La miopía política del gobierno de Bolsonaro en Sudamérica, por Paulo Afonso Velasco J.
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Hasta principios de la última década, Brasil se consolidó como el gran catalizador de los mecanismos de consenso político y cooperación multisectorial en Sudamérica, actuando también como articulador de consensos y mediador de tensiones e inestabilidades entre sus vecinos. Sin embargo, en los últimos años, el país parece carecer de una estrategia clara para la región, con desacuerdos ideológicos con socios clave y la adopción de posiciones precipitadas y voluntaristas que van en contra de décadas de pragmatismo y prudencia en el trato con sus vecinos.
Fin del pragmatismo en la política exterior
En el caso de Venezuela, el apresurado reconocimiento de Juan Guaidó como presidente del país y el intento de enviar por la fuerza una supuesta ayuda humanitaria minaron cualquier posibilidad de contribuir realmente a la superación de la crisis en un país vecino muy importante. El mero apoyo a las sanciones contra el gobierno de Maduro en foros como el Mercosur, la OEA o el Grupo de Lima es muy poco para un país acostumbrado a actuar con asertividad en favor de la estabilidad subregional. Quemar puentes de diálogo con el mundo se ha convertido en una práctica recurrente de la diplomacia de Bolsonaro.
La actual política exterior está perdida y permeada por posiciones erráticas e incongruentes, no sólo en las grandes cuestiones de política internacional, sino también en el propio entorno regional de Brasil. La búsqueda del liderazgo regional que caracterizó al país en la década de 2000 ha dado paso a un papel de apoyo incompatible con el peso y la representatividad de Brasil en la región.
El país se ha limitado a confiar en las iniciativas lanzadas e idealizadas por sus vecinos que, aprovechando el vacío dejado por Brasilia, acaban ganando centralidad y proyección. El Prosur (Foro para el Progreso de América del Sur), por ejemplo, fue concebido y formado lejos de las oficinas de la presidencia y del Ministerio de Asuntos Exteriores.
La presencia de Bolsonaro en la toma de posesión de Guillermo Lasso hace unas semanas solo sirvió para reforzar su limitada y maniquea percepción del futuro de Sudamérica.
Su defensa de «unir la región por la libertad» parece reflejar un antagonismo irreconciliable hacia los gobiernos de centro-izquierda o de izquierda, como en los momentos más críticos de una Guerra Fría que terminó hace más de 30 años.
En un pasado no muy lejano, Brasil fue capaz de entablar un diálogo fructífero con gobiernos de distinto signo político, como la Colombia de Álvaro Uribe y la Venezuela de Hugo Chávez. Esto llevó a la creación del Consejo de Defensa Sudamericano en el seno de la Unasur.
Crisis en las relaciones bilaterales con Argentina
La injerencia sin precedentes en las elecciones argentinas de 2019, con un apoyo explícito a la reelección de Mauricio Macri, no solo rompió con las prácticas consolidadas a lo largo de la historia de la política exterior del país, sino que provocó una estrecha incompatibilidad ideológica con el presidente Alberto Fernández.
Lo que llama la atención es la absoluta falta de voluntad para superar las diferencias, a pesar de una reunión virtual sin resultados prácticos en diciembre de 2020. Dejarse llevar por pasiones partidistas exclusivas es una actitud incompatible con la del presidente de un país cuyas reconocidas tradiciones diplomáticas se basan en el universalismo y la diversificación de las asociaciones.
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En un momento tan delicado para toda la región por la grave crisis sanitaria y sus devastadoras consecuencias económicas, el Planalto debería promover urgentemente el entendimiento con la Casa Rosada.
El declive comercial de los últimos años y la pérdida de espacio para las exportaciones brasileñas en el mercado vecino, por ejemplo, exigen del país actitudes pragmáticas y conciliadoras. El flujo comercial bilateral en 2020 fue de poco más de 16.000 millones de dólares, habiendo caído por debajo de la mitad de los 39.000 millones de dólares de 2011.
En términos relativos, Brasil ha ido perdiendo terreno en el mercado argentino frente a las exportaciones chinas, y el gigante asiático se situó durante algunos momentos del 2020 por delante de Brasil como mayor socio comercial de Argentina. Teniendo en cuenta la importancia de este mercado para las ventas de productos manufacturados brasileños con mayor valor añadido, se puede ver que la agenda bilateral está llena de temas urgentes que deberían tener prioridad sobre las rencillas personales.
Reconstruir la política exterior
El delicado momento de la relación con Argentina ensombreció la celebración del 30º aniversario del Mercosur. Hay que tomar decisiones importantes sobre el arancel exterior común y el modelo de negociación exterior, pero la distancia entre los dos principales socios es un obstáculo adicional. El futuro del bloque pasa necesariamente por una mejor coordinación entre sus miembros; y es inaceptable cualquier intento de aislar ideológicamente a un miembro por las diferencias momentáneas de los gobiernos de turno.
Sería bueno que el gobierno brasileño conociera y respetara mejor la historia de sus vecinos, especialmente en lo que respecta a las dictaduras militares, cuyo recuerdo está muy vivo y presente en los países del Cono Sur.
Elogiar a los dictadores o minimizar los abusos practicados en un periodo tan traumático para la región ya ha provocado confusión y desconcierto, incluso con gobiernos con los que supuestamente hay mayor afinidad ideológica, como el del chileno Sebastián Piñera.
Después de tantos abusos en la conducción de la política exterior del país, es urgente no solo rescatar la imagen de Brasil en el mundo sino también recuperar una posición más sensata, plural y pragmática en la región. El diálogo, la tolerancia y la prudencia son los mejores inmunizadores contra el virus de la miopía política que ha caracterizado la relación del gobierno brasileño con sus vecinos.
Coordinador del Programa de Postgrado en Relaciones Internacionales de la UERJ (PPGRI-UERJ). Investigador del Laboratorio de Estudios sobre Regionalismo y Política Exterior de la UERJ (LeRPE). Es doctor en Ciencias Políticas por el IESP-UERJ.
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