La ideología como problema, por Bernardino Herrera León
¿Por qué un país como Venezuela está sumergido en tan colosal desastre? Una sola palabra basta para resumir la respuesta a la pregunta: Ideología. Como es ideología la fuente que alimenta la arrogancia con la que el señor Nicolás Maduro hostigó al periodista venezolano de la francesa AFP, negándose a responder sobre el caso de la detención de los bomberos merideños Carlos Varón y Ricardo Pietro. El periodista es un enemigo ideológico.
Defino ideología como la sustitución de la realidad por parte de algunas ideas, que suelen mantenerse inmutables en el tiempo, y aunque sean refutadas una y otra vez por la realidad, se siguen sosteniendo como la verdad inalterable.
Autores como Carlos Marx, Sigmund Freud y Douglas North han propuesto, también, definiciones de ideología. El primero, como falsa conciencia. El último, como un economizador de la toma individual y social de las decisiones. La definición que propongo se acerca más a esta última, pero la considero insuficiente.
La ideología es un problema, una enfermedad social, un cáncer. Deforma la condición humana de quienes la padecen. Puede convertir a una persona en una brutal bestia asesina sin escrúpulos. Porque la ideología puede trastornar al punto de eliminar las barreras que impiden perjudicar o agredir a otras personas. Personajes tristemente célebres del chavismo lo demuestran constantemente
Más allá de los conceptos teóricos, la ideología es un problema muy serio, porque es la mortal enemiga de la convivencia social, origen y causa de muchas guerras y genocidios.
Suelo poner como ejemplo la trayectoria de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la guerrilla marxista más antigua del mundo, fundadas en 1964, proclamando un proyecto “revolucionario” de redención y justicia social. Progresivamente, se fueron transformando en una organización delictiva y terrorista, cometiendo crímenes en masa, secuestros, reclutamiento forzado de niños, expropiaciones de bienes y muchas otras atrocidades, llevadas a cabo con especial sangre fría y crueldad. Su “manifiesto”, publicado a principios de 2002, describía su doctrina militar como de “amor al pueblo y el odio a la tiranía”. Y en nombre de esa redención y justicia se igualaron con regímenes y movimientos políticos en barbaries y genocidios.
¿Qué llevó a un movimiento político inspirado en la igualdad y la justicia social a convertirse en una sanguinaria maquinaria de odio y violencia? La respuesta es la misma: la ideología.
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Hasta el presente, la ideología se concebía como parte de la cultura humana. Se confundía con religión y hasta con la ciencia. Según esto, todos los humanos poseemos una ideología, que sería vista como al normal, como parte de la cultura.
Pero esta afirmación es una premisa falsa. Porque muchas decisiones que los humanos tomamos a diario resultan de la emocionalidad y la racionalidad, no necesariamente de una doctrina ideológica que tiende por naturaleza propia a fanatizarse. La justificación para matar, transgredir, defraudar, engañar con premeditación, corromper y corromperse y demás formas de comportamiento delictuoso sólo se fundamenta de dos modos, en la psicopatía de la mentalidad criminal y en la ideología, aunque la frontera entre ambas sea imperceptible.
Quizás, el problema para definir ideología se deba a la diversidad de “ideologías”. Alistemos algunas: El racismo, al sostener que unas razas son superiores a otras, por tanto, la superior debe dominar. El nacionalismo, que considera el territorio de nacimiento como criterio de distinción humana para fundamentar la discriminación. El fundamentalismo religioso, al imponer una única religión como la verdadera, y declarando enemigos o “infieles” a quien no la profese. El fascismo, que impone el interés supremo del Estado por encima de cualquier interés individual. El comunismo o socialismo, que instaura la supremacía de una clase social sobre las demás, a través del poder del Estado. Recientemente, en su monumental libro Los enemigos del comercio, el español Antonio Escohotado afirma haber descubierto una ideología muy antigua, el “pobrismo”, que consiste en concebir la propiedad como un robo y por tanto que debe ser eliminada. Todas estas “ideologías” muestran patrones comunes, y todas conducen a una misma dirección: el exterminio entre humanos y a la pobreza. Por ello debe considerarse el singular para contenerlas.
La temática de la ideología es extensa. Pero bien vale destacar que todas las modalidades aquí alistadas detestan la libertad de expresión, hoy resumida en derechos de comunicación, que es una institución Moderna. Se basa en el principio de reconocimiento de las diferencias humanas y requisito indispensable para la convivencia social. Implica reconocer a otros y admitir la libre competencia entre las ideas. Esto es inadmisible para los enfermos de ideología.
Todas las “ideologías” son colectivistas. Todas anteponen el interés de la sociedad por sobre el interés individual. Pero el interés colectivo es abstracto e imaginario, nunca se tiene. Mientras que el interés individual es real y concreto, se tiene o no se tiene. En eso consiste la ilusión y el engaño del colectivismo
Promesa que explica el éxito logrado por fascistas y socialistas en el mundo, que consistió en asociar el interés individual con el egoísmo, considerado un comportamiento negativo y mezquino. Suprimir al individuo, a la individualidad, es también suprimir sus derechos esenciales: integridad personal, propiedad y libertad, que son al cabo, los valores más esenciales de la civilización y fuentes del desarrollo de la humanidad en la historia.
El politólogo norteamericano Samuel Huntington propuso en su libro El choque de civilizaciones una teoría que predice el enfrentamiento entre los diferentes bloques civilizatorios, tras fin de la Guerra Fría. Este enfoque lo refuto por confuso e inconveniente.
El verdadero enfrentamiento al que asistimos, tanto en el presente como desde el pasado, es entre las ideologías y la racionalidad. Próximamente, hablaré más sobre este crucial y determinante enfrentamiento, que involucra nuestra conflictiva actualidad y que produce tanta incertidumbre sobre el porvenir.