La infancia de la libertad, por Julián Martínez
“La gran revolución en la historia del ser humano pasado, presente y futuro, es la revolución de aquellos comprometidos con ser libres”. Esto lo dijo J.F. Kennedy hace ya un tiempo. Y nos viene como anillo al dedo: en Venezuela está ocurriendo la revolución de los que estamos empeñados en ser libres. No obstante, algunos fanáticos de la izquierda (lamentablemente para todo hay fanáticos) solo quieren defender otra cosa, un invento hambreador que hace tiempo se autoproclamó como una “revolución”, pero que es conocida aquí como “robolución”, por la compulsiva obsesión que sus líderes tienen con el latrocinio.
Desafortunadamente la libertad ejercida y accionada es bienvenida y aceptada en muy pocos lugares. Por eso Chavela Vargas decía que “a nadie le gusta vivir con una persona libre”, y menos aún a los que detentan el poder en cualquiera de sus formas.
La libertad incomoda a quienes odian la subjetividad. Curiosamente la palabra “libertad” corre con una suerte distinta; nos encanta usarla, y los políticos la aman. Pero cuando la libertad es solo una palabra, los hechos pueden ser estos de Nicolás y su combo (combo que incluye a algunos de la oposición).
La palabra “libertad” es como la palabra “Dios” o la frase “amor al prójimo”. Siempre te hacen quedar bien, te ayudan a crear confianza, y si eres un político astuto, una vez que te tienen confianza, ¡chácata!, repartes patria y gas del bueno (por cierto que “patria” es otra palabra exitosa).
Jickson Rodríguez fue apresado el 23 de enero a pesar de su edad (14 años) y condición neurológica (es epiléptico). Tras su liberación informó sobre los tratos crueles e inhumanos a los que fue sometido: “A mí era al que le daban más golpes porque yo no lloraba. Me golpeaban los guardias, más que todo las mujeres (…) Yo les decía: ‘No puedo recibir cocotazos porque sufro de ataques de epilepsia’, y me gritaban «Cállate, que tú eres un detenido». Esto lo refiere Naky Soto en la edición digital de TalCual del 29 de enero de este año.
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Jickson es uno de los niños y niñas que, según la ONG Foro Penal, han sido encarcelados por el régimen de Maduro en estos últimos días. Esperemos con el corazón en la mano que ninguna de las niñas (o niños, o alguna de las mujeres y hombres de las cientos de personas privadas de libertad en estos últimos días) hayan sido violadas (no podemos dejar de tener en cuenta el montón de denuncias de violencia sexual contra los órganos de seguridad del régimen de Maduro y sus compañeros amigos del pueblo).
Podemos imaginar a las niñas de la libertad exigiendo ser libres. Algunas sostienen un dibujo entre sus manos. Otras tal vez se arreglan el uniforme para la foto del colegio, un poco angustiadas porque cada vez hay menos comida en la casa y mamá se pone a llorar con cualquier cosa. Unos niños se paran con la frente en alto, acaso como un súper héroe, sin saber que pronto gritarán desamparados ante la furia de los esbirros del madurismo. Y posiblemente ninguno haya oído hablar de William Faulkner, que les susurra en el corazón: “no somos libres porque afirmemos serlo, sino porque ejercemos la libertad”. Y estos niños y niñas (también me refiero a la masa que va en aumento según algunas voces ciudadanas, que a lo largo y ancho del país denuncian el secuestro infantil por parte del régimen) la ejercen con más valentía que yo, por ejemplo.
Y al unísono, con una nueva voz, con una esperanza inédita, hablamos del chavismo casi en pasado, porque el pasado es el tiempo de Nicolás Maduro hoy. Un capítulo de la historia en la República de Venezuela (sin el Bolivariana atravesado, impertinente). Un capítulo que nada tiene que ver con ese presente que está a punto de ocurrir, y que esperamos -deseamos, exigimos- que le depare algo mucho mejor a los niños y niñas de la libertad.