La Inteligencia Artificial es sólo una herramienta, por Rafael A. Sanabria M.
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Más allá de los contenidos curriculares, la escuela debe proporcionar a los jóvenes las herramientas necesarias para preocuparse y (ocuparse) de asuntos que las máquinas nunca podrán (o al menos no por ahora): la ética, la moral, el cuidado común, el conocimiento y cumplimiento de los ODS, como puede ser el mismo cuidado del medioambiente, entre otras cuestiones.
Estoy completamente a favor de introducir la IA en la escuela, pero con un enfoque totalmente distinto al de simplemente ‘preguntar y esperar las respuestas’. Mientras los estudiantes entrenan su espíritu crítico, podemos trabajar con ellos para descubrir lo que hay debajo de estas inteligencias artificiales: qué modelos matemáticos subyacen, cómo se construye y se entrena una IA, los diagramas de flujo…, de forma que ellos mismos tomen el control de esas herramientas siendo capaces de predecir su comportamiento y adaptar su uso a sus propias necesidades.
Primero, la educación presencial no es solamente para adquirir acceso a contenidos. Sino que es también un espacio donde hay innumerables oportunidades para desarrollar de manera permanente habilidades socioemocionales y adquirir valores para vivir en sociedad. Este ‘otro’ tipo de aprendizajes, tan importante como las asignaturas y contenidos de los planes curriculares, son más complejos de estimular en los entornos virtuales.
No es que no se pueda, pero requerían esfuerzos adicionales. Por otro lado, en los entornos virtuales es muy sencillo poner énfasis en los aspectos transaccionales. Es decir, es fácil usar el teléfono o un correo electrónico para enviar materiales o dar acceso a distintos recursos, pero, la educación no es solo eso. También juega un papel central la motivación y la creación de vínculos estudiante-docente (ej. empatía, construcción de confianza para trabajar en equipo o saber combinar los aspectos cognitivos con los socioemocionales).
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Quienes están profundamente familiarizados con los entornos digitales logran de manera más efectiva sortear estas dificultades, pero este tránsito de lo presencial a lo remoto no es automático. Debemos recordar que no se puede enseñar igual que antes (donde uno habla y los demás escuchan). Cuando pasamos de la educación presencial a la virtual existe un reto importante en cuanto a poder ‘traducir’ las estrategias pedagógicas. El uso del tiempo, la gestión de la atención y la motivación, la meta-cognición (aprender a aprender) son retos que deben considerarse a la hora de planear los programas de enseñanza a distancia, y lo mismo ocurre con la formación de los docentes que requieren mucho más que habilidades instrumentales para enseñar a distancia.
En síntesis, la aplicación de la inteligencia artificial en la educación presenta una serie de aspectos negativos que incluyen la potencial sustitución de los docentes, la posibilidad de generar desigualdades, la eventual pérdida de habilidades y la dependencia excesiva de la tecnología.
Uno de los mayores contras de la IA en la educación es que puede deshumanizar la experiencia de aprendizaje. Con algoritmos de IA que generan contenidos y deciden el ritmo de las lecciones, los alumnos pueden perderse el enfoque matizado que puede ofrecer un profesor humano. Además, los algoritmos de IA pueden perpetuar los prejuicios, lo que significa que pueden no ofrecer un plan de estudios inclusivo y diverso que se adapte a las necesidades de cada alumno.
Otra desventaja de la IA en la educación es que su aplicación puede resultar costosa para los profesores. No todas las escuelas e instituciones educativas disponen de un presupuesto específico para invertir en herramientas y tecnologías de IA. Además, el coste de la implantación masiva de la IA en las escuelas puede ser demasiado elevado en estos momentos. Si es el profesor quien asume el coste, puede resultar caro y difícil de mantener.
En la actualidad, a los niños que se les ha consentido con un aparato electrónico (computadora, celular y/o tableta), se les ha perjudicado de doble manera:
- Se les ha alimentado una dependencia casi total a estos aparatos, generándoles la ciberadicción (un problema de adicción a Internet, la «conexión compulsiva» que se concreta en la necesidad de tener que conectarse con frecuencia muchas veces al día)
- Causándoles la pérdida del contacto social, escasa participación grupal, baja tolerancia en las diferencias de opiniones. Falta de análisis, comprensión de lecturas, mala redacción (errores ortográficos y/o corte de palabras o simplificarlas con doble interpretación («xq», «pa q», «¡?», «ksa”»…). Bajo interés en la lectura, reducido dominio de los cálculos matemáticos, entre otros.
…también se ha notado con mayor pronunciamiento, en los adolescentes y jóvenes.
Tenemos el control el mantener un equilibrio entre todas las parcelas de la vida de nuestros alumnos. Ofrecerles el acceso gradual y acompañado a lo que van a ser sus compañeros de juego, trabajo, ocio, etc (las nuevas tecnologías) es algo que no nos habíamos planteado, pero ha llegado el momento de hacerlo.
Como docentes, seamos más inteligentes que las máquinas. En el aula dejemos que los algoritmos se encarguen de ‘lo artificial’, de manera que tengamos más espacio para lo humano: desarrollando habilidades y competencias que nos permitan afrontar como comunidad global los desafíos que nos vendrán, entrenemos la mirada apreciativa que nos ayude a descubrir en nuestros estudiantes aquellos talentos que los diferencian de los demás y que a veces ni ellos mismos saben que tienen. En definitiva, sepamos como sociedad inteligente superponer los valores, la moral y la ética a cualquier evolución y revolución tecnológica.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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