La linterna mágica del despotismo, por Nydia Ruiz
Autora: Nydia Ruiz
Revistiendo de falsos nombres a las cosas es como los impostores han facilitado mejor el establecimiento de sus imposturas, llamando al despotismo legítima autoridad, a la esclavitud obediencia, a la adulación lealtad, a la ignorancia saber, al vicio virtud, a lo negro blanco, y a lo blanco negro, es como han logrado subvertir las ideas de rectitud y formar una liga numerosa de serviles contra la tiranía.
Juan Germán Roscio, Correo del Orinoco, 22 de mayo 1819
En los días que corren con frecuencia se alude, y con razón, a la función de encubrimiento de la realidad que puede tener el lenguaje en la política, tal como lo mostró George Orwell en 1984 o en el artículo La política y la lengua inglesa (Politics and the English Language). Hace doscientos años Juan Germán Roscio trató este tema en su libro El triunfo de la libertad sobre el despotismo, (Filadelfia, 1817) y en artículos de prensa, manteniendo hasta su muerte gran interés por el lugar que ocupaba no solamente al lenguaje, sino también otros sistemas de signos en la política, como apunta en la carta que escribió a Santander el 27 de septiembre de 1820:
“(…) Los republicanos franceses tenían una población de veinticinco millones y no obraron contra los franceses realistas con solo la guillotina y el cañón: a la par de la armas marchaban los instrumentos de persuasión, un diluvio de proclamas, de gacetas, escritores y oradores ocupaban la vanguardia de los ejércitos, llenaba las ciudades, villas y aldeas; los teatros en todas partes, sin fusiles y bayonetas, declamaban contra la tiranía y en favor de la revolución y republicanismo, y sin efusión de sangre aumentaba el número de republicanos, la pintura y la escultura contribuían de un modo poco menos expresivo que los teatros a encender más la llama del patriotismo; las canciones, los himnos, etc., hijos de la poesía, inflamaban sobremanera el espíritu; y todo esto más que la guillotina de Robespierre, vino a fijar el sistema. Nosotros, pues sin población debemos al lado de cincuenta mil fusiles colocar otros tantos medios de persuasión para economizar la sangre de los americanos.”
Había sido partidario del absolutismo hasta 1809 y, en lo sucesivo, va a unir la actividad política a la reflexión, para desalojar de las conciencias de los americanos lo que llamaba las ‘falsas ideas’ de religión y gobierno de la monarquía despótica, en lo esencial, la creencia en el derecho divino de la monarquía y la sacralidad de la persona del rey. En este sentido, su mayor inquietud era constatar que los americanos respaldaban al monarca español porque creían que reinaba por la voluntad de Dios y no a quienes querían liberarlos de ese yugo. Había llegado a la conclusión de que el despotismo obtenía su fortaleza no solamente de la fuerza física derivada de las armas sino también de la fuerza moral que ejercía sobre la población, especialmente por la actividad de sacerdotes y autoridades eclesiásticas que difundían aquellas ‘falsas ideas’ en escritos religioso-políticos desde el púlpito y las instituciones de enseñanza.
Pero volvamos al lenguaje. En El triunfo de la libertad sobre el despotismo Roscio diseca el andamiaje conceptual elaborado por el absolutismo, pero como la principal expresión de los conceptos es la lingüística y la lucha también era en el terreno de las ideas, organiza un andamiaje conceptual alternativo en lenguaje republicano y liberal. Es así como opone la ‘soberanía del pueblo’ a la ‘soberanía del monarca’; la ‘libertad’, la ‘igualdad ante la ley’, el ‘derecho a la sublevación’ y el ‘derecho a la propiedad’ frente a la ‘subordinación’, ‘sumisión’, ‘desigualdad’ y ‘fidelidad al monarca’ propugnados por el absolutismo. De la misma manera, oponía los poderes ‘ejecutivo, legislativo y judicatario’ al poder monocéntrico del monarca usurpador y la ‘voluntad popular’ a su ‘autoridad y potestad’. Trataba de esta manera los ‘falsos nombres’ que el absolutismo ponía a las cosas.
