La Gran Venezuela Bolivariana
1973. En el Medio Oriente fue la era de la “Gran Civilización” ; en América Latina, la época de “La Gran Venezuela”. Aquel año, los miembros de la OPEP habían producido exitosamente la más radical transferencia de riqueza jamás ocurrida sin guerra. Aprovechando su capacidad institucional para fijar los precios y mediante la nacionalización de su producción doméstica, esos países, que habían sido en el pasado casos de estudio sobre dominación extranjera, finalmente parecían haber obtenido el control sobre su recurso natural primario. Los precios del petróleo se dispararon de la noche a la mañana –de 3 a 10 dólares por barril, alcanzando ocasionalmente unos fantásticos 40 dólares por barril en el mercado spot después del segundo boom petrolero de 1980. Tan sólo en el breve periodo entre 1970 y 1974, los ingresos gubernamentales de los países de la OPEP se multiplicaron por once. El dinero se derramó sobre sus tesorerías nacionales a una tasa sin precedentes. “Más dinero”, recordaba un ministro de Finanzas, “que el que en nuestros más delirantes sueños habríamos creído posible”.
El diluvio de petrodólares dio nacimiento a nuevas aspiraciones —de prosperidad, de grandeza nacional, de equidad y de autonomía—, en resumen, de un futuro que lucía marcadamente distinto de la pasada dependencia del petróleo. Los líderes de los países petroleros creyeron que finalmente serían capaces de “sembrar el petróleo” —esto es, de dirigir la acumulación de capital desde el petróleo hacia otras actividades productivas.
Los nuevos ingresos provenientes del petróleo habrían de proveer los recursos necesarios para “alcanzar” al mundo desarrollado, brindando simultáneamente a sus pueblos estabilidad política y una vida mejor. Tal como lo explicó el presidente venezolano CAP (entrevista en Caracas, marzo de 1979): “Algún día ustedes los americanos conducirán carros con parachoques hechos con nuestra bauxita, con nuestro aluminio y con nuestro trabajo. Y nosotros seremos un país desarrollado como ustedes”.
Menos de una década después, aún antes de que los precios del petróleo comenzaran su dramático desplome en 1983, estos sueños yacían en ruinas. Los países exportadores estaban plagados de cuellos de botella, quiebras en la producción, fuga de capitales, drásticas caídas en la eficiencia de sus empresas públicas, inflación de dos dígitos y monedas sobrevaluadas. Ni siquiera la duplicación de los precios del petróleo, una vez más, en 1980, logró sacarlos de su estancamiento. Sus problemas fueron subsecuentemente exacerbados por el agudo descenso de los precios a lo largo de los años 80, lo cual rápidamente transformó sus expectativas de prosperidad sin paralelo en poco más que un doloroso recuerdo. Dirigidas por gobiernos que se revelarían incapaces de una gestión económica sana, la mayor parte de las naciones exportadoras de petróleo se encontró con un desempeño económico, y con una dependencia del petróleo y de la deuda, peor que en los años anteriores a la bonanza.
Hacia los años 90 enfrentaron, incluso, la relativa desnacionalización de sus industrias petroleras, al buscar nuevas formas de participación de las compañías petroleras extranjeras que anteriormente habían rechazado.
(Tomado del capítulo I de La paradoja de la abundancia — The Paradox of Plenty—, de Terry Lynn Karl, texto seminal sobre la naturaleza del petro-estado. Traducción de TalCual).