La lucha de intereses, por Simón García
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Toda situación política se configura como lucha de intereses, donde cada actor intenta construir una mayoría convencida de que su versión particular es la forma del interés general. Este modo de pensar la política conduce a la visión puramente pragmática de reducir la política al imperio de la fuerza. No da alternativa a que B haga lo que A fuera de la aplicación de tener más divisiones disuasivas y más fuerza disponible.
Pero la política suele resistirse a esta reducción. Lo que la gente llama política con mayúscula suma complejidad, aperturas, sutilezas, presiones, seducciones para lograr decisiones comunes que superen el razonamiento cuestionable según el cual el enemigo de mi enemigo es mi amigo. En verdad, una base afectiva de la política es la amistad, pero no una hecha de retazos precarios y coincidencias fugaces.
Esta semana se pudo constatar la formación de una voluntad plural de cambio, independientemente de las simpatías políticas o las afinidades ideológicas. En los subterráneos de la sociedad creció la aspiración a unir libertad, con justicia y prosperidad. En la superficie de las élites y entre el ejército de políticos en reserva se produjo más lentamente, la remoción de rechazos a ciega y despiadada labor de descalificación y destrucción del dirigente que no estuviera en la misma fila.
El hecho más relevante es que, entre trompadas y dentelladas, reaparecieron posiciones de centro que comenzaron a trabajar por lo imposible: unir todas esas banderías enguerrilladas en una candidatura unitaria. Nadie se apura en pedir para ellos las coletillas que se solicitan o exigen para Rosales o María Corina.
Afortunadamente la persona en la que recayó el desafío de ser el candidato unitario tiene los atributos individuales justos para personificar una política que apele a la tolerancia, a los consensos, a las negociaciones como recursos para abrirle su camino a una transición consensuada con el presidente Maduro, progresiva, reconciliadora en todo lo posible y firme en todo lo necesario para lograr un cambio de régimen. La base de esa firmeza está en los votos como expresión de soberanía democrática.
El país sintió alivio y retornó a la convicción sobre las posibilidades de ganar sin traumas graves. Es cierto que aún subsiste un tramo de riesgo suspendido en la posible activación del TSJ para eliminar la tarjeta de la MUD. Una amenaza que no debe paralizar ni las actividades para enrolar y formar a los testigos de mesa, ni la consolidación de la vía electoral como medio de lucha y acuerdo. Los desplantes extremistas sacrifican amplitud, profundidad y calidad a esas luchas.
La imposibilidad de la política extremista se demostró cuando la mayoría de la oposición abstencionista sustituyó esa estrategia por una basada en los votos. Una primera ganancia neta porque el país se bajó de esa nube y es muy cuesta arriba retroceder a esa gritería de finales instantáneos y donde el que gana arrebata. Una segunda ganancia comprobar que María Corina y Rosales pueden hacerse compatibles.
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Es hora de sopesar y superar la condena absoluta y la exclusión a priori que sufrió la oposición que decidió votar por un candidato y elegir una opción cuando la candidatura de Henry Falcón, uno de los primeros en ser empujado a la molienda de líderes.
Toca mirar hacia adelante, restablecer la confianza y la credibilidad que cimenta la acción común y la competencia solidaria entre dirigentes. Es hora de cambiar conflicto por soluciones y apego al caudillo por la valoración de un liderazgo plural junto a la conducción que se ha ganado María Corina.
Es hora de avanzar con Edmundo, que es el candidato de todo el mundo. Dejemos que la gente, la que está viendo los toros desde la barrera, participe y decida hacia donde debe ir un país que ya no aguanta más destrucción.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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