La lógica de un mundo en llamas, por Fernando Mires

Ya se ha escrito en diversas publicaciones que el mundo se encuentra al borde de una tercera guerra mundial. Algunos agregan que ya estamos en el medio de ella pues, en torno a la guerra de Ucrania y del Gaza confluyen intereses de una cantidad de naciones. Otros (entre ellos el Papa León XIV) atendiendo al hecho de que estas guerras tienen lugar en territorialidades dispersas, nos hablan de «una guerra mundial fragmentada». No sé si vale la pena entrar en estos momentos en esa discusión. Lo cierto es que hay diversas guerras en el mundo y, si no estamos en medio o al borde de una guerra mundial, podríamos llegar por lo menos al acuerdo de que nos encontramos en un mundo en llamas. Habría por lo tanto que intentar averiguar si todas estas guerras siguen una misma lógica, o si cada una de ellas obedece a una lógica particular.
La lógica de la guerra
¿Puede haber una lógica en un mundo donde imperan las guerras? Para dar una respuesta a esta pregunta crucial conviene averiguar si en esas guerras se encuentran vinculadas las llamadas potencias mundiales. Una mirada a las, por el momento principales guerras, la de Ucrania y la del Gaza, nos hace ver que, efectivamente, en ellas se ven comprometidos intereses de cuatro potencias mundiales: Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea.
La cosa es así: Las cuatro potencias tienden a tomar partido definiéndose a favor de uno u otro de los contrincantes. No obstante, los intereses que llevan a las potencias a interactuar en esas guerras no son similares entre sí.
La cualidad de esos intereses depende, en primera línea, de los objetivos que cada una de esas guerras persigue en la geoestrategia mundial. Para los Estados Unidos y China esos intereses son muy claros. Los objetivos de ambos poderes mundiales son principalmente económicos.
El siglo XXI ha estado marcado, y lo seguirá estando, por una competencia sin cuartel entre los Estados Unidos y China, una cuyo objetivo es alcanzar una nueva hegemonía en el marco de una globalización que ellos mismos han contribuido a crear. ¿Quién será el amo de esa globalización? Quiere decir, ¿cuál será la nación que dictará las condiciones económicas al resto del globo? O formulado de otro modo: ¿cuál será la parte más grande y más productiva del globo donde cada una de esas potencias ejercerá la hegemonía, y así llegar a la posibilidad de una tensa coexistencia pacífica o, como algunos autores llaman, una “nueva guerra fría”?
La primacía de los dos poderes mundiales no significa, sin embargo, que potencias económicas de segundo orden, como Rusia y la Unión Europea, sean simples marionetas de las otras dos potencias. Todo lo contrario, ambas actúan de acuerdo a intereses claramente definidos. Los EE UU y China solo utilizan conflagraciones internacionales las que sin sus intervenciones se habrían producido de todos modos. Por lo mismo, la tesis que sostiene que la globalización lleva a la supresión de los intereses nacionales parece no ser correcta.
La globalización, entendida como un supuesto imperio del mercado mundial por sobre los mercados nacionales y regionales, lleva a una competencia de mayor volumen, a saber, a la lucha de los estados nacionales más poderosos en sus propósitos de ejercer mayor control sobre el proceso globalizador. La globalización, en breve, no suprime los conflictos internacionales; al contrario, los agudiza e intensifica.
La utopía negra de algunos científicos sociales, entre varios Ian Bremmer y Janos Voraufakis, supone la existencia de una élite internacional basada en la alianza entre los magnates económicos y los propietarios de las tecnologías digitales, en especial los que ejercen dominio sobre la llamada IA, élite que dicta condiciones a los intereses nacionales. Pues bien, esa tesis debe ser puesta sobre sus pies.
Sucede más bien al revés: Son los conflictos internacionales los que utilizando espacios más grandes abiertos por la globalización determinarán, si no el curso, el control de esa globalización. La globalización, en consecuencias, lejos de aminorar los conflictos internacionales, los intensifica. Lo estamos viendo de modo muy claro en la guerra en Ucrania.
