La guerra de los Roses, por Teodoro Petkoff
En una vieja película, «La guerra de los Roses», la trama se refiere a una pareja que con mucho amor construye su hogar y la bella mansión que lo alberga y luego, en el proceso de divorcio, va destruyendo la casa y agrediéndose mutuamente, cada vez de manera más feroz e irracional, hasta que los protagonistas, para el caso Michael Douglas y Kathleen Turner, terminan por morir juntos, al caer desde gran altura una lámpara de la cual colgaban ambos. La actual situación venezolana recuerda esa película. La confrontación está adquiriendo tintes que amenazan seriamente la salud de la República y la integridad física de sus habitantes.
Por un lado, el gobierno, y el discurso de Chávez antenoche borra cualquier duda al respecto, no tiene ahora más propósito que derrotar el paro. Es su prioridad absoluta. La oposición que representan Ortega y los dos Fernández aspira a la rendición incondicional del gobierno. Ambos sectores asumen la confrontación como un torneo que sólo terminará cuando una de las partes imponga su voluntad a la otra por la fuerza. El nombre del juego es «todo o nada». La Mesa de Negociación viene siendo una especie de concesión que cada parte hace a su respectiva galería -sobre todo internacional. Pero la negociación no avanza porque cada bando está atrincherado en una posición de fuerza. Para unos, «el paro no es negociable»; para otros, «mientras haya paro no se negocia nada». El juego, pues, está trancado. Recontratrancado.
Pues bien, ambos lados están equivocados. El paro, por sí mismo, no puede doblegar al gobierno. De hecho, el paro petrolero (que es el que verdaderamente duele), muy poquito a poco, está siendo revertido. Sin embargo, el gobierno no tiene cómo restablecer la normalidad en una industria tan compleja, en un plazo razonablemente corto.
Tal como están las cosas, la única alternativa para evitar que el país termine de irse por el barranco está en negociar el paro y las elecciones como parte de un mismo paquete. Algo que permita, simultáneamente, ir desescalando el conflicto y abriendo el camino hacia el adelanto de las elecciones. Quedarán cabos sueltos, pero éstos serán atados posteriormente, una vez que la solución global sea alcanzada.
Para su juego, las partes deberían tener clara la inmediata perspectiva económico-social -y por ende política-, si esto sigue como va. El petróleo conforma el 25% de la actividad económica nacional (PIB). Un promedio de producción que este año, en el mejor de los casos, difícilmente iría más allá de 1,5 millones de barriles diarios, tumbaría el PIB petrolero a la mitad ( 12% del total). Esto apunta a una caída del PIB total, a finales de año, superior al 10%. El estrujón fiscal será brutal y la economía y el empleo estarán en ruinas. La guerra de los Roses habrá terminado, pero ninguno de sus protagonistas actuales será el vencedor. ¿Quién recogerá los vidrios rotos y los cuerpos exánimes?