La imprenta, arma invisible de la conquista, por Simón García

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El arcabuz y el caballo han debido estar entre aquellas imágenes asociadas al conquistador, que ocasionaron mayor asombro y desconcierto en los indios. Dos símbolos de una forma de guerra hasta entonces desconocida en América. Ambos terribles, pero no siempre temibles.
La conquista, como apropiación de los nuevos territorios y dominación de sus habitantes, también contó con una tercera herramienta, menos visible y más persistentes, agentes de integración, paz y civilización: los libros. Mediante la letra impresa se adoctrinaba sobre la fe cristiana, se imponía una lengua y se inculcaba una concepción del mundo basada en los valores imperantes en España.
El arcabuz fue una extensión mortífera de las arrolladoras expediciones invasoras. El caballo una extensión de la capacidad de marchar a más velocidad y con menos esfuerzo propio. Ambos, formas visibles del poder de destrucción de los conquistadores frente al furioso y reactivo asedio de las tribus locales.
En cambio el libro, fue una extensión de la imaginación, los sentimientos y formas de pensar en el idioma y la lógica del viejo mundo que se transmitía a los del nuevo. Sus páginas revelaban la finalidad, justificación y condición de superioridad de la cultura de Europa, desde la perspectiva de sus portadores.
La acción de las órdenes mendicantes que vinieron de España era una conquista a fuerza de libros, diferente a la puramente militar, territorial, de traslado de instituciones o puro interés en extraer las riquezas minerales. Su naturaleza espiritual y religiosa demandaba medios que pudieran llegar a las almas y modelar una nueva conciencia para integrar a los pueblos conquistados al orden español.
El habla, la evangelización y el libro constituyeron el pasadizo para profesar una nueva fe en medio de un aprendizaje entrelazado: los que enseñaban a hablar español debían aprender las lenguas de los nativos. Este intercambio comenzó con la formación de los aborígenes traductores y luego con los sacerdotes que se dedicaron a estudiar las lenguas aborígenes. A entenderlos.
El libro fue agente de difusión cultural, expresión de poder, privilegio de una minoría y creador de un mercado público que logró sacar el conocimiento, gracias a la invención de Guttemberg, fuera de los silenciosos y cerrados monasterios donde se los custodiaba y reproducía a manos los copistas.
En España del siglo XY el libro impreso era una novedad. La innovación suponía un proceso complejo para instalar las imprentas. Echar a andar una fábrica de libros requería de permisos, operadores que conocieran armar las cajas de tipo, técnicos para mantener la máquina que los editaba, superar la revisión de la censura y poder llegar a las instituciones y personas que necesitaran leerlos.
La primera imprenta en España se instaló, de mano de un tipógrafo alemán que procedía de Italia, en 1471. El primer libro se editó en 1472, 20 años antes del primer viaje que llevó a Colón a América.
Los primeros libros que llegaron al Continente dentro del circuito comercial entre la metrópoli y las Indias fueron escasos y muy controlados por La Corona española y las jerarquías Católicas. En marzo de 1503, Fernando e Isabel, reyes de España dictan las primeras instrucciones sobre la enseñanza del catecismo, la lectura y la escritura a los encomenderos. La Casa de Contratación de Sevilla que fue el primer puerto español encargado de esta ruta de intercambio de productos entre 1503 y 1717 aplica las normas de control para impedir la exportación a América de libros profanos y lecturas venenosas.
Los ejemplares permitidos eran los destinados a la enseñanza de la religión católica; los libros de hora; recopilaciones de normas dictadas por la Corte; textos de derecho, agricultura, medicina, botánica,; cartillas para enseñar alfabeto y palabras del castellano; vidas de santos; crónicas de conquista y manuales sobre el funcionamiento de la administración. Los destinatarios principales eran los misioneros, los conventos, universidades y funcionarios de la corona.
Los libros se podían agrupar según sus géneros en los de lectura por devoción, para formación de mano de obra y mejoras del rendimiento del trabajo o de la tierra, por necesidades administrativas y en menor grado, lectura como refinada distracción. El objetivo era unir a los pueblos indígenas en el habla de una misma lengua, en la práctica de la religión católica y en la fidelidad a la corona de España.
Un proceso envuelto en dos eventos de gran trascendencia, en esa época, para España: el fin del dominio de ocho siglos de los árabes en la península y el inicio del dominio de varios siglos de España sobre las Indias. Reconquista interna y conquista externa…
La primera imprenta en este Continente llegó a México, por gestiones del Obispo fray Juan de Zumárraga y del Virrey, Antonio de Mendoza, comprada a Johan Cromberger, un impresor alemán residente en Sevilla y el cual obtuvo de la Corona Española los derechos de exclusivos de venta de libros en la Nueva España. Esa imprenta fue armada en 1539 por un técnico italiano de Brescia, Juan Pablos, empleado o enviado por Cromberger a México desde Sevilla.
A Lima, capital de otro importante Virreinato asiento de otra gran civilización precolombina, llegó en 1581, debido al sostenido empeño de un tipógrafo de Turín, Antonio Ricardo, después de un demorado y accidentado viaje, para finalmente encontrarse que en Perú existía una prohibición de editar libros. Las solicitudes de permiso de funcionamiento a Felipe II, por parte de las autoridades del Cabildo y de la Universidad lograron su cometido en 1584 con la expedición de una Cédula Real que autorizó la impresión en Lima de un Catecismo Católico en la lengua natural más general de los nativos.
A la Nueva Granada la imprenta llegó en 1737 por gestiones de los jesuitas y funcionó hasta la expulsión de esta orden de España en 1767. En 1793 Antonio Nariño, editó en imprenta propia y en español, Los Derechos del hombre y el ciudadano.
A la luz de esta cronología, se debe constatar que la instalación de una imprenta en Venezuela fue muy tardía. Es después de 280 años, cuando gracias al humanista americano, Andrés Bello, aparece el 24 de octubre de 1808 el primer número de la Gaceta de Caracas.
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En términos formales el primer libro publicado en Venezuela, con superior permiso como se indica en la portada, es el Calendario Manual y Guía Universal de forasteros para el año 1810. Los impresores de este primer libro, igual que de la Gaceta de Caracas, fueron Mateo Gallangher, un irlandés que en 1807 compró en Trinidad la imprenta que trajo Miranda en los fracasados intentos de sus expediciones emancipadoras de Venezuela y su socio, James Lamb, nacido en Escocia y quien, después de 1810 puso la imprenta al servicio de las luchas contra el despotismo y por la libertad.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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