La mentira mórbida como verdad, Luis Francisco Cabezas G.
Twitter: @luisfcocabezas
“Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política
nunca se llevaron demasiado
bien, y nadie, por lo que yo sé,
puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas.”
Hanna Arendt
La mentira existe desde que el mundo es mundo. Hemos sido parte y víctimas de ella en el ámbito personal, profesional y como sociedad. La mentira ha estado con nosotros desde nuestra génesis.
Algunas mentiras han llegado a ser consideradas verdades de tanto repetirlas. ¿Cuántos aún creen que el cuerpo de Walt Disney se conserva en una cámara criogénica a la espera de una cura para el cáncer que permita devolver a la vida al genio cinematográfico? ¿Cuántos creen fervientemente que Vincent Van Gogh se arrancó una oreja en un momento de ira?
La industria cinematográfica ha popularizado muchas mentiras, apoyada en su capacidad de posicionar en masa ciertas versiones de hechos, acontecimientos y de la historia misma; eso, y el hecho de que pocas veces se ofrecen todas las versiones de los hechos y de que “la historia la escriben los vencedores”.
Ahora bien, llevemos la mentira a otra esfera: a la del mundo político. Para muchos, mentira y política son sinónimos, y ello sucede en medio de una realidad que lleva siempre a mirar con desconfianza a la política y a quienes la ejercen, y en una sociedad que cuestiona cada vez más las supuestas verdades políticas.
Pero no puede establecerse una relación axiomática entre mentira y política. Que hoy se tenga una valoración negativa del ejercicio de la política no quiere decir que siempre haya sido así. Sin embargo, la mentira ha hecho que la política y quienes la ejercen sean, en la actualidad, los sospechosos de siempre.
En una publicación de Lucas Martín titulada “El concepto de mentira política organizada en Hanna Arendt”, se lee “Si la falsía, como la verdad, no tuviera más que una cara, sabríamos mucho mejor dónde estamos, porque podríamos dar por cierto lo opuesto de lo que el embustero nos dice. Pero el reverso de la verdad tiene mil formas y un campo ilimitado”, cita recuperada por Hanna Arendt del filósofo francés Michel de Montaigne (1533-1592). Además, “La mentira es invención, y aunque la mayor parte de las veces supone la negación de la verdad, ni siquiera se restringe a ella, pues es posible imaginar que se puede mentir (se puede engañar) diciendo la verdad”.
Se desprende de lo citado que la mentira es pródiga no solo en capacidades para falsear la verdad, sino también en formas de mostrarse. La mentira es un ejercicio imaginativo y deliberado que incluso, en ocasiones, denota gran inteligencia. Mentir en el ejercicio de la política resulta sumamente fácil y atractivo, y es un arma potente que blanden aquellos que desean ganarse la simpatía de los votantes, particularmente de los escépticos o de los indecisos, quienes, a la larga, pueden cambiar tendencias.
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En Venezuela nos encontramos en plena campaña electoral. Es precisamente en períodos de elecciones cuando más se exacerba el uso de la mentira como arma. A tan solo unos días del inicio formal de la campaña, es posible contabilizar mentiras de calibre y talante variados de boca de los candidatos. Están los que dicen que van a resolver problemas que ni siquiera están en el ámbito de sus competencias; están los que van a reelección prometiendo todo aquello que deberían haber resuelto en sus últimos cuatro años de gestión; y están los más osados que, en su ejercicio imaginativo de la mentira, hasta ofrecen pagar remuneraciones en moneda extranjera.
No hay mentira que valga. Lo que hay es una verdad: la dura realidad a la que día a día se enfrentan millones de venezolanos que hoy no creen en ninguna opción política, que viven un día a la vez, sin imaginario de país, a pulmón propio, contando solo con ellos mismos.
Es una verdad con la que nadie conecta. Es una verdad que se ve diluida en la mentira de promesas que no podrás cumplir. Y esa mentira revela en quienes la emplean la búsqueda del poder como fin y no como medio para revertir la dura realidad del venezolano. La honestidad en la palabra anda en fuga. Recomponer un país desde sus cimientos no será una tarea fácil. Exigirá enormes sacrificios sin garantía de éxito, más aun tomando en cuenta que la centralización del ejercicio del poder ha minado capacidades y competencias a gobiernos regionales y locales. De allí la necesidad de hablar con la verdad.
A este país le hace falta mucha verdad. Algunos se han sostenido en la mentira, pero quienes dicen representar una opción distinta parecieran querer copiar el método efectivo de vender espejismos, elaboraciones que solo existen en la narrativa de quienes persiguen mantenerse en el poder y que no toman en consideración las necesidades de un país que espera más verdad y menos mentiras de quienes detentan y aspiran al poder.
Luis Francisco Cabezas G. es Politólogo. Máster en Acción Política, especialista en Programas Sociales. Director general y miembro fundador de Convite A.C
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