La Huella Hídrica, por Carlos M. Montenegro
A mi hermana Dorita, gran ahorradora hídrica
Montones de especialistas nos mantienen en vilo bombardeándonos con predicciones apocalípticas sobre el calentamiento global que pronto terminará por descongelar el hielo de los polos y acabaremos inundados y ahogados como en un cataclísmico evento con gran final hollywoodense. Y hay otros que nos cuentan lo contrario, que debido al cambio climático habrá una desertización mundial cuando el calentamiento terráqueo evapore toda el agua del deshielo, desertizando al mundo de tal modo que el Sahara parecerá la pradera donde Heidi retozaba cantando su “abuelito dime tú…”.
Entre tan alejados extremos hay todo un arcoíris de apocalípticas teorías a cual más peregrina. Y al parecer todo eso es debido a la pertinaz estupidez del ser humano. ¿Será verdad o son simplemente predicciones apocalípticas de auténticos, neo, seudo, o proto científicos, con la simple intención de figureo? En lo personal yo diría que todos tienen algo de razón. Trataré de explicarme esperando no me tomen por acomodadizo o chaquetero.
Es un hecho incontestable que avanzando el sigo XX la electricidad se fue convirtiendo en la madre de todos los servicios; en broma se dice que si fuera posible “cortarle la luz” a cualquier nación poderosa del mundo, como Rusia o EEUU, ganarles la guerra sería fácil, pues no funcionarían la mayoría de los modernos pertrechos y aparatos que les provee su predominio militar.
Sin embargo la cosa no fue siempre así antes de que Benjamin Franklin descubriera en 1752 la potencia de la electricidad, o que Thomas A. Edison patentara en 1880 su fantástica bombilla incandescente: Desde Adán y Eva, la humanidad pudo a lo largo de miles de milenios vivir y progresar sin echar para nada en falta la energía eléctrica.
Por el contrario, el hombre no hubiera existido sin el agua contenida en la líquida hidrósfera uno de los tres imprescindibles elementos físicos que componen la tierra junto a la litosfera (el sólido) y la atmósfera (el gaseoso). La combinación de estos tres elementos es lo que hace posible la vida en nuestro planeta. Sin ellos la tierra nunca hubiera “sido”.
El agua es la substancia más importante para el ser humano, lo mismo que para el resto de los animales y seres vivos que nos acompañan al menos en nuestro planeta. Resulta curioso y no debe ser fortuito que el 70% del globo terráqueo sea agua y que el mismo porcentaje de nuestro cuerpo sea agua también*.
Informes científicos serios revelan que para el año 2025, 67 de cada 100 personas, vivirán en lugares en los que la demanda de agua dulce será mayor que la cantidad disponible.
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En el hacer cotidiano se emplea gran cantidad de agua para beber, asear, cocinar, lavar y fregar, entre muchas otras cosas. Pero proporcionalmente se utiliza todavía mucha más agua a nivel fabril en los sectores agroalimentario, papelero, textil, metalúrgico, etc.
Esa circunstancia originó un nuevo concepto: huella hídrica definido en 2002 por Arjen Hoekstra y Mesfin Mekonnen, dos investigadores del Centro del Agua de la Universidad de Twente (Países Bajos). Su estudio tuvo tanto impacto que quedó establecida como relación estándar entre agua y sostenibilidad.
La huella hídrica es un indicador de uso del agua que tiene en cuenta tanto el uso directo como indirecto que hace un consumidor. Se define como el volumen total de agua dulce que se utiliza para producir los bienes y servicios de un individuo, de una comunidad o de una organización.
La huella hídrica nace en el análisis de los impactos que genera el hombre en los recursos hídricos, ya sea por el consumo humano o por la contaminación del agua, y se mide en el volumen de agua consumida, evaporada o contaminada, ya sea en unidad de tiempo o de masa.
