La izquierda que camina por América Latina, por Reinaldo J. Aguilera R.
Twitter: @raguilera68 | @AnalisisPE
Como tantos otros debates en el marco de las ciencias sociales contemporáneas, el «giro a la izquierda» de gran parte de los gobiernos latinoamericanos durante lo que va de siglo XXI tiene a muchos preocupados, más aún luego de que varios de los países involucrados ya han pasado por la amarga experiencia de malos gobiernos de tendencia izquierdista y sumamente populista, como el caso de la Argentina que, luego de la era Kirchner, pasó al gobierno de Mauricio Macri y luego volvió prácticamente a lo anterior, por solo dar un ejemplo.
Cabe destacar lo ocurrido a mediados del 2006, cuando apareció un artículo del por entonces canciller mexicano Jorge Castañeda, en el que se sostenía que los procesos políticos latinoamericanos estaban liderados por dos izquierdas bien diferenciadas (con alusión directa al ascenso de Hugo Chávez al poder político en Venezuela). Determinó la clara diferencia de que en la región gobiernan dos tipos de izquierdas; por un lado, una «moderna, abierta y reformista» –representada en aquel momento por los gobiernos de Lagos y Bachelet en Chile, de Vázquez en Uruguay y, en menor medida, de Lula da Silva en Brasil– y, por otro lado, una «nacionalista, estridente y cerrada» –representada por los gobiernos de Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Chávez en Venezuela–, que luego traspasó a Maduro y mantiene al país en el subsuelo a todo nivel.
Ahora bien, lo realmente increíble es que esos países, a excepción de Venezuela, han vivido horrores en el transcurso de muchos años previos y han vuelto a caer en esos abismos oscuros. Caso sorprendente lo constituye la reciente conformación de la Convención Constitucional en Chile (dominada prácticamente por independientes ajenos a los partidos tradicionales), y también el paro nacional en Colombia junto con el liderazgo de Gustavo Petro, que en las encuestas han cimentado la opinión de que el péndulo ideológico va en un solo sentido, lamentablemente hacia la izquierda.
Bajo este punto de vista, la región se teñirá al menos de rosado, aunque yo personalmente pienso que ya la zona latinoamericana es roja rojita, para la tristeza de muchos. Veremos lo que ocurre una vez que se lleven a cabo las diferentes elecciones programadas en los próximos 18 meses.
El más sorprendente y reciente caso es el del Perú, en el cual Pedro Castillo, un sindicalista de izquierda y sin conexiones con la élite, resultó ganador de las elecciones presidenciales, a pesar de que aún no se declara de manera oficial su apretado triunfo, a la espera de que culminen los procedimientos de revisión de las actas de votación en la llamada segunda vuelta, pero parece no haber vuelta atrás al respecto.
Viendo esto que les acabo de explicar, se entiende lo que puede suceder cuando los chilenos acudan a las urnas a elegir presidente y en el panorama tienen a Daniel Jadue, nada más y nada menos que del Partido Comunista, es el favorito en las encuestas con el 19,2 % de su intención de voto.
Lo cierto es que nuevas fuerzas políticas ganan favorabilidad en el país austral, al punto de que el presidente Sebastián Piñera reconoció que, a su pesar, los partidos tradicionales no están «sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía». Quizás le faltó agregar que, una vez que esos partidos con sus representantes llegan al poder, buscan por todos los medios no dejarlo nunca; ese es realmente un punto importante a destacar.
Un ejemplo palpable es la Nicaragua de hoy en día. En la década de 1980, Daniel Ortega era un símbolo de esperanza en Nicaragua, que entonces había salido de una opresora dinastía dictatorial somocista; el actual presidente del país centroamericano fue uno de los líderes del movimiento sandinista, que con un discurso de izquierda prometía traerle a la nación un aire nuevo.
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Quizás cuando ocupó el cargo más importante del país por primera vez, de 1985 a 1990, su imagen haya estado lejos de ser relacionada con el autoritarismo y la persecución que en este momento lo mancha y que es propio de los regímenes dictatoriales, pero eso comenzó a cambiar desde que se modificó la Constitución para que Ortega, hoy con 75 años, fuera reelegido en el 2007. Ya, seguro, les suena conocido el libreto.
Lo cierto es que hasta no hace mucho, en los países latinoamericanos la divergencia de opiniones, pareceres y pensamientos políticos, no solo en los actores públicos sino en la población en general, era la conducta normal y aceptada, tal vez con restricciones de tipo personal, pero nunca con la mentalidad de que únicamente lo válido es lo mío y los demás deben acatar y aceptar lo que determine y disponga quien detenta el poder, como viene ocurriendo, dividiendo a las sociedades en dos polos opuestos.
De este modo observamos cómo irrumpió en nuestros países una posición política cuyo norte ha sido dividir el escenario solamente en dos facciones, o blanco o negro, especialmente por el manejo político (no ideológico) de uno de esos bloques, que sí tiene la experiencia de manejar, torcer, predisponer el pensamiento de la gente, en el sentido de que el que no piensa como ellos no sirve, debe desaparecer, son enemigos, y para ello se utilizan los mecanismos de fuerza con la invalorable ayuda de los sistemas de administración de justicia, manejados y manipulados por ellos mismos.
Para el momento, quizás queda Uruguay como país democrático y respetuoso de los pensamientos de los otros; los demás países y solo para citar como evidencia de lo explicado: Chile, Argentina, Perú, Brasil, Bolivia, Ecuador, Colombia y por supuesto nuestra Venezuela, se encuentran dentro de esa polarización negativa de, o es blanco o es negro, y ahora en vías de que todo sea rojo. Ojalá me equivoque, así de simple y sencillo.
Reinaldo J. Aguilera R. es Abogado. Master en Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública de George Washington University/UCAB.
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