La familia es el prójimo, por Leandro Area P.
Twitter: @leandroarea
¡De qué familia me hablas!, provocaba responderle al sujeto ese que te descompone con fulana pregunta, de un carro a otro, en mitad de la nada. Además, para colmo, mientras esperas mosca que el semáforo cambie… interminable; vecino sospechoso; rumbo sin gasolina; la noche oscura. ¡Imagínalo!
¿Cómo enfrentas la situación en la de alguien que pregunta por la tuya —la familia, reitero, la tribu originaria, cordón umbilical— en esas circunstancias? Te quedas casi imposibilitado de responderle, tan torpe, en la sorpresa que provoca largarle un bastonazo, o acelerar, o rechiflarle desde tu disfraz de barrio adentro: ¡Y tú como que te las das de payaso!; o empalagoso clase media: Amigo, usted parece despistado, o literario ahora: ¿Cree estar usted en Babia, mi querido señor?
¿Te atreverías a pasar como un ser maleducado, descortés, agresivo? ¿Eso es lo que tú quieres ver en el espejo de ti mismo? O será una treta de maleante —que existen como arroz en este mundo inmundo— para sacarte algo, sobre todo el celular, tesoro auricular de nuestros tiempos; o es que tú lo que no quieres es reconocer tu Alzheimer. ¡Será que de verdad tienes Alzheimer! Lo que le faltaba al menú socialista de nuestros infortunios.
*Lea también: La paz sea con nosotros, por Paulina Gamus
Mientras el semáforo cambiaba de rojo interminable, título marxistoide de película muda, a verde esperanza, casi que azul turqués estupefacto de democracia boba y desplazada, le respondí que bien, qué más quedaba. ¿Y la tuya?, completé educado y defensivo, pero no falto de perspicacia casi que transmutado en él y pendenciero. Aunque tampoco le grité, faltaba más, la que es mi comadre, que por estas tierras olvidadas de Dios tiene singulares connotaciones y podría dar pie tal vez a un rifirrafe. Y cada quien, colorín colorao, a mano alzada de saludo falso en alcabala, aceleró a lo suyo. ¡Qué alivio!
Me quedé pensando en cómo es que iba a reconocerme a través de este antifaz antiviral, con distanciamiento social incluido. O es que el anzuelo para pescar ingenuos es el mismo a pesar del cambio de pecera; de clientela disculpen. Las leyes inexorables del mercado, querido Sancho transeúnte.
Pero si te pones a ver, la familia, esa abstracción hermosa, es noción cada día más distante y voluble. Se la define como la célula fundamental de la sociedad y ello habría que revisarlo debidamente a la luz de lo que en la realidad ocurre. Lamentablemente, a la familia que se define y marca aún en libros tan pesados y pasados de moda como la mayor parte de los conceptos que en ellos se contienen, ya no es la que fue o está en proceso acelerado de mutación.
Y es que, de tanto repetido se hizo obvio, no sé quién fue el primero en calificar a la familia como célula y además fundamental y luego de la sociedad. Quedó como nostalgia andante de algún tipo de pertenencia a una cierta noción de continuidad, de trascendencia personal y grupal que implica o implicaba más bien llevar un apellido que de alguna forma te distinguía, marcaba caminos y herencias, más allá de asignarte un lugar en la lista del colegio.
La familia de hoy se ha transferido, mutado profundamente y en un sentido muy amplio; tanto así que pudiera establecerse que es un fenómeno «epocal», propio de sociedades más o menos civilizadas, más o menos ricas, más o menos pobres, más o menos perseguidas, y ahora si definitivo, a todas las combinaciones posibles entre ellas.
Más o menos, quizás, tal vez, quién sabe, sea dicho, son recursos del idioma para decir que todo resbala inconcluso y en apariencia incongruente, y a veces, indiferentes, fríos o incapaces, queremos también que nos resbale hasta para salvarnos de nosotros mismos. Por cierto, desarrolladas no quiere decir que necesariamente sean civilizadas o cultas; amén.
Ahora más bien sociedad de desamparados donde las relaciones personales, sociales, familiares, se han transferido, perdido de lugar conocido, de centro, extraviadas son cada día más distantes. Por tantas razones han mudado de espacio y de sensitividad. Aquellas relaciones entre padres-hijos, abuelos-nietos, hermanos-hermanas, tíos-sobrinos, amigos y vecinos, comunidad, barrio-municipio-ciudad-estado-país, iglesias-feligreses, partidos políticos-militantes- simpatizantes, artistas-seguidores, etc., son cada día por lo general más escasas, realidades ausentes o tenues, presentes en imágenes, cadenas rotas y frías pero cada día tal vez más pragmáticas por aquello que la escasez impone. Porque irse es una opción o una necesidad y quedarse, obligación, dejadez, infortunio o compromiso.
Las migraciones voluntarias u obligadas, por razones tan variadas como puede ser el hambre o la persecución, tan crecientes e inhumanas todas, son un signo de nuestro tiempo. Las nociones y las realidades de la soberanía, el Estado, la nacionalidad, la identidad, estabilidad, costumbres y muchas más, como lazos de vida en común, están en pleno proceso de indetenible cambio, lento o brusco, o de ruptura abrupta o inconclusa. ¿De extinción? No osaría afirmarlo. Todo se mueve de lugar, aunque uno no se traslade de sitio. Sociedad de todos huérfanos más bien es lo que crece por doquier y a eso pareciera debiéramos prepararnos por un tiempo mayor e interrogante. Sociedad-soledad dos voces semejantes.
Leandro Area Pereira es escritor, profesor y diplomático.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo