? Aunque existen numerosas causas, cabe destacar las siguientes. En primer lugar, la gran heterogeneidad de la región. En segundo lugar, desde el punto de vista económico, conviene subrayar la escasa interdependencia económica entre los distintos países, la ausencia de un país con un desarrollo industrial que permita a otros Estados de la región ser sus proveedores de materias primas y la competencia entre ellos para colocar sus materias primas en los mercados internacionales.
Por último, en la dimensión político-institucional cabe mencionar el fuerte presidencialismo, el excesivo recelo en la preservación de la soberanía nacional, la baja institucionalización de los sistemas políticos y los constantes vaivenes ideológicos.
Todo ello dificulta generar las condiciones óptimas para la integración. Por más que se creen organismos e instituciones supranacionales, al final unas se superponen a otras y la región no logra presentarse en el orden internacional como un interlocutor único, ni siquiera en aquellos temas que son de interés común para toda América Latina.
El reto de la integración regional es enorme. Pese a la puesta en marcha de numerosas iniciativas, han faltado condiciones y voluntad política para conciliar los intereses de la región.
Sin embargo, la integración puede ser una solución para muchos de los problemas de la región. Puede facilitar el paso para una profundización de las relaciones comerciales, el desarrollo y potencialización del sector servicios e industrial, la creación de empresas multinacionales capaces de generar inversión privada en estos países y el desarrollo de una mayor cohesión política en temas trascendentales para este siglo como la seguridad, la educación y el acceso a tecnologías de la información.
Juan Francisco Caminio es Profesor de la Universidad de los Hemisferios. Máster en Relaciones Internacionales por el Instituto de Altos Estudios Nacionales (Ecuador) y en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca.
Melany Barragán es Politóloga. Profesora de la Universidad de Valencia y docente externa en la Univ. de Frankfurt. Doctora en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Univ. de Salamanca. Especializada en élites políticas, representación, sistemas de partidos y política comparada.
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