La fotografía hecha por todos, por Fernando Rodríguez
Bien sabido es que uno de los objetivos más contundentes de los surrealistas era que “la poesía debía ser hecha por todos”. Es una fórmula compleja químicamente hablando. Hay algo, sí, del comunismo de la época, que los surrealistas adoptaron a ratos no sin muchos baches y resistencias, pero siempre anticapitalistas y detractores de las buenas costumbres e instituciones burguesas. Pero no es lo principal para propiciar una poesía que distaba mucho de los cánones regimentados y pesados del realismo socialista, que difundía una dogmática oficialista sin riesgos ni inventiva.
Simplificando mucho su estética o su poética se basaba en dejar que el inconsciente hablara espontáneamente y sin otro mandato que la libre asociación lingüística que podía conducir a la iluminación. Y esa libertad universalizada dependía del azar y los misteriosos caminos del mundo subterráneo de la mente, seguramente cierto en parte, pero la exageración era uno de sus sellos grupales. Agregaban un poco del espíritu provocador y desafiante que los acompañó siempre. Resultó una utopía hasta el día de hoy.
Bueno, algo parecido ha terminado por pasar con la fotografía, en la era digital sobre todo. La fotografía es ciertamente ambigua por naturaleza, es una forma de documentar y también un arte. La foto de la cédula y Cartier-Bresson. Cosa bien sabida, pero lo interesante es que salvo en casos extremos la fotografía es arte y registro documental, en proporciones infinitamente variables. La pintura también lo fue hasta que la fotografía le ganó la partida documental.
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Cartier-Bresson mismo, que se considera uno de los más grandes, era también un reportero gráfico que documentaba acontecimientos para una gran agencia, Magnus. Y Richard Avedon era un extraordinario artista y un fotógrafo de moda. Pero no es el problema que me interesa ahora. Hablo de gente que toma fotos familiares o turísticas… y que incluso no sabe, en muchísimos casos, que hay un arte fotográfico. Toma fotos para que no se olvide el cumpleaños de fulanita, su hija adorada. O para adular a esa chica en bikini. O para apresar ese paisaje que lo conmueve en vacaciones. O el policía que le está dando como una bestia al manifestante indefenso. O se toma a sí mismo por puro narcisismo. Y un etcétera inconmensurable.
Es a ese fotógrafo sin aspiraciones ni nociones conceptuales del arte al que me refiero. Ese tipo se ha vuelto un fenómeno con su teléfono que le permite tomar fotos cuando le da la gana y mira que le suelen dar ganas. El planeta tiende crear una especie de dobles y triples, tantas fotos que por lo demás muchos no tienen tiempo de volver a ver ni las suyas.
Bueno lo que quería subrayar porque me parece curioso de esta manía universal es que, sin saberlo muchas veces, a pesar suyo incluso, ese aficionado es en alguna medida un artista. Brillantes o torpes sus fotos van a ser producto de una actitud estética, de tratar de hacerlas lo mejor posible. De buscar la aprobación de grandes (hasta las pone en las redes) o pequeños públicos. Va al tema que cree significativo. Busca la perfección técnica. El encuadre elocuente. Dirige los modelos. Y expresa algo así como un halo poético vaya usted a saber cuál en cada quien. Ese pintor con cámara realiza en alguna medida el sueño de los surrealistas con el poema, gracias a su ignorancia, a su obsesividad y al deseo de belleza que debe haber en cada uno de los humanos.
No está mal, no hay que ser despiadados con los bichos y vicios tecnológicos. La fotografía, y es algo, la hacemos todos crecientemente.