La llave de Europa, por Fernando Mires

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Dolió. Dolió pese a que lo dijera él, quien nos tiene acostumbrados a escuchar tantas barbaridades. Dolió por el maltrato verbal a que ha sometido a Ucrania y a su presidente Volodomir Zelenski. Fue esa la continuación de la agresión televisiva al presidente de una nación invadida por la soldadesca de una tiranía vecina. Dolió porque Trump no ha dicho una sola mala palabra en contra de Putin, el agresor, pero él y su siniestro vice, JD Vance, no han escatimado oportunidad para desprestigiar a Zelenski frente a la opinión pública. Y sobre todo dolió por esa impotencia que hace a uno sentir que el mal se impone a escala global, no frente al bien –que no lo representa nadie– sino frente a la verdad de los hechos.
Nos dirán, claro está, que Trump es un hombre de negocios más que un político. O que su estrategia hay que analizarla al final de las negociaciones con Putin, algo así como «el fin justifica los medios». Y ese fin supone apaciguar a Putin. Como si Putin fuera un tonto. Pero no es así. Los ataques de Trump y su grupo a la persona de Zelenski, más allá de negociaciones, faltan a la verdad. Y si bien es cierto que el objetivo de la política no es correr detrás de la verdad, tampoco puede servirse de mentiras pues las mentiras se oponen no solo a la verdad sino a la realidad. Luego, decir que Zelenski es responsable de la invasión a su país, significa, sin más ni menos, destruir una realidad formada por hechos innegables que prueban lo contrario, es decir, convertir a la verdad en una noción relativa que solo depende del poder, a lo Orwell.
Yo tengo el poder y por lo mismo puedo imponer la verdad que más me conviene en estos momentos, pareciera decirnos Trump. Mañana puedo cambiarla por otra que me convenga más, debe pensar. En ese sentido, quizás solo en ese, Trump se diferencia de Putin. Mientras el dictador ruso cree –hay tantos testimonios que así lo confirman– que todos sus objetivos se dirigen a reconquistar una, para él, gran verdad histórica, a saber, que todos los territorios que ayer pertenecieron a la Rusia imperial (zarista y estalinista) deben ser restituidos a la Federación Rusa, Trump solo piensa en lograr un éxito inmediato; una paz que, de acuerdo a la correlación de fuerzas, ha de garantizar la concesión de extensos territorios ucranianos a Rusia a cambio, por supuesto, de algunas concesiones económicas a los EE UU, las que ya han comenzado con los acuerdos relativos a los “minerales raros” de Ucrania.
Para Trump, dicho en directo, la paz pasa por declarar a Putin como vencedor en la guerra a Ucrania bajo el supuesto de que su expansión no podrá proseguir más allá de Ucrania, algo que Putin, quien al perseguir sus «verdades históricas,» no tendrá ningún problema en aceptar y después volver a engañar al mundo como lo demostró en vísperas de la invasión del 2022. Desde esa perspectiva, los intentos negociadores de Trump pasan por alto un hecho que destacara entre otros el conocido historiador polaco Adam Michnick: «Putin necesita un estado de guerra permanente para mantener al pueblo ruso bajo su control».
La guerra, lo hemos dichos otras veces, no es para Putin un medio sino un fin en sí. En estado de guerra Rusia es una potencia mundial. En estado de paz, Rusia, visto desde una perspectiva económica y no militar, es un país de tercer orden.
Así nos explicamos mejor la diferencia fundamental entre la administración Biden y la de Trump con relación a Rusia. Para Biden, y el mismo lo reiteró, se trataba de contener a la expansión rusa, cortando las uñas al dictador. No sabemos, al llegar a este punto, si Biden pensaba si ganar la guerra a Rusia era posible. Probablemente no lo pensaba. Lo que sí puede ser cierto es que para Biden se trataba de que, a partir de una larga guerra de resistencia ucraniana, Rusia podría quedar militarmente inutilizada por lo menos un tiempo, a fin de que el propósito del dictador, el de expandir a Rusia a costa de sus vecinos europeos, no fuera posible.
En otras palabras, de lo que se trataba para Biden no era tanto impedir que Rusia ganara la guerra sino que Ucrania no la perdiera. Desde esa visión podemos decir que Biden perseguía una estrategia a largo plazo y Trump una a corto plazo, entre otras cosas porque Trump no ve a la guerra a Ucrania desde una perspectiva occidental sino solo desde una perspectiva puramente nacional.
Estados Unidos, para volver a ser grande otra vez –así piensa Trump– no puede ni debe enredarse en conflictos internacionales que no son los suyos, menos si se trata de proteger a una Europa decadente (de acuerdo a la terminología del peligroso fundamentalista JD Vance). La realidad parece en este caso dar la razón a Biden. Durante los tres años en que ya dura la guerra, Putin no ha ganado demasiados territorios en Ucrania, y en cuanto a lo que más le interesa, la reconquista del ex espacio soviético, Putin ha perdido y ganado a la vez.
¿Qué ha ganado Rusia? Además de las zonas ucranianas que incluso Zelenski parece dispuesto a ceder, Rusia ha logrado mantener un cierto control hegemónico sobre las ex repúblicas soviéticas, ya sea en Chechenia, Georgia, Eslovaquia, Armenia, Kasajistán, Kirguistán. Con estas dos últimas repúblicas caucásicas, Rusia ha aumentado notablemente su intercambio comercial. Por ejemplo –como nos informa Alexander Cooley– «El comercio total entre Rusia y Kasajistan aumentó a 26.000 millones de dólares en 2022 y de nuevo a 27.000 millones de dólares en 2023 desde los 24.000 millones de dólares de 2021. Las importaciones de ordenadores de Kasajistán ascendieron a 1.200 millones de dólares en 2022, lo que supone un aumento de siete veces con respecto a 2021, con 310 millones de dólares procedentes de la UE.
