La impronta de Menem en la democracia Argentina, por Fabián Bosoer
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Desde la recuperación de la democracia en diciembre de 1983, la Argentina demarcó sus ciclos políticos al ritmo de los períodos electorales y mandatos presidenciales, marchando siempre (tomando una imagen de Giovanni Sartori) “con una locomotora de un solo motor”.
El presidencialismo —esa locomotora— le dio forma a estos ciclos, pero también las propias características de la cultura política, la evolución del sistema de partidos, los liderazgos y las experiencias de gobierno que, a lo largo de cuatro décadas, atravesaron —en diferentes contextos y con diversa suerte— por comparables etapas de ascenso, estabilidad, prolongación y crisis.
La de Carlos Menem, el expresidente fallecido este domingo 14 de febrero a los 90 años, fue la más prolongada: gobernó desde julio de 1989 hasta diciembre de 1999, cubriendo completa la década de los 90, cuando el mundo salió de la Guerra Fría y los países latinoamericanos afrontaron el desafío de insertarse en la globalización.
Años después, iniciado el siglo XXI, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, marido y mujer, recogieran el legado —y las secuelas— de aquella experiencia y le pusieron su sello diferencial, recomponiendo esa locomotora y reorientándola en otra dirección, adaptada a un contexto internacional distinto.
El primer recambio de gobierno, del radical Raúl Alfonsín al peronista Carlos Menem, en 1989, fue traumático pero significó, al mismo tiempo, la primera alternancia en el poder por obra del voto popular desde la vigencia de la Ley Sáenz Peña. Al “menemismo” le tocó pilotear la entrada en los 90 y fue —a su manera— la respuesta que dio la Argentina a los desafíos de la crisis del Estado y la globalización; un modelo hiperpresidencialista y decisionista que arrancó prometiendo una “revolución productiva” de regreso al peronismo tradicional y produjo un giro copernicano, encarando reformas neoliberales drásticas, una “revolución conservadora-popular” con dos pilares —privatizaciones drásticas de todas las empresas públicas y la convertibilidad peso-dólar— con sus dos cerebros y alfiles: Roberto Dromi y Domingo Cavallo.
Así logra Menem estabilizar la economía y alcanzará su reelección en 1995, reforma constitucional mediante, acordada con el expresidente y líder del radicalismo Raúl Alfonsín.
Pero su segundo gobierno toca su techo y empezó a agotar sus energías hacia 1997, cuando pierde las elecciones de medio término. Se produjo entonces la segunda alternancia, en 1999, con el triunfo de la Alianza entre la UCR y el Frepaso que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa.
Pero esta experiencia de gobierno resultó frustrante y terminó siendo más la prolongación de los 90 que la entrada en un nuevo ciclo: el descalabro a fines de 2001, la renuncia de la Rúa en medio del estallido social y el fin de la convertibilidad, desembocó en la presidencia de Eduardo Duhalde, el primer vicepresidente de Menem, surgida de la Asamblea Legislativa (2002-2003).
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Lo curioso es que en las elecciones de 2003, Menem vuelve a presentarse y gana en primera vuelta, con un 24% de los votos. Si no regresa a la presidencia es por la propia reforma constitucional del 94 que le habilitó una reelección, pero introdujo la segunda vuelta electoral. Con un 76% en contra, nunca hubiera logrado una mayoría. Con el peronismo dividido en tres fracciones, desiste de seguir en carrera y así es como llega a la presidencia Néstor Kirchner. Una gran lección de cómo las reglas institucionales pueden contener y domesticar el personalismo de los líderes: no alcanza con ser la primera minoría para ganar. Y menos para gobernar.
El “menemismo” fue, en un sentido, más que las dos gestiones de gobierno de Menem: representó una forma de ver y entender la política que trascendió al peronismo. Pero fue también, en otro sentido, menos que este: un sector con su jefe indiscutido y venerado, que fue perdiendo su predominio y terminó devorado por sus sucesores, quienes crecieron bajo su influjo.
El principal de ellos resultó una revelación: un gobernador proveniente de Santa Cruz, que acompañó a Menem durante todos esos años, heredó algunos de sus rasgos distintivos y construyó un nuevo liderazgo presidencial destinado a prolongarse en el tiempo con el concurso de su esposa Cristina Kirchner. Y así fue que el “kirchnerismo” mantuvo al expresidente en su espacio, como senador cuasi vitalicio, al mismo tiempo que no dejaba de mostrarse como las antípodas de su década emblemática.
Carlos Menem, el presidente que gobernó durante más tiempo de manera ininterrumpida en la historia argentina, superando al mismísimo Juan Domingo Perón, dejó su impronta en el curso de la democracia. También de sus distorsiones, asignaturas pendientes y promesas incumplidas. Y en este sentido, puede decirse que las dos “mitades” que polarizaron la política de este país en la última década: kirchnerismo y antikirchnerismo, son hijas de aquella experiencia. La de una democracia que se entrega a las virtudes y fortunas de sus líderes y solo madura cuando estos entran en su fase de declive.
*La versión original de este texto fue publicada en Clarín, Argentina
Fabián Bosoer es Cientista político y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Prof. de la Univ. Nac. de Tres de Febrero, de la Univ. Argentina de la Empresa (UADE) y FLACSO-Argentina. Autor de «Detrás de Perón» (2013) y «Braden o Perón. La historia oculta» (2011).
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