La expulsión de brasileños en la agenda electoral de 2022, por Gustavo Dias
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Este es, sin duda, un año decisivo para la sociedad brasileña. Iremos a las urnas para decidir si seguimos ahondando en la miseria social en defensa del mercado desregulado, o si, una vez más, volvemos al frágil pacto de clases y su supuesto progresismo. Hasta ahora, éstas parecen ser las dos únicas opciones que nuestras élites políticas han ofrecido a Brasil, desde los últimos años de la Dictadura Militar y la instauración de la Nueva República en la década de 1980.
A principios de enero, Folha de São Paulo publicó diversos artículos sobre temas económicos considerados importantes por, hasta ahora, los principales precandidatos a la presidencia de Brasil. Los economistas que componen los equipos de Ciro Gomes, Lula, Doria y Moro participaron en esta serie. El cambio de modelo económico, la reanudación de modelos basados en pactos ilusorios entre los «de arriba» y los «de abajo» o la intensificación del neoliberalismo autoritario, presente a través de palabras como «eficacia», «experiencia» y «responsabilidad», fueron abordados por cada uno de los entrevistados.
Todavía es pronto, pero hay que entender qué visión tienen estos precandidatos sobre la guerra declarada entre el capital y las poblaciones que estamos viviendo en Brasil, y de qué lado están realmente. Debemos también entender cómo pretenden tratar un tema que ha cobrado nuevo protagonismo en los medios de comunicación: la cada vez mayor expulsión de brasileños.
¿Cómo harán estos candidatos para que las ciudades pequeñas y medianas sean atractivas para sus jóvenes, que, sin ninguna perspectiva, emigran y se convierten en mano de obra barata? ¿Cómo van a retener a nuestros investigadores que, semanalmente, acaparan la atención de los medios de comunicación por la llamada «fuga de cerebros» y, con ello, se llevan años de inversión pública en ciencia y tecnología?
Después de todo, ¿qué queremos? ¿Seguir insistiendo en un modelo excluyente, sustentado en el cuento del desarrollo económico a través de la agricultura y el comercio minorista, que sigue expulsando a miles de brasileños a las fronteras de Estados Unidos y la Unión Europea o adoptar un modelo de sociedad que sea, de hecho, inclusivo?
Brasil país de emigración
Las sucesivas salidas de brasileños en las últimas cuatro décadas son el resultado de una coyuntura que se produce desde el final de la Dictadura Militar. Sin embargo, adquieren mayor visibilidad mediática y académica cuando estallan las crisis económicas. Cada vez que eso ocurre, asistimos a una emigración masiva de brasileños hacia los países centrales en busca de mejores condiciones de vida; brasileños deportados en las fronteras terrestres y aéreas o que desaparecen en rutas clandestinas. Hemos vivido este drama en la transición de los años 80 a los 90, a principios de los 2000 y ahora.
Actualmente hay un gran crecimiento de emigrantes brasileños. Las estimaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores señalan que son más de 4 millones. Las cifras son sin duda más elevadas, ya que no incluyen a los indocumentados. Una vez más, la principal razón que dan los medios de comunicación es la actual crisis económica.
El elevado desempleo formal, el aumento del coste de la vida y la falta de perspectivas son algunos de los factores que sugieren esta salida. Sin embargo, la emigración de brasileños es un síntoma del modelo económico excluyente que adoptamos en los años 80 y en el que seguimos insistiendo.
El periodo de la Nueva República, aún vigente, marca el final de un largo ciclo de desarrollo nacional, que comenzó en los años 30 y se intensificó en los 50. Era un proyecto que pretendía convertir a Brasil, que se estaba urbanizando, en un país industrializado y exportador de productos manufacturados, menos desigual y capaz de satisfacer las crecientes demandas del pueblo. Sin embargo, este proyecto fue distorsionado y agotado por los gobiernos militares, que acumularon una enorme deuda externa entre 1970 y 1980. Era el comienzo de la Década Perdida, y no entramos solos. Washington y Wall Street se llevaron cuidadosamente toda América Latina.
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No es exagerado pensar que el modo de producción depredador adoptado y su impacto en nuestra población es un modo de destrucción a escala avanzada. Vivimos guerras raciales y de clase en Brasil. Algunas se originan en nuestra formación, como las que experimentan los pueblos indígenas y los negros. Muchas son declaradas por la agroindustria y la minería contra los pueblos tradicionales y nuestros biomas. Otras son producidas por aplicaciones tecnológicas millonarias que se alimentan de la precariedad de los trabajadores informales.
El proyecto desarrollista retrocedió durante la Dictadura Militar y la posterior transición a la democracia. La apertura indiscriminada del comercio, la liberalización de las inversiones extranjeras sin control, la privatización de empresas estatales estratégicas y la desregulación de los mercados que le sigue han generado un precio social muy alto. Un modelo económico que nos sitúa en la periferia de la división internacional del trabajo, que erosiona nuestro tejido tecnológico e industrial y nos convierte en rehenes de la exportación de materias primas. Al mismo tiempo, sigue empujando a nuestra población hacia sectores de servicios poco sofisticados e informales.
Un proyecto que ponga fin a la expulsión de brasileños
La palabra «expulsión» en el título del artículo no es extraña. Esta es la condición que mejor expresa lo que vivimos en este país en guerra y que produce miles de derrotados. Desde hace casi cuarenta años en Brasil tenemos un proyecto político neoliberal dependiente que se metamorfosea a través de sucesivas crisis económicas y que tiene, en las limitadas élites nacionales, el apoyo para seguir haciendo la guerra contra nuestra propia población. Los que pierden son expulsados.
Hay quienes pueden y quieren abandonar el país. Pero también hay una gran masa de brasileños que, sin opción, se enfrentan a los dilemas y tragedias de la inmigración. Cuando superan el viaje migratorio, se convierten en subproletarios baratos e indocumentados, dispuestos a satisfacer las necesidades inmediatas de los países desarrollados.
Somos un país que ve crecer y envejecer su población. Las demandas de educación, ingresos dignos, salud, alimentación y vivienda son cada vez más latentes. Son derechos que están en nuestra Constitución y, por lo tanto, no se pueden conseguir a través de la emigración masiva, un proceso cruel y subordinado de entrega de la fuerza de trabajo a nuestros «socios comerciales». No cabe duda de que este modelo económico es defectuoso y debe ser superado cuanto antes. Pero ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
Necesitamos un proyecto nacional de largo plazo, capaz de superar este modelo económico dependiente que, con personas como Jair Bolsonaro y Paulo Guedes, muestra su peor cara. Un plan capaz de dirigirnos hacia una sociedad más igualitaria con una mejor distribución de la riqueza, a través de empleos dignos y con derechos laborales garantizados para todos. Es una respuesta para los más de 4 millones de brasileños documentados e indocumentados en el extranjero, y para aquellos que, sin ninguna perspectiva de futuro, pueden al menos considerar la posibilidad de quedarse en el país.
Gustavo Dias es profesor en la Universidad Estatal de Montes Claros (Unimontes), Brasil. Doctor en Sociología por la Goldsmiths University of London. Especializado en migración internacional de brasileños y los regímenes fronterizos.
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