En términos económicos, aunque no políticos, Putin ha asegurado, además, su hegemonía en Armenia. Según el mismo Cooley, durante 2022 el PIB creció en Armenia casi un 13 por ciento gracias a inversiones de Rusia en el campo de la tecnología. Todo parece indicar entonces que una Eurasia bajo hegemonía rusa se encuentra en vías de consolidación geoeconómica. Considerando así el tema, Rusia está lejos de desaparecer como potencia económica regional. Los países de Europa y probablemente los Estados Unidos de Trump parecen estar de acuerdo en que ese no es un tema para ellos. Lo importante es que Putin pierda sus pretensiones hacia Occidente, donde efectivamente, ha perdido más que ganado. En fin, se trataría de llevar a Rusia a la antigua posición del año 1923, cuando Lenin, habiéndose convencido de que sus esfuerzos para impulsar una revolución social en los países «capitalistas» no fructificaban, lanzó la consigna, «Hacia el Oriente».
Si Rusia quiere ser una potencia económica militar, que lo sea hacia el Oriente (donde podría chocar con China) es un criterio que parece primar en la UE.
Pues allí, en terreno occidental, es donde Rusia más ha perdido. Por una parte, en lugar de detener el armamentismo de Europa, lo ha por lo menos triplicado, obligando así a Europa a tomar la opción de convertirse, de potencia económica y cultural, en potencia militar.
El armamento de los tres países bálticos es de primera calidad. Polonia ha pasado a ser uno de los países líderes del armamentismo europeo. Suecia y Finlandia han sido convertidos en miembros activos de la OTAN. Turquía no ha disminuido sus tensiones con Rusia. Y, desde el punto de vista económico, después del anuncio de la República Checa relativo a que el país ya se ha liberado totalmente de la energía proveniente de Rusia, casi toda Europa Occidental está en condiciones de prescindir de las exportaciones rusas. Cabe agregar, y no, por último, que, gracias a la amenaza de Putin, Inglaterra se encuentra hoy fuera de la UE mucho más cerca que cuando estaba dentro, algo que hasta hace poco parecía imposible.
Ahora, si pierde definitivamente a Ucrania, Rusia dejaría de ser un imperio euroasiático (sueño de la distopía de Aleksandr Dogin) para convertirse en un imperio predominantemente asiático. La estrategia de Europa, de acuerdo a estas condiciones, sería la de llegar a tender un cordón sanitario entre Rusia y Europa. Lamentablemente, la administración Trump no lo entiende así.
El gobierno norteamericano, reiteramos, no piensa en términos occidentales sino puramente nacionales. Más todavía si consideramos que para Trump la anexión de territorios ajenos no es ilegítima si se tiene el poder suficiente para hacerlo. Lo que es Groenlandia para EE UU. puede ser Ucrania para Rusia, debe pensar Trump en su empresarial cerebro.
Ucrania seguirá siendo, incluso si Zelenski llegara a firmar la frágil paz propuesta por Trump, un punto estrictamente ligado a la seguridad exterior de Europa. O dicho de modo metafórico: para Putin, Ucrania es la llave de las puertas de Europa. Quizás la única. Esa llave debe continuar en las manos de Europa, por lo menos hasta el momento en que Putin, o quien lo suceda, entiendan que el destino de Rusia está en Oriente y no en Occidente.
En Europa Putin no tiene nada que buscar, ese es el consenso tácito europeo.
La horrible frase de Trump: «Zelenski es culpable de la guerra», podría tener entonces un grado de validez si partiéramos analizando los hechos desde el día en que comenzó la invasión. Pero eso no es posible. 2022 fue solo la continuación de la invasión producida el 2014 a Ucrania, cuando Putin se apoderó violentamente de Crimea como respuesta a la revolución democrática y europeísta de Maidán. A la vez, 2014 fue la continuación del 2006, cuando Putin se apoderó a punta de metralletas, de Chechenia y Georgia. Luego, en 2008, Putin invadiría Osetia del Sur y Abjasia. Ucrania, siguiendo la lógica de esta cronología, no fue el comienzo de la expansión extraterritorial rusa. Probablemente, tampoco será el final.
*Lea también: Trump: ¿locura total o cambio de paradigma?, por Fernando Mires
Para un historiador esa cronología deberá ser decisiva, pues determina el contexto. Más todavía si hiciéramos partir el estudio a partir del 2001, año en el que fue declarada la independencia de Ucrania como país europeo independiente y soberano. La toma de Ucrania, vista en contexto ampliado, podemos entenderla entonces como parte de un proyecto de largo plazo de acuerdo al cual Putin intenta revertir el proceso europeísta iniciado en Europa del Este a través de las revoluciones democráticas de 1989-1990 a las cuales perteneció, de modo brevemente tardío, la independencia de Ucrania. Pues bien, eso es lo que no puede ni quiere entender el gobierno de Trump. Es hora de hacérselo saber. Los gobiernos europeos tienen la palabra.
REFERENCIAS:
Alexander Cooley – EL IMPERIO OCULTO DE RUSIA
Adam Michnick – OPONERSE A TRUMP
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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