La hora de la prepolítica, por Rafael Uzcátegui

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Todo movimiento social atraviesa ciclos: momentos de avance, ofensiva y visibilidad; y momentos de repliegue, recogimiento y defensa. Luego de la gesta ciudadana del 28 de julio y la cruenta represión posterior, Venezuela vive hoy una fase de repliegue. Nos encontramos intentando asimilar las consecuencias del fraude electoral, el cierre del espacio cívico y los profundos cambios en el contexto nacional e internacional.
Persistir en las narrativas y formas de acción previas no solo revela una incomprensión del momento actual, sino que también desconecta del sentir mayoritario de la población. Es hora de dar un paso atrás, no para abandonar la lucha, sino para preservarnos, cuidarnos y mantener viva la esperanza. Es la hora de lo prepolítico.
¿Qué entendemos por «prepolítica»?
En filosofía política y sociología, el término «prepolítica» designa aquellas actitudes, vínculos o prácticas sociales que, aunque no se expresan aún como acción política organizada, contienen un potencial transformador. Son formas de vida que aún no se articulan como demandas, discursos o movilización, pero que pueden devenir en política consciente.
En algunas lecturas, lo prepolítico puede tener una connotación negativa, como sinónimo de pasividad, resignación o falta de conciencia. Sin embargo, aquí proponemos una interpretación distinta: lo prepolítico como un terreno fértil, donde se siembra el afecto, la confianza, el cuidado mutuo y los vínculos que, en un momento de protagonismo ciudadano posterior, permitirán resistir y reconstruir con eficacia.
Del 28J al cierre total
La organización y movilización ciudadana en torno a las elecciones del 28 de julio —y las protestas que le siguieron— fueron un momento épico, digno de ser reconocido. Fueron también la culminación de años de esfuerzos colectivos: desde las grandes protestas de 2017 hasta la participación electoral como apuesta de cambio pacífico. Pero el poder se sostuvo a la fuerza.
La comunidad internacional y los mecanismos de negociación, como los Acuerdos de Barbados, no lograron contener la deriva autoritaria. Convertido en una minoría social, el régimen optó por desplegar el terrorismo de Estado: cárcel, exilio, censura y nuevas leyes represivas. Lo electoral, lo institucional y lo insurreccional fracasaron. El espacio cívico se estrechó hasta casi desaparecer.
Entre el desconcierto y el dogma
Frente a este escenario, algunos sectores del liderazgo político se comportan como si nada hubiera cambiado. Repiten recetas como mantras: «hay que seguir votando», «hay que dialogar», como si el 28J no hubiese sido un quiebre profundo. Su desconexión de las mayorías fue evidente en las elecciones regionales del 25 de mayo.
Con humildad, es necesario reconocer que ninguna de las estrategias conocidas logró fracturar al bloque dominante. Por eso, insistir mecánicamente en ellas no solo es ineficaz, sino que puede agotar lo que queda de capital social. En lugar de avanzar ciegamente, tal vez sea el momento de detenernos y observar: ¿qué realidad enfrentamos? ¿qué horizontes necesitamos recomponer?
Lo que sí podemos hacer
En este nuevo terreno, marcado por el miedo, la represión y el desconcierto, surgen preguntas urgentes: ¿Cómo recomponer el tejido social y nuestras organizaciones? ¿Cómo transformar el miedo —natural— en cuidado y acción discreta? ¿Cómo generamos confianza en medio de la desconfianza inducida? ¿Cómo se articulan quienes están fuera del país con quienes resisten dentro? ¿Cómo adaptarnos sin rendirnos? ¿Cómo cuidarnos sin dejar de denunciar?
Los manuales clásicos de activismo están pensados para democracias funcionales y campañas ofensivas. Pero también existen fases defensivas, momentos de repliegue donde el objetivo no es avanzar, sino preservar capacidades, cuidar a los nuestros y mantener viva la llama.
Pensar en términos de supervivencia puede parecer políticamente incorrecto. Pero no hacerlo es aún más riesgoso. No reconocer el momento que vivimos no lo transformará. Esperar puede ser una opción, siempre que ese tiempo se use para recomponer confianzas, rearmar redes y resistir desde lo cotidiano.
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Volver a lo esencial
Lo prepolítico no es resignación. Es volver a las bases: la confianza, el afecto, la restauración del valor de la palabra, el cuidado mutuo. Es reencontrarnos para sostenernos. Es saber que incluso en la oscuridad más profunda, cuidar a otro ya es una forma de resistencia.
El quiebre de un sector del liderazgo, y el previsible agotamiento del otro, pudiera terminar de implosionar lo que queda de nuestras organizaciones de referencia. El repliegue puede ser visto como una oportunidad de recomponer, desde lo básico, nuestras comunidades sociales, política y afectivas. Sin confianza no hay comunidad. Y sin comunidad, no hay resistencia posible en el futuro.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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