La marcha de los santos, por Gustavo J. Villasmil Prieto
«Oh, when the saints go marching in,
Oh, when the saints go marching in,
Lord, I want to be in that number,
When the saints go marching in» «Spiritual»
afroestadounidense, c. 1896
Recuerdo mis días de estudiante en Tulane, en Nueva Orleans, hace cincuenta años. Faltaba la plata en casa para mantenerme allá, por lo que no pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que recoger y devolverme.
Con finanzas tan restringidas, la única distracción posible era la que me proporcionaba la calle: mirar el zarpe del Natchez Mississippi arriba por las tardes, degustar clandestinamente una cerveza los sábados – aun no cumplía los 18– o sentarme en alguna acera de Bourbon Street o del suburbio de Algiers – al otro lado del río, donde nació Louis Armstrong- a escuchar a bandas de músicos negros tocar el mejor jazz del mundo en fugaces presentaciones que en 1 de noviembre solían cerrar con la potentísima «Marcha de los Santos».
Aquella fue una etapa decisiva para mí, giro poderoso en el que supe que en adelante todo sería distinto. Evocando tan entrañables días es que entiendo que hay momentos en la historia tanto de los hombres como de los pueblos en los que el tiempo de pronto adquiere una densidad distinta.
Claro está que no me refiero al tiempo cronológico —el chronos de los griegos—, ese que en el calendario discurre de manera lineal, uniforme y previsible. Los antiguos áticos, sabios en como lo eran en todo, entendieron que había otro tiempo –cualitativo, oportuno– que sobrevenía cargado de un sentido distinto en el que algo decisivo irrumpe. Kairós lo llamaron.
En la tradición bíblica, el kairós es el tiempo de Dios. Tiempo que no se mide con relojes por ser un tiempo en el que se discierne desde el espíritu; tiempo en el que la gracia se nos ofrece, pero que exige de nosotros una respuesta distinta porque no es un intervalo neutro, sino una coyuntura que nos interpela, nos convoca y nos obliga a optar y a decidir.
Venezuela vive un kairós espiritual. En medio de una prolongada crisis social, política y moral de 25 años marcada por el dolor colectivo y el derrumbe de todo lo que alguna vez fuimos, emerge potente una conmovedora religiosidad popular que renueva sus fuerzas con la figura de nuestros propios santos.
La canonización de San José Gregorio Hernández y de Santa María Carmen Rendiles, a la que se unen la creciente devoción a la Madre Candelaria de San José y la reivindicación de las virtudes heroicas de Monseñor Santiago Montes de Oca, el obispo mártir de Valencia sacrificado por la barbarie nazi, han dado cauce a una efervescencia espiritual que va más allá de lo estrictamente litúrgico y que se expresa lo mismo en peregrinaciones como en la confección de altares domésticos y en la profusión de estampitas piadosas que pasan de mano en mano junto a la oración compartida de la grey cristiana. En las calles, en las redes sociales, en los gestos cotidianos de fe, se percibe una búsqueda intensa de consuelo, de sentido de las cosas y de mediación divina en estos tiempos sin luz.
¿Qué significa tal efervescencia? ¿Acaso es un signo de esperanza o una mera forma de evasión? ¿Estamos ante una moda religiosa o, mucho más que eso, ante una manifestación de ese kairós que nos llama a la conversión? Lo ha dicho el cardenal Baltazar Porras: «Los santos son para imitarlos, no para exhibirlos».
En su memorable homilía de 20 de octubre, el cardenal Pietro Parolin, conocedor a fondo de nuestro drama, nos exhortó a una transformación tanto personal como colectiva: «Este es un kairós para Venezuela: un tiempo propicio para pasar de la muerte a la vida, para abrir las prisiones injustas y liberar a los oprimidos».
Los santos no deben ser tenidos como ornamentos del pasado ni mucho menos como como «ídolos» contemporáneos, sino como testigos vivos que emplazan a todo cristiano católico. Sus memorias, por tanto, no puede limitarse solo a expresiones y actos devocionales: exigen imitación, discernimiento y decisión. ¿Están de moda los santos venezolanos? Toda moda, por definición, es efímera y se alimenta de la repetición, del consumo simbólico y de la necesidad de pertenencia. Sin embargo, sería injusto reducir el fenómeno a ello.
La persistencia e intensidad del fervor popular por estos días indican que hay algo más. En tiempos de desesperanza, los santos nos ofrecen una forma de consuelo, una presencia cercana, una mediación eficaz entre el dolor humano y la promesa divina. Pero la fe no puede reducirse a una fuente de alivio emocional, pues sin consecuencias éticas y sociales pronto se vacía de su potencia transformadora. El catolicismo no es una terapia espiritual para tiempos difíciles; es llamado permanente a la conversión y al compromiso de cada uno con su propia cruz.
Imitar a los santos no significa tanto copiar sus gestos como asumir sus lógicas. Los santos venezolanos nos consuelan, pero también nos obligan. Sus memorias no solo son bálsamo sino también aguijón, recordándonos que la santidad no es evasión sino encarnación, como tampoco privilegio reservado a unos pocos sino vocación universal a la que todos estamos llamados. Vaticano II lo expresó con claridad: «Todos los fieles, cualquiera que sea su estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Lumen Gentium, cap. V). Los santos no son excepciones, sino anticipaciones de ello.
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El kairós que transitamos– tiempo propicio para la salvación– ha de vivirse bajo el signo de una conversión –metanoia (metanoeîte)- profunda, de una transformación existencial que traiga aparejada una visión nueva de las cosas. El cambio que anhela Venezuela no puede ser la vuelta al pasado que nos trajo hasta aquí. Equivocan el rumbo los muchos que todavía se abrazan a esa «nostalgia restauradora» – como dice Anne Appelbaum– por lo que una vez fuimos, a ese manido «éramos felices y no lo sabíamos», incapaces de reconocer autocríticamente las no pocas irresponsabilidades en las que como sociedad incurrimos y que terminaron saldándose con el dolor y la tragedia que hoy ahoga a toda una generación. Vivimos tiempos propicios para la conversión. «El tiempo (kairós) se ha cumplido», dice la Escritura, «el Reino de Dios está cerca: conviértanse (metanoeîte) y crean en el Evangelio» (Marcos 1:15).
Celebramos hoy la festividad de Todos los Santos. A Venezuela ha llegado el tiempo para un genuino cambio. Los dos nuestros– San José Gregorio Hernández y Santa María Carmen Rendiles- vienen marchando a decírnoslo.
Gustavo Villasmil-Prieto es médico, politólogo y profesor universitario.
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