La lógica de los drones rusos, por Fernando Mires

Cuando Putin envía diariamente drones amenazando los cielos europeos; cuando sube la tensión no solo en Europa y otras latitudes; cuando en voz baja todos dicen que lo más probable es que estamos en los comienzos de una tercera guerra mundial, lo más normal es sentir miedo. Un miedo que proviene del perfeccionismo mortal de las nuevas armas, incluyendo a las más convencionales, en una confrontación mundial que podría llegar a ser la más devastadora de todas. Una que, a diferencia de las dos primeras, no estaría respaldada por el entusiasmo bélico de ninguna ciudadanía. Solo cálculos de grupos de poder que no consultan a sus propios seguidores, autonomizados de toda ligazón institucional. El mundo está librado al humor de tiranos como Putin y de presidentes no-democráticos como Trump.
La política de las neuronas
A partir del momento en que Putin rompiera con toda las leyes habidas y por haber en el espacio internacional, a fin de dar comienzo a su guerra de invasión a Ucrania, y desde que Trump manifestara el mismo irrespeto a los acuerdos internacionales, reclamando para sí la territorialidad de naciones ajenas como Groenlandia y Canadá (y legitimando así, de modo indirecto, la invasión rusa a Ucrania) la sensación que nos invade, a nosotros, simples observadores, puede resumirse en dos palabras: impotencia e indefensión. Impotencia, porque nuestra opinión no cuenta para nada. Indefensión porque no sabemos qué hacer frente a la locura del poder; sí, a la locura de gobernantes omnipotentes.
Desde que Hitler y Stalin, dos asesinos que no vacilaban en aniquilar físicamente a todos quienes se les opusieran, el mundo no había estado tan amenazado como hoy lo está. Tanto Putin como Trump son dos gobernantes sin control institucional y político a diferencias de un Xi quien por lo menos actúa de acuerdo con la maquinaria de un partido-estado.
Dos presidentes siguiendo el mandato de sus propios deseos y fantasías. Más que la guerra, lo que nos da miedo (no temamos nombrar la palabra miedo) es que, si estalla, esa guerra será incontrolable, entre otras cosas, porque sus dos principales actores no son controlables.
«La historia es un resultado de la biografía de los grandes hombres» fue una idea de Thomas Carlyle a la que creíamos superada desde que a positivistas y marxistas se les ocurrió otorgar a la historiografía un rasgo científico. De acuerdo con esas doctrinas, llegamos a creer que la historia estaba determinada por leyes inexorables, «independientes a la voluntad de los hombres» (Marx). Hoy, sin embargo, dudamos de esa (pseudo) cientificidad. No podemos por cierto responder a la pregunta si la historia habría sido distinta si Hitler y Stalin no hubieran nacido. Los hechos son los hechos y sobre la base de ellos debemos pensar. Pero no podemos dejar de intuir que la aparición de «un gran hombre» (puede ser también un gran hijo de puta como los nombrados) es una de las razones (razones, no causas) que ayudan a explicar, en determinados casos, el curso de la historia.
Hoy no podemos descartar que por a b c razones, un personaje surgido de la política convencional – son los casos de Putin y Trump– logre autonomizarse de todo proceso político e imprimir con su personalidad a los acontecimientos. Puede que un Putin no sea el resultado de una «necesidad histórica» sino de la pura contingencia. Una que permite –en momentos de «crisis política mundial como la que estamos viviendo»– la aparición de mandatarios no sujetos a ninguna determinación que no provenga de sus propias neuronas.
Es evidente que los drones que envía Putin a Europa, por ejemplo, son posibles porque existe un Putin. Y si hay guerra mundial solo será posible a partir de las decisiones que tomen Putin y Trump y, desde más atrás, Xi.
En estos instantes la suerte de la humanidad está librada, queramos o no, a las decisiones de dos o tres personas que no brillan precisamente por su inteligencia, ni por su cultura, ni mucho menos por su sensibilidad. Estamos en sus manos. Esa es la triste realidad.
La escalada
¿Qué se trae Putin con su avanzada de drones? Hay que buscar una razón para explicar dicho acontecimiento. Pero al llegar aquí tenemos también que frenar. Los hechos, desde que comenzó la invasión a Ucrania, nos han demostrado que, si bien Putin no es un ser irracional (todo lo contrario, es una persona fríamente calculadora) como evidentemente lo es Trump, su lógica no es la que suele primar en las formas y modos que predominan en Occidente. Así como muchos analistas afirman que no es posible conocer las alteraciones mentales de sus pacientes desde la lógica del analista sino desde la lógica alterada del paciente, el historiador, el politólogo, el cientista social, deben intentar conocer el, o por lo menos, acercarse al, mundo interno de Putin.
