La matraca en la historia, por Tulio Ramírez
Desde que tengo uso de razón, el tema de la matraca para evitar multas de tránsito siempre ha estado sobre la mesa. En nuestro país esa práctica es más vieja que la jalea de mango o el sancocho de pata hecho a la orilla del río con latas de aceite. La matraca, a pesar de ser una práctica ilegal y antiética, sigue siendo una realidad en nuestra sociedad
Recuerdo un episodio con mi padre. Se comía una luz en la avenida Sucre de Catia, cuando fue parado por un Fiscal de Tránsito, de esos que vestían el uniforme marrón y caqui de la época. El Vigilante de Tránsito (así se le decía) solo dijo “ciudadano sabe que cometió una infracción”, “disculpe agente, ¿cómo podríamos arreglar esto?, debo llevar a mi hijo a la escuela”, fue la respuesta de mi padre.
El funcionario extendió hacia la ventana una vieja agenda del mismo color de su raído pantalón. Estaba abierta por la mitad y se veía un billetico de 10 bolívares. Mi padre comprendió el mensaje y colocó un “marrón” (billete de cien bolívares). “Dale”, fue lo último que escuche, antes de que el carro arrancara a toda velocidad.
Situaciones como esta no son exclusivas de la modernidad. Algunas investigaciones arqueológicas nos informan que en la Antigua Roma, la matraca para evitar infracciones de tránsito, formaba parte de la cotidianidad. Se dice que los Vigiles, fuerza policial que se encargaban de la regulación del tránsito de personas y carretas, creada por el Emperador Augusto en el año 6 A.C. en la Antigua Roma, fueron los primeros matraqueros.
Los Vigiles ganaban una miseria por su trabajo. Aunque los estudiosos sugieren cifras diferentes, se piensa que en promedio percibían entre unos 150 a 300 denarios al año (unos 5 dólares según Dólar Today), lo que comparado con lo que ganaba un soldado raso (600 a 900 denarios al año), los ubicaba en la escala de salarios más bajo de la administración pública. Cómo se verá, las cosas no han cambiado mucho.
Durante una excavación en Pompeya, unos arqueólogos consiguieron restos petrificados que datan del año 79 D.C., año de la erupción del Vesubio. La escena encontrada era reveladora. Había una Rueda o carro para transporte tirado por caballos, también había cuerpos petrificados y, entre ellos, el de un Vigile con más de 30 denares regados a su alrededor. La hipótesis más plausible es que se encontraba matraqueando y los sorprendió la intempestiva erupción del volcán.
Si bien es cierto que la matraca para evitar multas por infracción de tránsito es de vieja data, la tradición sigue en la actualidad pero con visos modernos. Por ejemplo, es común ver en la autopista Francisco Fajardo a parejas de policías transitando en sus motos a la caza de desprevenidos conductores que hablan por el celular mientras conducen.
Mientras uno conduce la moto, el otro gira la cabeza dibujando un semicírculo de 180 grados cual ventilador, volteando de lado a lado sin parar. Estirando el pescuezo, husmea al interior de los automóviles para capturar al conductor que este manipulando el celular. Al detectar algún movimiento raro, ordena al conductor pararse a la derecha.
“Buenas tardes, ciudadano” (frase de apertura obligada que solo varía si es de mañana o de noche), “sabe que está cometiendo una falta grave, deme sus papeles”. Responde el conductor “no estaba hablando señor oficial, lo agarre para trancar la llamada que estaba recibiendo. Nunca contesto si estoy manejando, precisamente para evitar accidentes”.
“Igual lo está manipulando. Usted debe acompañarme al comando y recibirá durante 30 días una charla de 3 horas, además de pagar una multa por la infracción, todo de conformidad a los artículos guachu (ininteligible), de la Ley de Tránsito Terrestre”. El conductor insiste, “no estaba hablando, y no tengo tiempo para estar durante 30 días escuchando una charla por una falta que no cometí. Si quiere póngame la multa”.
“Mire ciudadano, usted está irrespetando a la autoridad, pero como soy bueno, lo exoneraré de la charla y de la multa. Pero una mano lava la otra, hoy por ti, mañana por mí. Usted sabe cómo está la situación bla, bla, bla, fíjese que a esta hora ni siquiera hemos almorzado (esto último varía dependiendo de la hora de la detención)”. No es necesario continuar, es posible que usted sepa cómo termina esta historia, porque quizás la ha vivido.
Quién sabe si dentro de mil años, los futuros arqueólogos encontraran en sus excavaciones algún celular donde se haya grabado una conversación como esta. Seguramente alguien escribirá una crónica similar
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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