La ética del canje, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Hay quienes se congratulan del canje de rehenes por condenados porque se estaría abriendo la puerta a futuros acuerdos de Biden con Maduro y eso mejoraría la situación del país.
Planteadas así las cosas, y prescindiendo de la dimensión moral y ética de las decisiones políticas, estamos reduciéndolas a ser auxiliar de los negocios (sobre todo de los non sanctos) o, para ser condescendientes, a ser una rama del derecho mercantil internacional.
Hay quienes alegan también que es una decisión de política interna norteamericana y que llevar los siete rehenes a reunirse con sus familias (lo único salvable de este canje) les dará réditos políticos a los demócratas de cara a las elecciones de medio término de noviembre.
¡Vaya usted a saber! A nuestro juicio —y para decirlo lo más procazmente posible—, Biden está cambiando a su mamá por una burra.
Los votos de los familiares y allegados de los norteamericanos liberados son una fracción insignificante ante los miles de votos latinos que le hará perder en Florida, Texas y California. Los rusos también juegan y los republicanos los imitan con perfección.
Mañana, todas las declaraciones irán en el sentido de afirmar que ha negociado con quienes tienen recompensas por sus capturas, y que acaban de ser señalados en el informe de la ONU como responsables directos de cientos de casos de violaciones a los derechos humanos.
Pero bien, ya sabemos que la ética y la política no se la llevan bien. Habrá que dejar para la historia los juicios de valor de esta decisión de Biden, quien tendrá que ver cómo sale de este laberinto, bastante más complejo que las salidas que no suele encontrar cada vez que abandona un podio después de dar un discurso.
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Por lo pronto y por lo que atañe a los venezolanos, lo que ha quedado claro desde el mes de marzo, con la sorpresiva llegada de la delegación norteamericana a Miraflores, es que Biden ha llegado a la conclusión de negociar directamente con Maduro, prescindiendo de la opinión de la oposición. Algún día, también, conoceremos la verdad, o no, de lo que cuentan algunas leyendas urbanas sobre el grado de compromiso de Trump y Elliott Abrams con altos personeros del régimen que luego «apagaron sus teléfonos» aquel 30 de septiembre.
Debemos estar conscientes de que la solidaridad exterior a la que podemos acceder es a la que se desprenda del juego geopolítico internacional y de los intereses de las grandes potencias en pugna. En esto no hay nada nuevo bajo el sol: nuestra independencia no se logró sino cuando luego de la invasión napoleónica a España, cambiaron los intereses de las grandes potencias. Miranda pidió desesperadamente ayuda en Londres desde comienzos de 1800 y la Legión Británica no llegó hasta 1817, compuesta por unidades de voluntarios y aventureros que se alistaban para conseguir nuevos horizontes.
Los Estados Unidos vieron con indiferencia cómo Hitler bombardeaba a Londres y asolaba a Europa y no participaron hasta que el almirante Yamamoto los despertó un soleado domingo del 7 de diciembre de 1941, bombardeando a Pearl Harbor.
Es cierto que no estamos solos, pero las coordenadas de la «solidaridad» han cambiado. Este es un dato definitivo y esencial para saber dónde estamos parados.
Julio Castillo Sagarzazu es maestro.
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