La mano que mece la cuna, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
En el Decamerón, Giovanni Boccaccio nos relata la historia de Lisetta, mujer hermosa cuya belleza era inversamente proporcional a su inteligencia. Ella se confesaba con Fray Alberto, quien no era fraile ni mucho menos sino un bandido proveniente de Ímola llamado Berto. Escapó a Venecia y aparentaba ser más bueno que el pan. Le gustaba mucho Lisetta y le dijo que el ángel Gabriel estaba locamente enamorado de ella, pero como no tenía cuerpo, no podía llevar a término aquello que estaba en su mente la mayor parte del tiempo.
Le preguntó entonces si ella tendría algún reparo en que él lo representara y ella expectante, enseguida dijo que no, o sea que sí. Se presentó él la misma noche y ella cuyo marido estaba lejos, enseguida estableció comparaciones diciendo que, seguramente por ser él un ángel, el alma del ángel metida en su cuerpo mientras su alma, a su vez, estaba en las alturas, la había hecho volar mucho más de lo que había volado nunca. Así pasaron muchas noches hasta que Lisetta empezó a hablar de tantos vuelos que había tenido con el ángel Gabriel con una comadre, que enseguida la traicionó y no podemos seguir contando este relato porque obviamente terminará mal.
A diferencia de las series americanas como NCIS y CSI que empiezan mal, por lo general con un cadáver y luego terminan bien, siempre encuentran al asesino quien además es castigado como se debe. Si no triunfa el protagonista quien a veces es el propio muerto, triunfa la justicia. De ilusiones se vive.
Con quien no se hizo justicia fue con Guaidó quitado antes de que se diera cuenta de lo que se le venía encima. Si pensamos en tantos libertadores que lograron la independencia de sus respectivos países después de luchar con tremendos enemigos, la cuenta es de años y años de lucha cruenta.
Y es que es costumbre ya en nuestro país descalificar a cualquier persona que se proponga para un cargo. A la nueva presidente interina ya se la pretende descalificar porque no está. ¿Y no se supone que ella debería encargarse de los activos en el extranjero?
Ni Mandrake el mago escaparía de estas críticas. En primer lugar dirían que es demasiado anciano porque de la mano de su creador, Lee Falk, nació en el 1934. Apenas había nacido, (era muy precoz) estaba enamoradísimo de Narda, bella princesa proveniente del país europeo de Cockaigne, también experta en artes marciales. La compañera perfecta para Mandrake si viniese aquí a postularse como presidente interino. Eso sí el mago era seguramente un señor de libido baja porque para casarse con ella esperó hasta el 1997.
Pero si la libido era baja tenía otras dotes. Era experto hipnotista, ilusionista que eso también es importante, se teletransportaba, le hacía creer a sus enemigos que en vez de un arma tenían entre sus manos a una serpiente y además su sombrero, su fino bigote y su capa negra forrada de seda roja tenían poderes especiales. En fin, el candidato perfecto para Venezuela. ¿Qué pueden las descalificaciones contra el primer superhéroe de los comics?
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A menos que lo acusen de ser pitiyanqui por preferir, para su residencia, la mansión de Xanadú, ubicada encima de una montaña en el estado de Nueva York. Si este fuera el caso, entonces, de descartar a Mandrake con todos sus superpoderes, no nos queda más que recomendar al ángel Gabriel quién está obviamente por encima de todo. Y, además, de acuerdo a Lisetta, protagonista del segundo cuento, Jornada Cuarta del Decamerón, ¡vuela como nadie!
En cuanto a las sanciones, pensamos que hay tres tipos de personas que deben ser sancionadas a la brevedad posible, las que le quitan las pasitas al panettone, las que le quitan las pasas y las aceitunas al pan de jamón y las que ante cualquier evento dicen: «Ya eso estaba requete arreglado y convenido, ¿no lo sabías?»
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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