La justicia venezolana: de Maduro a podrida, por Xabier Coscojuela
De la Asamblea Nacional no se puede esperar nada. Es un cuartel y acata la orden que dé el capitán. Este caso hace más evidente, si cabe, la necesidad de volver a contar con poderes realmente independientes
Autor: Xabier Coscojuela
Que la separación real de poderes es una necesidad para el buen funcionamiento de la democracia lo vuelve a poner sobre la mesa lo revelado por el fiscal Franklin Nieves. Definitivamente no fue un capricho de algún iluminado que el poder fuera compartido. Que hubiera pesos y contrapesos. La historia de la humanidad en distintas épocas y diversos países ha demostrado lo acertado del diseño. Cuando se ha dejado de lado, las consecuencias han sido terribles para todos los ciudadanos.
En Venezuela esa separación de poderes gozó de su mejor momento a partir de 1958. No fue una etapa inmaculada, pero con todos sus defectos fue un avance significativo en la vida republicana del país.
Los partidos gobernantes trataron que ese equilibrio se expresara. Hasta un Presidente tuvo que dejar el cargo por la decisión del máximo tribunal del país. Lo revelado por Nieves vuelve a darle la razón a quien dijera que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente.
Los jerarcas del «proceso» no se agarraron de algún error o delito cometido por disidentes, sino que se los fabricaron. Inventaron todo para justificar la represión. Mayor abyección imposible.
El chavismo quiso en esto de los poderes también ser más papista que el papa e inventaron dos poderes adicionales a los tradicionales. El poder Moral y el Electoral. La práctica de todos estos años nos ha demostrado que eso no fue sino un mal chiste, puro nombre.
La huida y confesión del fiscal Nieves vuelve a relevar al mundo la utilización de la justicia en Venezuela para perseguir a la disidencia política. Como en el pasado, la denuncia no la hace un opositor.
Se repiten los casos de Luis Velásquez Alvaray y el coronel devenido en magistrado Aponte Aponte. Este último reveló en su oportunidad que sostenían encuentros semanales para ver a quién tenían que perseguir. Dice Nieves que el caso fue fabricado con premeditación y alevosía. Comenzando por el intento de incendiar la sede del Ministerio Público.
También asegura que la chispa que desencadenó la violencia la puso un funcionario del despacho de Luisa Ortega Díaz, su jefe de seguridad, al lanzar una bomba lacrimógena a los manifestantes. La respuesta desde el Gobierno no es original. Simplemente dicen que Nieves cayó bajo las garras del capital y se convirtió en un cachorro del imperio.
La fiscala niega todo lo revelado por su hasta el viernes subalterno. Tal vez para darse tranquilidad a sí misma dijo que el fiscal prófugo no se había llevado ningún expediente ni nada relevante. De lo que sí estamos seguros es de que no se llevó la credibilidad del Ministerio Público porque hace tiempo que no la tiene.
El Defensor del Pueblo se escudó en un leguleyismo. Tarek William Saab ha venido todo este año tratando de parecer equilibrado. No es un secreto que es un militante disciplinado del proceso y tampoco debe sorprender que cuando tuvo que elegir entre cumplir a cabalidad con sus funciones o defender al Gobierno iba a optar por esto último. William Saab no cree que haya nada que aclarar porque el fiscal Nieves no hizo la denuncia en Venezuela, ni dijo nada mientras se desarrolló el juicio.
Según el criterio del defensor, Nieves debía ponerse en las manos de sus colegas, quienes lo habían acompañado para ser verdugos de López y los otros cuatro jóvenes. Debía poner la cabeza bajo la guillotina. Ni siquiera por guardar las formas el Defensor pide una investigación. Triste papel, señor Saab.
De la Asamblea Nacional no se puede esperar nada. Es un cuartel y acata la orden que dé el capitán. Este caso hace más evidente, si cabe, la necesidad de volver a contar con poderes realmente independientes.
De que haya contrapesos entre ellos. De que no todos sigan a una sola voz. El 6 de diciembre podemos dar el primer paso en esa dirección. No hay que perder esa oportunidad.
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