Para calcular la Huella Hídrica se clasifican las fuentes del agua en: Agua azul, que es el volumen de agua dulce consumida de las aguas superficiales (ríos, lagos y embalses) y subterráneas (acuíferos). Agua verde, el volumen de agua evaporada de los recursos hídricos. Y Agua gris el volumen de agua contaminada desechada tras la producción de bienes y servicios. Además hay Huella Hídrica Directa, el uso de agua para la producción, fabricación o actividades de mantenimiento por parte del operario y la Huella Hídrica Indirecta, que es el uso del agua en la cadena de distribución del fabricante, productor o industrial.
Según recientes estudios la huella hídrica anual que genera de media cada persona es de 1.385 metros cúbicos, equivalente al volumen de media piscina olímpica. Se refiere a la cantidad de agua dulce que de forma directa o indirecta ha hecho falta para que pueda alimentarse, vestirse, trasladarse de un sitio a otro, en definitiva, para desarrollar su rutina una persona promedio. Los bienes que empleamos en nuestro día a día consumen una determinada cantidad de agua, eso es en términos de sostenibilidad lo que calcula la huella hídrica**.
Gracias a este indicador medioambiental se puede medir el impacto humano en los recursos hídricos, tan valiosos como escasos en el planeta. En el área alimentación, los cereales, la carne y la leche son los que más agua requieren en su proceso de producción. Para hacerse una idea para cosechar un kilo de arroz se requieren 3.400 litros de agua; para un kilo de maíz 900 litros; un kilo de trigo 1.300 litros y un kilo de carne de vacuno 16.000 litros, gana el pollo con apenas unos 4.000 litros de agua por cada kilo.
Son estadísticas reales aunque puedan parecen cifras exageradas y extraordinariamente llamativas por contradictorias. Investigando cuestiones para la huella hídrica, me entero que en el continente americano ocurren cosas insólitas como que el volumen de agua de las cataratas del Niágara permitiría llenar 2.800.000 botellas de un litro por segundo, o que el río Amazonas es el responsable de desembocar la quinta parte de agua total que se vierte en los océanos de la tierra.
Mientras en Chile, el desierto de Atacama es 250 veces más árido que el súper desértico Sahara. Atacama ostenta asimismo el récord de la sequía más larga jamás registrada que duró 4 siglos exactos. Se extendió desde el año 1571 hasta 1971 registrando 0 litros por metro cuadrado.
Inexplicablemente el consumo mundial de agua cada 20 años se duplica a un ritmo dos veces mayor de lo que crece la raza humana.
Cuando vayamos a desayunar no olvidar que para producir 1 taza de café se necesitan 140 litros de agua, y si es con leche, la producción de un litro requiere 1.000 litros de agua. Una rebanada de pan de 30 gramos tiene una huella de agua de 18 litros. Mi intención no es amargarles el café de la mañana, pero si van echarle azúcar sepan que se han usado 197 litros de agua por kilo, siempre que sea de caña, porque la de remolacha es mucho más cara en agua.
En Venezuela sabemos también de carestías y escaseces de todo, pero en dinero, e incluso en dólares.
Sin óbice ni cortapisa.
Una vez más ha sucedido otro hecho insólito, lo que aquí ya es norma: Carol Romero, joven productora de radio del grupo radial FM Center, fue detenida el jueves pasado, por la GNB, cuando estaba grabando una reyerta entre guardias y manifestantes por la falta de gasolina en una estación de servicio en la carretera de El Junquito. Mientras escribo esto, según el Sindicato de la Prensa (SNTP), aún no hay noticias de su paradero; y es que los periodistas no aprenden, cuentan lo que está pasando y están equivocados, tienen que contar lo que no está pasando, o mejor callarse. Y la gasolina “no será” problema.
* Señores que nos gobiernan apréndanse bien este párrafo por favor. Cuando prometan de todo, no olviden que ustedes con el tiempo irán, (del verbo ir), incluidos en el “pack”. La gente sin agua, ineludiblemente muere por deshidratación. Y no es joda.
** Si está leyendo este artículo en un “smartphone”, en su mano hay casi 13.000 litros de agua dulce de huella hídrica, calculando toda el agua utilizada en la producción, embalaje y transporte del dispositivo hasta que llegó a sus manos.