La integridad del líder, por Rafael A. Sanabria M.
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Imagen es lo que la gente piensa que somos
Integridad es lo que en realidad somos
Anónimo
El líder íntegro es un fantasma que no aparece en estos días, cuando el ambiente político está agitado por las venideras elecciones. Reaparecen sí los viejos líderes y a la vuelta de la esquina florecen otros. Los que ya tienen años sin recoger frutos, que buscan afanosos su “cambur”, fin primordial de ellos: buscar un cargo a costa de lo que sea, sin importarles el pueblo que se llevan por delante. No tienen intención de obtener un triunfo para finalmente revertirlo en beneficio y mejora para la población. Su interés es completamente personal y egoísta, hasta el punto que muchos reflejan como un eslogan: “si no es pa’mí que no sea pa’nadie”.
Se habla de madurez política y otros más cínicos hablan de renovación política. Los más mediocres expresan frases como “el cambio es indetenible” o “la nueva forma de hacer política”. Pero, muy lamentablemente, no hay madurez, ni renovación, ni cambio. Simplemente se sigue repitiendo las viejas metodologías con nuevos súbditos. Entonces, ¿qué cambio puede haber si ellos mismos no han cambiado? No han hecho ni un mínimo esfuerzo por mejorar los terribles patrones éticos con que se ha regido la política.
No se concibe que factores externos a los contextos socio-comunitarios decidan quienes son los abanderados en cada localidad, solo por el hecho de que tienen control de las instituciones políticas que son viles cascarones, vacíos de pueblo. Las encuestas reflejan algo alarmante: la población no ve con buenos ojos a los partidos políticos, a ninguno de ellos, prefiere una opción independiente antes que los partidos tradicionales, ya trillados. La realidad es que, con más del 75% de la población que no cree en los partidos políticos ni en su dirigencia, todos los partidos (del gobierno y de la oposición) en conjunto con el sistema electoral establecido, conforman una barrera antidemocrática, anticiudadano, y corporativista: la partidocracia.
Los así llamados líderes políticos son meramente jefes burocráticos de los partidos. Como son muy numerosos (hay una vieja expresión popular para quejarse de esa situación: “hay más caciques que indios”) se enfrascan en negociaciones sin fin, para repartirse la piñata sin darse cuenta que así por esa vía solo se reparten una piñata vacía. También aquí sale a relucir otra metáfora popular, con una imagen denigrante: “unos borrachos peleando por una botella vacía”.
No se hable de liderazgo si quienes se lo atribuyen no han podido reconocer los problemas antes que se convirtiesen en una emergencia. De qué líder se habla cuando éste es un simple esclavo de las ideas de otros. Basta de seguir consintiendo las patologías políticas de los dizque líderes, responsables del atolladero en que nos encontramos. Estos personajes carecen de un concepto primordial: la integridad, esa que produce confianza en el líder por parte de sus seguidores.
Tan fácil que era llamar a unas elecciones primarias y que el pueblo sabio decidiera quien era su abanderado, eso sí lo hace un verdadero líder con integridad, porque tiene confianza en sí mismo y en quienes creen en él. La integridad ayuda a un líder a tener credibilidad y no sólo a ser listo.
Mientras se insista en la misma ruta será poco lo que cosecharemos. En realidad, sí cosecharemos, pero solo divisiones, rencores y desilusiones. Todo ello apunta al fracaso que afecta no a los de la cúpula, sino a los de la base, al pueblo.
Urge una ley que obligue a los partidos a democratizarse a lo interno, a hacer elecciones para elegir sus candidatos y así acabar con la dedocracia. Es inconcebible que viejos dinosaurios aún sigan persiguiendo cargos, que en sus mejores momentos no pudieron obtener. Ahora menos que ya están vencidos y obsoletos, estorbando el paso a las nuevas fuerzas ciudadanas.
Señores “líderes”, entiendan que las decisiones equivocadas no solo los afectan a ustedes, sino que afectan a los que los siguen. Sin embargo, toman decisiones por motivos ajenos o superfluos, llevándonos por este abismo, que así no tiene salida.
La integridad es un trabajo interno, que da como resultado una reputación sólida, no solamente una imagen. La integridad nunca desilusiona. No se puede seguir engañando al pueblo con disfraces de líderes. Somos reconocidos por lo que somos, no por lo que queremos aparentar.
Yo, soy pueblo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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