En el caso de Putin –ese es un rasgo psicópata que lo hermana con Hitler– sus objetivos son irreales, pero los medios que aplica para lograrlos, son muy racionales. La invasión a Ucrania como primer paso para hacer a Rusia «grande otra vez», nos puede aparecer como una locura, pero los medios que utiliza Putin para lograr ese objetivo irreal, son racionales. Ojalá también tuviera razón el embajador estadounidense ante la OTAN, Matthew Whitaker, cuando advirtió en Bruselas que «las recientes violaciones del espacio aéreo europeo con drones son parte de la estrategia de Rusia para tensionar a la Alianza Atlántica, evitando al mismo tiempo una guerra directa».
Entonces, volvemos a preguntar: ¿Qué busca Putin con sus drones dirigidos a Europa? La respuesta unánime de los observadores es una sola: escalar. De modo que la pregunta correcta sería: ¿Para qué quiere escalar Putin en la guerra en Ucrania, una guerra a la que a lo largo de casi cuatro años no ha podido ganar, y precisamente en los momentos cuando Ucrania está pasando de la lucha militar defensiva a una ofensiva?
Tesis: Si Putin estuviera ganando la guerra en Ucrania, no estaría intentado provocar a los países europeos. Eso es obvio, aún para una mente retorcida como la de Putin. De ahí deducimos que la escalada en la guerra no aparece como consecuencia de las victorias sino de la ausencia de victorias de Putin. ¿Pero cómo –esa es la pregunta que sigue– puede convenir escalar en medio, si no de una derrota, de una no-victoria? Cualquier general se tomaría la cabeza a dos manos ante esa posibilidad. Pues bien, Putin la asume.
A fin de resolver este problema debemos pensar aquí en el significado del verbo escalar. Así vemos que en una guerra hay dos tipos de escaladas. Una posibilidad es escalar en intensidad, recurriendo, por ejemplo, a armamentos con contenido nuclear. La otra posibilidad es la escalada espacial, vale decir, la ampliación del territorio de guerra. Esa segunda escalada es la que, en efecto, está llevando a cabo Putin. En términos militares eso se llama «abrir nuevos frentes de combate». Eso significa que Putin no quiere encajonarse en Ucrania –donde, como ya está sucediendo, lleva toda las de perder– y busca abrirse hacia el espacio de una guerra todavía convencional, contando para esa empresa con lo que más tiene: un ejército numerosísimo, al que suma, por si fuera poco, tropas norcoreanas.
En otros términos, parece que Putin no solo está cambiando de táctica sino de estrategia. Así lo dejan advertir sus más recientes locuciones. Putin habla ahora directamente de una guerra a Europa, no a Occidente (tratando de excluir a los EE UU) dando la razón a Trump al afirmar que, si este hubiera gobernado en los EE UU durante el 2022, la guerra a Ucrania nunca habría tenido lugar. Lo que es obvio: Trump habría cedido Ucrania a Rusia alegando que ese no es ni debe ser un problema norteamericano. Cuando más Trump habría firmado un documento de protesta para imponer después un par de sanciones inútiles a Rusia.
Por ahora, por más loco que nos parezca Putin, debemos descartar de plano la hipótesis de que Putin quiera derrotar militarmente a la OTAN (incluido en ella a los EE UU). Pero sí podríamos creer en que intenta intimidar a Europa, antes de que Europa logre armarse mucho más de lo que está y se convierta en lo que debería ser: una potencia militar de carácter mundial.
En poco tiempo más Europa puede lograrlo y los caminos serán cada vez más difíciles para Putin. Tiene entonces razón Volodomir Zelensky cuando en un reciente encuentro de los líderes europeos, afirmó: «Nunca se trató sólo de Ucrania. El objetivo de Vladimir Putin es dividir a Europa, avivar las discusiones e impedir que encontremos puntos en común»
Probablemente Putin podría estar pensando en que logrará un armisticio con algunos países europeos para después reclamar, a modo de pago, porciones de territorio ucraniano. Para implementar ese objetivo Putin podría contar con dos condiciones a su favor. La primera es política. Tendencialmente los partidos de ultraderecha europea, los nacional-populistas (casi todos putinistas), están muy cerca de alcanzar el poder en varios países europeos. Recién acaba de suceder en la República Checa con el regreso del populista de derecha Andrej Babis. Una caída de Francia en manos del lepenismo, sería, está de más decirlo, una gran victoria para Moscú. Una victoria no solo política; una con profundas implicaciones militares; sin duda.
La segunda condición es global. Desde el encuentro de la ODC que tuvo lugar en China (agosto-septiembre de 2025), Putin considera su guerra a Ucrania no solo como una guerra nacional, sino como parte de la defensa del Sur Global. Xi Jinping parece pensar lo mismo. De ahí que apoye a Putin con sofisticadas armas de exterminio masivo. Si Europa es parte de la guerra a Ucrania como aduce Putin, mucho más lo son China, Corea del Norte e Irán en su apoyo desembozado a la Rusia imperial. Todo eso quiere decir que, para Putin, tarde o temprano, la guerra será global y a él le corresponderá, en primera línea, la guerra en contra de Europa. En curiosa analogía con Leo Trotzky, quien sustentaba la tesis de que la revolución soviética era parte de una revolución mundial, para Putin la guerra a Ucrania es parte de una guerra permanente y mundial en contra de Occidente. Así son los dictadores rusos: piensan siempre en términos mundiales sin darse cuenta de que tienen sumido en el subdesarrollo a gran parte del país.