La invasión de Rusia a Ucrania forma parte de un proyecto anacrónico de un imperio aún más anacrónico para extender su dominación territorial hacia naciones y nacionalidades que formaban parte del pasado histórico de Rusia. Vale decir, lo que busca Putin es recobrar las dimensiones geográficas de la Vieja Rusia. Desde ese punto de vista puede que a Trump no importe mucho si Rusia es grande «otra vez». Lo que sí le importa es que, utilizando la guerra de Ucrania, Xi convierta a Rusia en un brazo militar de China como lo hizo ya en dimensiones menores con Corea del Norte.
Rusia y Corea del Norte han pasado a ser dos tentáculos militares del pulpo chino. Xi, apoyándolos militarmente, pretende utilizar a Putin y a Kim Jong-un como abrelatas hacia el Occidente económico a fin de desgastarlo militar y económicamente y así abrir nuevos contextos regionales que pasarán después a formar parte del espacio económico de dominación china. Aplicando esa lógica, los enemigos principales de los Estados Unidos no son Rusia o Ucrania sino China. Trump lo sabía desde un comienzo y, en su perspectiva, no deja de tener cierta razón. Deteriorar las pretensiones chinas es lo que más importa al «magnatario» y no su amor por Rusia o Ucrania. De todas maneras, Trump sobrevaloró su influencia sobre Putin
Con ese criterio de comerciante al por mayor que suele aplicar a sus transacciones políticas, el objetivo de Trump parece ser el de apartar un tanto a Rusia de China haciendo desmedidas concesiones territoriales a Rusia en la cuestión ucraniana. Más tarde que temprano se daría cuenta que no era eso lo que buscaba Putin, sino la anexión de toda Ucrania y, además, sin apartarse un solo centímetro de China. Trump tuvo que admitir entonces lo que muchos ya sabíamos. China y Rusia forman por el momento un bloque histórico y no circunstancial.
La unidad chino-rusa es lo último que Trump quisiera aceptar. Así puede explicarse por qué Trump ha ablandado su recia actitud frente a Europa y, al parecer, ha encontrado en el canciller alemán –Friedrich Merz también es un hombre de negocios, aunque a diferencias de Trump entiende de política– un interlocutor que puede concordar en algunos puntos con su discurso geopolítico (o geoeconómico). Al mismo tiempo Trump ha endurecido su actitud hacia Rusia vendiendo a Europa materiales de guerra aún más sofisticados que los que enviaba Biden a Ucrania.
La lógica de Trump
Sí, aunque usted no lo crea, Trump tiene una lógica: agrandar la economía norteamericana para enfrentar a la economía china. Para conseguir ese objetivo puede hacer negocios con el diablo, si es necesario. Según esa lógica podemos también entender muchas reacciones de Trump que, a primera vista, parecen insólitas; por ejemplo, cuando aplica aranceles a diestra y siniestra. Parece serlo, pero no siempre es puro caos; los aranceles caben dentro de esa lógica que no solo es económica sino, entiéndase bien, político-económica.
Subir los aranceles a Brasil, por ejemplo, no fue tanto una medida para apoyar a Bolsonaro, como adujo Trump, sino una movida en el tablero para extender su guerra económica a China. ¿A través de Brasil? Claro está; Brasil es el principal socio económico de China en Sudamérica. Por esa misma razón, ceder a Putin en la guerra a Ucrania le pareció un buen medio para neutralizar la unidad chino-rusa. De este modo, castigar económicamente a Brasil cuyo presidente Lula es uno de los líderes de los BRICS controlados por China, era de esperar. Así como Putin está metido en una guerra militar de la que no puede ni quiere salir, Trump está metido en una guerra económica de la que tampoco saldrá hasta notar algún retroceso del imperio chino.
Sanciones como las propinadas por Trump a Brasil no significan, por tanto, como han denunciado diversos medios de opinión, poner la economía al servicio de la política. Más bien es a la inversa: Trump, y no es la primera vez que lo hace, pone la política al servicio de la economía.
Algo parecido se puede decir del apoyo de Trump a las pretensiones anexionistas de Netanyahu en Palestina. No se trata de que Netanyahu sea un representante del «mundo libre» (esas cosas ideológicas no interesan para nada a Trump) pero Israel puede cumplir un importante papel en la neutralización de sub imperios como el de Irán, clientes económicos de China y a la vez proveedores de armas a Rusia. Lo último tampoco importa demasiado a Trump, pero la inserción de Irán en la órbita económica del imperio chino, sí le importa.
