La fatalidad del aislamiento, por Américo Martín
El aislamiento del proyecto diseñado por Hugo Chávez y sostenido hasta la desesperación por Nicolás Maduro es, dicho sin retórica fácil, la consecuencia del colapso de una estrategia cuyo objetivo central era ¡otra vez! tratar de alcanzar el imposible teórico que Marx anunció en 1848 y perfeccionó en 1867. No digo que Chávez fuera un tardío marxista. Fue simplemente otra prueba de que el comunismo y el socialismo son utopías del siglo XIX y como tales, de imposible aplicación. Esos nombres fueron usados para fines estéticos de sistemas totalitarios.
El auge del chavismo fue palanqueado entre 2004 y 2007 por el fuerte crecimiento económico que, al impulso del petróleo-caro, proporcionó a aquella fantasía el más inusitado financiamiento. El exabrupto diseñado con pretensiones de modernidad sacralizó el énfasis marxista en la industria pesada y en la dictadura de la ciudad sobre el campo. En manos de Stalin semejante modelo hizo de la Unión Soviética una gran potencia militar con algunas ramas industriales desarrolladas cimentada en la estatización de la industria pesada. Pero sostenida no por el consenso sino por la más feroz represión. Frágil castillo de naipes, tal sistema se derrumbó solo.
Todo intento de repetirlo corrió la misma suerte, incluso el del audaz comandante barínés quien montó un andamiaje que le proporcionó liderazgo en el continente e influencia en casos poco recomendables
Sus nuevos aliados revertieron sus progresos geopolíticos: Mugabe, Gaddafi, Sadam, Al Qaeda, Hezbolá. En su patio cercano ocurrió algo similar. Imposible conciliar la necesaria alianza con Colombia y su acercamiento a las anti-colombianas FARC y ELN. A cambio de alianzas perniciosas, dejó caer, por ejemplo, el gasoducto colombo-venezolano que nos colocaría en puertos de aguas profundas en el Pacífico.
El fracaso de su modelo, las amistades que más bien le resultaron adversas, además de sus violaciones a la Constitución y DDHH decretaron su acelerado aislamiento. Con visión estratégica, Chávez había construido un andamiaje hemisférico bajo su personal dirección. Sus componentes: Alba, Unasur, Celac, Petrocaribe, Petrosur, Petroandina perdieron musculatura o no carburaron. Tampoco Bancosur, cuya fantasiosa misión era suplantar al Banco Mundial, el FMI y otros organismos multilaterales. A Maduro debió pegarle en el alma oír a Pepe Mujica y el FA de Uruguay tacharlo de dictador. ¡Ah y de Mercosur salió con poca gloria y mucha pena!
La economía no tumba gobiernos dice el refrán, pero el empobrecimiento del país es tan severo y la diáspora tan inquietante que sin duda impulsan la lucha por el cambio democrático y la solidaridad mundial. La oposición unida alrededor del eje Guaidó-Asamblea Nacional, contrasta con el visible deterioro de la otra acera
Para ralentizar su aislamiento, el bloque gobernante se sienta sobre bayonetas. Los informes referidos a violación de DDHH, lejos de contenerlo lo dinamizan: el informe Bachelet es prueba viviente. ¿Adónde conduce el desgaste del bloque de poder? ¿Cómo detener la diáspora o las hambrunas? ¿Ciertamente el dilema es guerra o negociación? Teóricamente la primera no es descartable debido a los focos de tensión potencialmente detonantes, pero las guerras civiles son en nuestro país un anacronismo, más para reforzar argumentos que para gastar municiones. La negociación se atiene a la lógica del cómo pierdo o gano más: si aceptando elecciones libres al abrigo de las garantías constitucionales o alzándome contra el mundo que presiona salidas incruentas.
Por supuesto están en su derecho los que piensen en la inevitabilidad del remedio extremo. Mambrú por ejemplo –¡qué dolor! ¡qué pena!– en alarde de respeto a sus propias convicciones se fue a la guerra y no sé cuándo vendrá