Roscio entabló una polémica de las ‘falsas ideas’ político-religiosas de la monarquía con su propio discurso republicano-liberal con la cual afirmaba su propio sistema conceptual al tiempo que negaba el del adversario, lo cual establecía entre ambos discursos una relación permanente de referencia mutua. Esta polémica, que suponía el conocimiento y ejercicio de la retórica y la dialéctica adquiridos durante la formación académica, pasaba por la adopción de un nuevo vocabulario, por la apropiación del vocabulario del adversario para denominar conceptos propios, por el uso de epítetos para calificar positivamente el propio sistema conceptual y negativamente el del otro, y por la elevación o degradación de las connotaciones de los términos según se tratara de su discurso o del ajeno. Rebatió asimismo las metáforas del discurso absolutista, ‘el reino como familia y el rey como padre de su pueblo’ y ‘el reino como un cuerpo cuya cabeza era el rey y los miembros los súbditos’. Sin embargo, más allá de las denominaciones y las figuras del lenguaje, Roscio se enfiló contra la totalidad del discurso absolutista cuyas elaboraciones llamó ‘fábulas’ o ‘quimeras’ y también contra las ceremonias con que legitimaba su visión de la realidad política.
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El discurso y la conciencia política iban de la mano para él. En el interior de cada individuo era posible reconocer dos leyes opuestas, la ley de la Razón y la ley de los apetitos repugnantes a ella. De la primera derivaba la soberanía, de la segunda la subordinación: aquella mandaba y ésta obedecía. El hombre subordinado a la voz de su propia Razón no dejaba de ser dueño de sí mismo y soberano de sus pasiones. El absolutismo, en cambio, explotaba en el hombre la ley de apetitos repugnantes a la Razón inculcándole una ‘conciencia errónea’ que, en la práctica, se traducía en la ‘obediencia ciega’ que servía de fundamento a la dominación.
Las ‘falsas ideas’ que conformaban la ‘conciencia errónea’ estaban dotadas de una fuerza ‘imaginaria’ comparable a la de las armas y capaz de hacer sus veces, eran como una linterna mágica con que el despotismo hacía ver en el cuadro de la esclavitud, todos los colores y apariencias de la libertad. Ello se reforzaba con el personal que tenían los monarcas a su disposición para fomentar el error de la conciencia:
“…viven rodeados de gente tan limada en el arte de dorar píldoras imponiendo falsos nombres a las cosas, que fácilmente engañan a la multitud y la oprimen de un modo contrario al placentero estilo de sus discursos, cédulas y decretos. Cuanto más opresiva es su providencia, tanto más vestida de términos beneficiosos y melifluos, tanto más auxiliada de oradores corrompidos que presentan al tirano y a sus ministros, con la gala y atavío de virtudes que ninguno de ellos tiene”.
Había pues que atender al ‘idioma de la Razón’ restituyendo el recto discurso político y la recta significación de las palabras desalojando el uso abusivo de los absolutistas. Sólo movilizando la conciencia de los americanos era posible conseguir su incorporación plena a la guerra contra la dominación española. Él mismo, después del cambio de conciencia de 1809 había podido interpretar de manera diametralmente opuesta los textos de la Biblia con que antes justificaba su adhesión al absolutismo, llegando a encontrar avalado por ella la ‘violencia justa del pueblo’ en contra de la ‘violencia inicua’ de los déspotas.
En estos tiempos de neolengua vale la pena recordar a Roscio y lo que quiso enseñar con su libro. Si bien el poder político arbitrario enmascara la realidad detrás de la lengua y otros sistemas de signos, estos sistemas de signos son también una condición para la emancipación, al fin y al cabo se trata de herramientas a disposición de todos. La forma como se utilizan en uno u otro sentido es cuestión de su apropiación y no de la naturaleza de las herramientas.
Cendes, Universidad Central de Venezuela