Por eso mismo Netanyahu tiene carta libre para hacer lo que estime conveniente -incluso expandirse hacia Siria bajo el pretexto de defender a la minoría drusa- siempre y cuando no rompa relaciones con países islámicos que son buenos clientes de los Estados Unidos; en primera línea, Arabia Saudita.
De esta manera, y seguramente sin proponérselo, Trump asestó dos golpes estratégicos a Rusia. Por un lado, reconoció al nuevo gobierno de Siria, cerrando el paso a China y Rusia. El segundo golpe fue desactivar militarmente al mejor aliado de Rusia, Irán. Después de esas dos pérdidas era difícil que Putin siguiera pensando en que Trump podía ser un aliado suyo en la cuestión ucraniana. En gran medida fue Putin quien desahució las conversaciones hasta entonces amistosas mantenidas con Trump y no al revés, como intenta presentarlo Trump.
La guerra en Ucrania será de larga duración. ¿Hasta cuándo? «Hasta que Putin entienda que no puede ganarla» escribe Thomas Wright en The Atlantic. ¿Y qué significa ganar la guerra para Putin? Lo ha dicho el mismo: ocupar toda Ucrania y debilitar militar y políticamente a Europa. Para lo primero cuenta con uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Para lo segundo cuenta con aliados al interior de cada país europeo e incluso en los Estados Unidos. Son las llamadas ultraderechas nacionalistas, coordinadas entre sí al interior de la Unión Europea y de los propios Estados Unidos. Pocos han advertido en este último punto que J. D. Vance -a diferencias de Trump quien solo es un nacionalista económico- encabeza una fracción fundamentalista cristiana orientada a restaurar los valores sagrados de la nación americana.
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La ideología de Vance se parece mucho más a la de Putin que a la de Trump. Eso significa que entre Vance y Trump hay un conflicto latente que, en algún momento, podría superar en intensidad al que se dio entre Trump y Musk. Vance es un aliado permanente de las ultraderechas europeas, Trump es aliado de ellas solo cuando le conviene. Si vamos alguna vez a hablar de fascismo, puede ser que debamos comenzar con Vance antes que con Trump. Vance es un ideólogo, Trump no lo es.
De hecho, durante Trump, Putin ha perdido más que ganado. Gracias a Trump, Europa comienza a armarse sin esperar el visto bueno de los EE UU. Tampoco Trump ha roto con la OTAN, como se esperaba. Por de pronto, el emperador Putin ha perdido casi toda su influencia en el mundo islámico. Concentrado en la guerra de Ucrania, no está tampoco en condiciones de retener a las naciones que hoy formaron parte del imperio tradicional ruso. Azerbaiyán comienza a distanciarse económicamente y Armenia políticamente de Rusia. Cierto es que ambas naciones pueden convertirse en clientela china. Si Trump no es tan tonto como a primera vista parece, ya debería estar movilizando a su diplomacia secreta en dirección a Bakú y Ereván.
Probablemente el régimen de Erdogan intentará llenar el vacío que puede dejar Rusia. Pero Turquía no solo es autocrática, además es miembro de la OTAN. Trump y Erdogan por lo demás, ya han demostrado que pueden entenderse perfectamente entre sí. Con cierto optimismo podríamos pensar que, si Europa continúa reteniendo a Putin en Ucrania, la invasión a Ucrania podría convertirse en el comienzo del fin del imperio ruso. Este es por ahora solo un deseo. Pero este artículo no está basado en deseos.
La realidad, al fin y al cabo, cambia según los diversos puntos de vista. Para los demócratas la contradicción fundamental de nuestro tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. Para Vance y Putin, la contradicción es la que se da entre orden y caos. Para Trump es la que se da entre China y los EE UU. Para algunos historiadores es la que se da entre civilización y barbarie. Aunque el autor de estas líneas piensa en los términos de la primera contradicción, no encuentra ningún motivo para negar a las demás.
El mundo no sólo es contradictorio. Además, es multicontradictorio. Es también un mundo brutal y como tal debemos pensarlo, al menos cuando escribimos sobre ese terreno tan sucio como es el de la política internacional.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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