La legitimidad del Estado: China y las democracias occidentales, por Luis Cermeno
Por primera vez en la historia, parece posible que la principal potencia económica del mundo sea reemplazada por un país no occidental, un país no desarrollado y no una democracia liberal. Hablamos de China.
En 30 años, China pasó de ser uno de los países agrícolas más pobres del mundo a ser la segunda economía más grande. Según datos del Banco Mundial, China en el periodo 1981-2010 sacó 679 millones de personas de la pobreza y el 60% de la reducción de la pobreza en el mundo entre 1980-2008 ocurrió en China. Las tasas de esperanza de vida pasaron de 41 a 75 años y las tasas de alfabetización llegaron al 80% y al 100% entre los jóvenes.
De 1979 a 2016, el PIB real anual de China promedió 9.6% y China es ya la economía más grande del mundo en términos de paridad de poder de compra con un mercado interno que contribuye al 30% del crecimiento del mercado global. El PIB per cápita entre 2012-2017 creció un 48%, convirtiéndose en la tasa de crecimiento del PIB per cápita acumulada más alta del mundo en este periodo. No en vano, de acuerdo a la encuestadora Ipsos, el 90% de los ciudadanos chinos siente que la economía va por buen camino y que el nivel de confianza en su gobierno ha crecido.
Si bien el derecho al sufragio es un valor insigne de las democracias representativas y un derecho humano adquirido en décadas de lucha por la igualdad, su ausencia en sistemas políticos alternos no lo hace menos legítimo a los ojos de sus ciudadanos.
Y es que tener una democracia representativa no es condición sine qua non de legitimidad, estabilidad política, prosperidad económica o gobernabilidad. El gobierno Chino tiene todas las anteriores sin ser una democracia participativa.
¿Cómo es eso posible? Se debe considerar que China no es un estado convencional: es una civilización-Estado cuya memoria histórica supera dos milenios y cuyos valores culturales dista de aquellos de occidente. Este país fue la primera civilización en establecer un estado moderno unos dieciocho siglos antes que de instituciones similares se establecieran en Europa.
Tanto durante la época imperial como después de su transformación en Estado comunista, la autoridad nunca compartió poder con ninguna otra institución o grupo de interés, su poder en cambio, estaba por encima de la sociedad: supremo y libre de amenazas internas. El Confucionismo ha jugado un papel fundamental desde los inicios de las primeras dinastías hasta nuestros tiempos en darle legitimidad a la autoridad desde una perspectiva moral. A este respecto Martín Jacques afirma que “la legitimidad del Estado Chino se basa en el hecho que es visto como el representante y encarnación de la civilización China”.
Dicha legitimidad de origen no pudiera ser posible sin elementos que la soporten en el tiempo. El desempeño del Estado es entonces la reafirmación de su “carácter benevolente” que definía Confucius, lo contrario suponía la revocatoria del mandato del cielo que desembocaba en crisis y cambios de dinastías. Por siglos, el estado Chino no ha tenido iguales en términos de competencia, eficiencia y capacidad de llevar a cabo proyectos públicos de proporciones enormes. Para solo poner un ejemplo, al 2017, China acumuló 23.914 kilómetros en trenes de alta velocidad, muy por delante de EEUU con apenas 362 kilómetros.
A mi parecer, una de las dificultades de las democracias representativas es que tienden a mover objetivos de desarrollo a largo plazo al corto inmediato debido a su característico sistema de responsabilidad descendente donde los gobiernos electos reciben presiones del electorado, las organizaciones públicas y los grupos de interés.
En cambio, en el sistema político Chino, los líderes y servidores públicos en todos los niveles del gobierno del Partido-Estado son responsables ante su cuerpo superior inmediato, lo que significa que los objetivos se llevarán a cabo según la voluntad y las principales directrices de la autoridad, que en China generalmente tienen un enfoque de largo plazo orientado al desarrollo económico y el interés general del país. Por lo tanto, los servidores públicos que aspiran a alcanzar puestos más altos en su carrera política deben mostrar altos niveles de eficiencia y disciplina en un sistema político meritocrático muy competitivo.
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Por otro lado, la autoridad del gobierno Chino implica que no hay grupos de interés o clientelismos electorales con la capacidad de detener reformas importantes y necesarias para alcanzar los objetivos de largo plazo trazados, lo cual representa una valiosa ventaja en término de efectividad y rapidez en la gestión pública y de adaptación ante cambios del entorno.
Del lado negativo, Francis Fukuyama, define una de las limitaciones del sistema político Chino como “el problema del buen emperador”, en el sentido en que la capacidad de tener un gobierno eficiente y competente dependerá de la capacidad de la élite política en orientar las directrices del Estado correctamente. En un sistema político altamente meritocrático como el chino esto generalmente es así, sin embargo no siempre es un hecho y sin contraloría social definida por la ley, los riesgos siempre están allí.
¿Qué podemos aprender del Sistema Político Chino?
Nada. El sistema político Chino es solo válido en el entorno cultural e histórico de esta civilización-Estado. Sin embargo, voy a rescatar una reflexión: simplificar la democracia representativa y limitarla a un evento electoral que tiene lugar cada cuatro o seis años es insuficiente. Si pensamos en la democracia como un sistema político donde los representantes son elegidos libremente en elecciones competitivas y que los líderes elegidos trabajan por el interés de la mayoría, ¿cómo es que las principales preocupaciones de las personas en el mundo occidental no están siendo atendidas? ¿Cómo es que el apoyo popular de los principales líderes de Latino América está por debajo del 20%?
En otros sistemas políticos como el sistema de partido-estado Chino, por el contrario, sin tener elecciones democráticas abiertas y otros rasgos más comunes de las instituciones occidentales, el 87% de sus ciudadanos en 2016 sienten que la situación económica es buena, y un 92% en 2014 sintió confianza en el liderazgo político de China.
La legitimidad de cualquier gobierno y sistema político depende de cómo el liderazgo del país esté abordando las necesidades de la mayoría. La democracia representativa se ha convertido en un ciclo perpetuo de elección y arrepentimiento
Para corregirlo, se debe fortalecer la institucionalidad y la independencia de poderes, el Estado de derecho y las leyes. Sin embargo, mucho más que eso, es el compromiso de sus líderes por objetivos de desarrollo a largo plazo, un horizonte temporal que va más allá de rivalidades partidistas y el control político, del uso de las instituciones para obstruir o desechar avances positivos del gobernante de turno. Se requiere mucha sabiduría, grandeza, desprendimiento y visión de país.
Deng Xiao Ping, el artífice de la apertura económica de China decía “no importa que el gato sea blanco o negro, siempre y cuando cace al ratón”.