La Infancia en el mundo, por Gisela Ortega
“El bienestar de los niños viene determinado en gran medida por su entorno. Sus necesidades y prioridades particulares deben traducirse en esfuerzos por mejorar la vivienda, la infraestructura, la seguridad y la gobernanza. Por ello, las labores de administración local y de planificación urbana han de acometerse en un reconocimiento explícito de los derechos de la infancia y los jóvenes, y con una mayor atención a la edad y el género”, subraya el Informe Estado Mundial de la Infancia, realizado por el Fondo de las Naciones Unidas, Unicef.
Esto comportará un marco de referencia más amplio en lo que concierne al desarrollo urbano, que acoja a las y los chiquillos de todas las edades y necesidades *bebés, pequeños, adolescentes, discapacitados y no escolarizados* y permita mitigar los peligros que les amenazan.
Asegurar que los pobres de las metrópolis dispongan de moradas adecuadas y de una tenencia segura de las mismas debe ser prioritario. Entre otros beneficios que reporta a la sociedad, la vivienda digna puede proteger a las y los chicos, y familias que viven en zonas densamente pobladas frente a numerosas lesiones, accidentes y enfermedades.
Además es necesario que la planificación y la programación de las capitales se fundamenten en un compromiso con la equidad y con los derechos humanos. Uno de los rasgos distintivos de un compromiso de este género sería la implicación de organizaciones de base en el diseño, la supervisión y la ejecución de las políticas y programas referidos a las zonas urbanas.
Los desafíos que plantean la pobreza y la desigualdad en la mayoría de las metrópolis requieren de una alianza activa entre los pobres y sus gobiernos
Es menester que las autoridades locales y las comunidades coordinen esfuerzos a fin de emplear de forma más eficaz y equitativa los recursos limitados, de aprovechar, y no minar, los esfuerzos y activos de los necesitados, que tanto les ha costado acumular, y de incluir a las personas que viven en la pobreza *con frecuencia la mayor parte de la población* en los planes del desarrollo y la gestión general.
Los espacios públicos para jugar pueden mitigar el hacinamiento y la falta de privacidad en el hogar, y permiten a los chiquillos mezclarse con compañeros de distintas edades y entornos. Esta experiencia temprana de la diversidad puede contribuir a sentar los cimientos de una sociedad más equitativa.
Más de la mitad de la población mundial vive ya en ciudades grandes y pequeñas, de modo que cada vez son más los adolescentes de ambos sexos que crecen en entornos urbanos. Sus infancias reflejan las enormes disparidades que se viven en las metrópolis: el pobre junto al rico, la oportunidad frente a la lucha por la supervivencia.
La equidad debe ser el principio rector de las intervenciones en pro de todos los jóvenes de las urbes. Las y los infantes de los tugurios, nacidos y criados en las circunstancias más desafiantes de pobreza y desvalimiento, exigirán una especial atención: pero no debe ser a expensas de chiquillos de otros lugares.
Los barrios marginales son manifestaciones físicas de la urbanización de la pobreza. Un número creciente de habitantes de las ciudades son necesitados, y la desigualdad en las metrópolis da señales de disminuir. Las futuras metas internacionales tendrán que tomar en cuenta la escala en expansión del problema.
El informe sobre el Estado Mundial de la Infancia, de Unicef, señala que la escasez y la desposesión afectan de una manera desproporcionada a los niños y las familias más pobres y marginadas. Y demuestra que este problema es tan frecuente en los centros urbanos como en las zonas rurales aisladas que generalmente se relacionan con la pobreza y la vulnerabilidad.
Los datos son alarmantes: para 2050, el 70% de todos los seres humanos vivirán en las metrópolis. Hoy, uno de cada tres habitantes de las ciudades vive en un barrio. En África esta proporción es aterradora: 6 de cada 10 personas viven en estas condiciones. El impacto sobre los niños es inmenso. Desde Ghana y Kenia hasta Bangladesh y la India, las y los niños que viven en tugurios son quienes menos probabilidades tienen de asistir a la escuela. Y las desigualdades en manera de nutrición entre los chiquillos ricos y pobres de las urbes y los pueblos de África subsahariana suelen ser más acusadas que entre los menores de las zonas urbanas y los de las áreas rurales.
Todos los niños desfavorecidos son el testimonio de una afrenta moral: a saber, la incapacidad de asegurar su derecho a sobrevivir, a prosperar y a tener un lugar en la sociedad.
Y cada menor excluido representa una oportunidad perdida, pues cuando una sociedad no presta a los adolescentes de las ciudades los servicios y la protección que les permitirían llegar a ser individuos productivos y creativos, deja de beneficiarse de los aportes sociales, culturales y económicos que habrían podido hacer.
Si se logra superar los obstáculos que no han permitido a estos niños acceder a los servicios que requieren y a los cuales tienen derecho. Millones más crecerán saludables, asistirán a la escuela y tendrán vidas más productivas.
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