La furia irrevocable, por Fernando Rodríguez
La furia que es la actitud que dice haber asumido la dictadura, es sin duda temible. El diccionario de la Academia le da a la palabra significados de violencia, arrebato y hasta de locura. Es el desenfreno que hemos visto crecer en estas últimas semanas: inhabilitaciones de los contendores para sacarlos de la competencia electoral, agresiones sin piedad a quienes manifiestan en las calles su apoyo a los candidatos opositores, cárcel y tratos ilegales e inhumanos a todo sujeto incómodo al que se le atribuyen macabras y absurdas conspiraciones, con magnicidios incluidos, no una sino cinco en los últimos meses: y, muy curioso, todas explotaron a un mismo tiempo.
El caso de Rocio San Miguel, esa gran dama y tenaz luchadora, es un magnífico ejemplo de la represión desaforada. Y para completar, una especie de récord mundial antidemocrático, la expulsión de la oficina de la ONU abocada a preservar los derechos humanos, posiblemente sin precedentes planetarios.
Algunos piensan que todavía hay esperanzas de un reacomodo del camino, se habla hasta de un Barbados II. No, la simple anulación de la participación de Machado que el pueblo, en contante y sonante, había ya electo para conducir el futuro, es un mal irreversible de la ira bolivariana.
El país, pues, en estado de destrucción de los pocos restos de democracia que le quedaban va camino de igualarse con Nicaragua. Falta que la cojan con la iglesia, atención clérigos.
Por supuesto que semejantes desafueros represivos han suscitado la reacción de las más importantes instituciones internacionales defensoras de los derechos humanos, para empezar con la ONU, y numerosos países democráticos. Como pocas veces.
El gobierno ha chillado y repetido las letanías de siempre: el imperialismo y sus secuaces que atentan contra la revolución. Por cierto, que habría que hacer énfasis -cada vez que se pueda- que esto de revolución ya no tiene absolutamente nada; estamos atravesando un sólido paquete neoliberal y su único distintivo, además de la cleptocracia, es su amoroso acercamiento a todas las tiranías de este mundo, sean del color que sean. De Ortega a Putin. De la monarquía coreana del norte a los cubanos.
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Esto último es importante. Todo parece indicar que los residuos de búsquedas de relaciones con Estados Unidos para intentar el levantamiento de las sanciones económicas visiblemente llegan a su fin y su adhesión a la internacional de las tiranías es ahora definitivo y monolítico. Por cierto, que la política reciente de Joe (Biden) con Venezuela es uno de sus peores lapsus, sobre todo la liberación de Saab, con cuentas negras en varios países, entre otras debilidades tendientes a buscar la corrección y el petróleo de nuestros tiranos. Seguramente la renuncia de Juan González, el funcionario más cercano al manejo de esta línea, es producto de tales desatinos.
Algunos piensan que todavía hay esperanzas de un reacomodo del camino, se habla hasta de un Barbados II. No, la simple anulación de la participación de Machado que el pueblo, en contante y sonante, había ya electo para conducir el futuro, es un mal irreversible de la ira bolivariana. Esta sólo parece posible limitarla expeditamente como hacían en los psiquiátricos de antaño, y quien sabe si algunos conductistas de ahora, solo con un contundente electroshock.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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