La lámpara sanmateana, por Rafael A. Sanabria M.
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En aquella noche fría y oscura de la colonial Caracas de 1785, el niño Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios alcanzaba los dos años de edad y presentaba sarampión, su respiración agitada sentíase en la estancia. Próxima a una de las ventanas de la opulenta casona y en un velador se mostraba una pequeña efigie de Nuestra Señora de la Luz, a cuyos pies crepitaba la mariposa de una lamparilla de aceite, entre rotulados frascos de pócimas.
Inmediata a la cuna y en una silla de vaqueta velaba doña María Concepción Palacios de Bolívar. Detrás de ella y en actitud sumisa estaban las dos negras esclavas. Matea e Hipólita, una el aya y la otra la nodriza del pequeño Simón.
.- “Voy al oratorio. Si el niño despierta le dan una cucharada de la que recetó el doctor Molina, aquella que está en la botella de rótulo verde”. Dijo doña Concepción, y agregó: “Gracias a Dios que ya ha cedido la inflamación de la garganta, por lo que no tendré porqué mandarle a avisar a Juan Vicente en San Mateo”.
.- “Se hará como usted diga mi señora”, contestaron las esclavas.
Doña Concepción tomando un farol de la pieza cercana se dirigió al oratorio, una amplia habitación de enjalbegadas paredes, techo de obra limpia labrada y pavimento de ladrillos a cuadros. Bajo un rico cortinaje de terciopelo azul, aparecía el altar de doradas molduras, en cuyo centro alzaba su divina angustia un crucifijo de rica talla entre dos místicas efigies, una de la Guadalupe y otra de San Sebastián.
En el fondo del cortinaje y más alto que el crucifijo, se veía un cuadro de la Santísima Trinidad, patrona y protectora de la familia. Un florero de clara porcelana contenía un fresco mazo de rosas y, pendiente del techo, la hermosa lámpara de plata.
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La madre del niño Simón se arrodilló en un reclinatorio que había ante el altar y permaneció en oración pidiendo por la salud de su pequeño infante, bajo la diáfana luz de la hermosa lámpara, testigo fidedigno de las suplicas que salían de los labios de la matrona de los Bolívar.
Fue así como la angustia y la esperanza de esta piadosa mujer tomó carne de fervor en la hermosura de la preciosa lámpara que luego donó al humilde templo de San Mateo Apóstol y que arde perennemente en la nave derecha difundiendo su suave fulgor como el de aquella solariega noche donde el futuro libertador de tantas naciones se encontraba quebrantado de salud.
Debió doña Concepción Palacios de Bolívar haber hecho como promesa, por la salud del benjamín de los Bolívar, donar al noble templo la muy antigua lámpara, por la recuperación del pequeño Simón. Esta es la razón por la cual los sanmateanos en la nave derecha de su templo exhiben tan exquisita reliquia, patrimonio histórico de su localidad.
Por ello, la lámpara de plata perteneciente a la iglesia de San Mateo es un patrimonio material de los venezolanos y, más aun, de los sanmateanos. Pero representa sobre todo un legado trascendente e inmaterial, de lo más profundo y noble de nuestras raíces. Espero estas líneas sirvan de recordatorio de que este alto y valioso símbolo no debe ser menoscabado y menos aun perdido, por lo que es necesaria su atenta protección y resguardo.
La lámpara de plata de la iglesia de San Mateo es punto coincidente y no excluyente del afecto de los venezolanos patriotas, pero también de los católicos, los amantes de la historia, de los sanmateanos y hasta de los orfebres. ¡Qué no se apague!
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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