La incoherencia que alimenta al autoritarismo, por Luis Ernesto Aparicio M.

Foto: The Objective
Con frecuencia escuchamos a muchos afirmar que nunca apoyarían a un líder autoritario —o a otros decir que no lo son—, pero la realidad política demuestra lo contrario. La incoherencia no está en el rechazo explícito, sino en la atracción que generan ciertos liderazgos con un discurso que promete orden, cambio o redención nacional. Es allí donde se incuban los proyectos autoritarios que luego resultan difíciles de desmontar.
Los ejemplos abundan. Nayib Bukele, en El Salvador, se presenta como un reformador moderno, ajeno a las etiquetas tradicionales, pero su estilo de concentración de poder guarda similitudes con Orbán, Meloni, Modi, Erdogan o Le Pen en Europa. Ninguno se declara socialista, y sin embargo todos comparten rasgos autoritarios que terminan debilitando las instituciones democráticas bajo la bandera de la eficacia y la “mano dura”.
El caso venezolano es ilustrativo. Hoy muchos reniegan de haber votado por Hugo Chávez, cuando en realidad su triunfo de 1998 fue amplio y contundente. Chávez, que se identificaba como socialista sin serlo en esencia, ejercía un estilo autoritario muy parecido al de Orbán, Meloni o Bukele, quienes tampoco se reconocen bajo esa etiqueta.
Por eso, cuando alguien afirma que nunca respaldaría un liderazgo como el de Chávez, incurre en contradicción: rechaza el nombre, pero no el modelo de poder que él representaba.
Esa incoherencia ha marcado la política venezolana y explica, en parte, la profundidad de la crisis actual, donde se confunden etiquetas ideológicas con la verdadera esencia del autoritarismo: decisiones unipersonales presentadas como “liderazgo” y un poder absoluto disfrazado de proyecto colectivo.
Si revisamos con detenimiento la historia política, el error recurrente ha sido creer que el autoritarismo tiene una sola cara o un solo color ideológico. En realidad, puede vestirse de socialismo, nacionalismo, liberalismo, libertarismo o hasta de modernidad digital. Lo que no cambia es su esencia: la erosión de los contrapesos, la manipulación de la narrativa política y la reducción de la ciudadanía a una masa que aplaude, pero no decide.
Más que negar apoyos pasados o repetir el autoengaño de “yo nunca votaría por alguien así”, lo urgente es reconocer que los proyectos autoritarios se alimentan de esa incoherencia social. Mientras sigamos atrapados en etiquetas y negaciones, el autoritarismo seguirá encontrando terreno fértil para expandirse y consolidarse.
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De allí la importancia de hacer una pausa ideológica que nos permita identificar las variables que hoy intentan confundirnos en medio de la búsqueda de equilibrio político.
Solo con claridad y coherencia podremos distinguir cuáles liderazgos representan verdaderas alternativas democráticas y cuáles, aunque seductores, esconden la vieja trampa del autoritarismo: ofrecer respuestas simples a problemas complejos para terminar arrebatándonos lo que más decimos defender.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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