La incertidumbre, por Adriana Morán
Todas los días, entre las 7 y las 8 de la noche asistimos al relato oficial de la evolución de la pandemia. Los venezolanos somos sometidos a la representación de un guion en el que Maduro recomienda bebedizos caseros preparados con hierbas mientras los hermanos Rodríguez enfatizan la cantidad de casos importados en relación a los comunitarios, no tanto para destacar la diferencia en la forma de adquisición del temido contagio, sino como un intento de encontrar, en la criminalización de quienes regresan a su tierra, una explicación para el aumento de los casos que más allá de la epidemiología, sirva para dotar al discurso de esa conflictividad con los vecinos y enemigos políticos sin la que el poder es incapaz de dar un paso.
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Agobiados por la incertidumbre que no nos da tregua, los venezolanos resistimos estos partes con mucho de geopolítica, poco de valor sanitario y absolutamente nada de información técnica para suponer que el criterio científico prevalece a la hora de informarnos del tema que muchos, azuzados por su propio e inmanejable miedo, deciden ignorar para no sentir que además del peso de este país que se derrumba deben lidiar también con la posibilidad de un incremento en las cifras igual al sufrido por casi todos los países de nuestro subcontinente cuando el virus sigue su curso natural.
Una flexibilización caótica de la cuarentena coincide con miles de venezolanos compartiendo con otros en colas de gasolina y transporte público atiborrado justo en el momento en el que todo indica, a pesar del número insuficiente de las pruebas más sensibles, que podríamos estar entrando a esa temida etapa de crecimiento exponencial que suele seguir al moderado de una primera fase.
Y aunque no es posible tener certezas de como se comportará el agente patógeno y su evolución depende de una cantidad de variables – si los brebajes de Maduro no funcionan, si los venezolanos que vuelven a su patria demuestran no ser una arma biológica implementada por Duque y los casos comunitarios crecen por encima de cualquier intento de envenenarnos desde afuera– quienes asistimos a estos reportes diarios de una curva que se resiste a aplanarse con el consiguiente riesgo de desbordamiento de nuestro desbaratado sistema de salud, le estaremos viendo la verdadera cara a la pandemia.
Una cara de la que no habrá a quién culpar, excepto por ese microorganismo que después de hacer estragos en otras latitudes, termine por instalarse entre nosotros con su innata capacidad de multiplicarse allí, donde dos o más seres humanos se encuentren.