Rusia es un país social y culturalmente débil. Su poder siempre ha sido militar, nunca político. Con Putin mucho más. Putin ha convertido a la economía de Rusia en una economía de guerra. Toda la estructura económica gira alrededor de la producción de armas. Sin guerra, Rusia se convierte en un país dependiente de China y Europa, con guerra puede seguir posando como la vanguardia de una revolución antidemocrática mundial. La guerra es la droga de Putin. Si deja la droga, Rusia se convierte en un país muy grande y muy pobre, con una economía corrupta y con una muy baja autoestima, como sucedió en los tiempos de Yelzin.
La Rusia de Putin no quiere vivir en «la gran casa europea» que soñaba Gorbachov. Quiere ser el dueño de la casa. La utopía histórica de Rusia es dominar a Europa; lo intentaron antiguos zares, lo intentó Stalin (quien buscó asociarse con Hitler, como afirma el historiador Fernando Claudín) y ahora lo está intentado Putin. Probablemente, en ese proyecto, también Putin fracasará. Pero, como los tiranos que lo precedieron, dejará detrás de sí, ríos de sangre humana.
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Pensar lo impensable
Pero volvamos al presente. Por el momento Putin está probando con drones. La teoría de que él está haciendo un test con Europa e incluso con los EE UU no es errada. Lo que no dice esa teoría es lo que sigue después del test. Hasta el momento todo parece indicar que ese test no será demasiado agradable para los planes imperiales de Putin. En Ucrania, como ayer en Afganistán, Rusia sigue experimentando serias y numerosas bajas. Los gobiernos europeos, lejos de intimidarse con los drones rusos, han procedido a aumentar la unidad inter-europea. Hoy hablan de construir un muro anti-drones de tipo israelí, pero a escala continental. Por el momento han descartado reacciones nacionalistas, aparte de Macron quien tal vez quiere obtener bonos electorales, la mayoría tiene respuestas unánimes frente a la violación del espacio aéreo. Orban de Hungría se ha sacado la careta y todo el mundo sabe que él no es más que un lacayo de Putin. Por reglamento es un invitado, pero su opinión no cuenta. Los gobiernos nacional-populistas de Serbia, Eslovaquia vacilan de lado a lado. No son anti, pero tampoco son demasiado pro-Putin.
¿Es la guerra de Rusia a Europa inevitable? No podemos saberlo. Si Putin procede a atacar directamente a algún país europeo, sí será inevitable. La decisión está en las manos de Putin, pero también reside en el poder disuasivo que puedan ejercer las dos potencias mundiales: China y los EE UU. Cierto es que China apoya en todo a Putin, pero ¿estará de acuerdo con una guerra a un continente donde China tiene las mejores y mayores inversiones comerciales y financieras? En la política, deben saberlo los tiranos chinos y rusos, no existen las «amistades eternas» como la que se juraron Xi y Putin en los juegos Olímpicos.
China es antes que nada un emporio global y los países de Europa son sus mejores clientes. Eso quiere decir que, la a veces muy bien criticada cercanía económica de Europa a China, podría ser, paradojalmente, un escudo protector frente a Rusia. Geopolíticamente, es cierto, China se decide por Rusia. Pero económicamente debería decidirse por Europa. Sobre todo, si consideramos que China, más que un poder militar, es un gran poder económico. Seguramente la diplomacia china y europea tienen mucho que conversar en estos momentos. Recordemos que Kissinger, poco tiempo antes de morir, dijo que nunca ninguna alianza entre China y Rusia puede ser de muy larga duración.
¿Y Trump? Ese es el gran problema de nuestro tiempo. Nadie sabe lo que dirá Trump mañana. Si J.D. Vance, un anti-europeo doctrinario, fuera presidente, lo más seguro es que los EE UU ya se habrían convertido en un aliado directo de Rusia. Pero quien gobierna hoy es Trump. Un hombre que es capaz de abrazarse con Putin un día y al otro día amenazarlo con aparatos nucleares. Pero él es el presidente de los EE UU. Todavía no ha roto con la OTAN y con respecto a Ucrania y Europa mantiene una política doble. Bien aconsejados parecen estar los gobernantes europeos, sobre todo Zelenzki, cuando dejan pasar agravios en aras de la mantención de los restos que quedan de la antigua Alianza Atlántica. Algunos, como Merz, no por casualidad un millonario, parecen ya haber tomado el pulso a Trump.
Si alguien hubiera dicho semanas atrás que los cielos de Europa iban a ser muy pronto cruzados por enormes cantidades de drones rusos, nos habría parecido algo impensable. Ahora ya lo sabemos: en un mundo donde un Putin y un Trump son figuras dominantes, debemos acostumbrarnos a pensar en lo impensable.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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