La muerte y la niña, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
(Alrededor de los libros)
Cuando me enteré del argumento imaginé que al comenzar a leer Limpia, el último libro de Alia Trabucco Zerán, estaba a punto de introducirme en una novela social, de esas que a menudo se escriben en Chile, un país impregnado en todos sus poros por el tema de «lo social», en donde tú no puedes conversar con alguien más o menos «progre» sin escuchar por lo menos un millón de veces la palabra «neoliberal». Nada en contra de «lo social», por supuesto. Tampoco nada en contra de las novelas sociales pues todas las novelas, desde el momento en que describen un medio o un espacio, son sociales.
Más todavía una cuyo personaje central es una asesora del hogar, una criada dicen los antiguos, una «nana» para los niños, una sirvienta como las llaman los momios, una «perla» como les decían antes los alemanes y sabe Dios cuantos nombres más. Digamos, para abreviar, una empleada. Una empleada de casa, para todo servicio. Una empleada llegada del sur chilote a buscar trabajo a Santiago: «Se busca empleada con buena presencia, tiempo completo» ( «puertas adentro», dicen en algunos países), leyó Estela en el diario. Y ahí comienza la historia.
Bien, como les cuento, me disponía a leer una novela social y en las primeras páginas me cayó la chaucha. Estaba leyendo no una narración más, sino la novela de una escritora muy sensible como hace años no ha aparecido una en Chile –creo que desde los tiempos de María Luisa Bombal–. No a una novela-denuncia, sino otra que, partiendo de la realidad cotidiana (digamos para redundar, de la realidad social), eleva sus palabras hasta hacernos ver la realidad de la existencia humana con una profundidad que bordea a la filosofía, pero expresada con palabras simples y a la vez poéticas. Quiero decir, me di cuenta de que a través de la novela Limpia estaba leyendo a un prodigio de esos que aparecen solo de vez en cuando.
*Lea también: Jesús Soto, 100 años del artista de la vibración
No es ni con mucho la primera vez que alguien escribe sobre el oficio de la empleada del hogar. Sin necesidad de «googlear» me vienen a la mente El cuento de la criada de Margaret Atwood, Criadas y Señoras, de Kathryn Stockett, Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Todas muy diferentes entre sí, como muy diferente lo es también Limpia. La singularidad de Alia Trabucco, sin embargo, no reside en la descripción del oficio de la empleada, sino en los ojos de Estela. Sí, en los ojos. Quiero decir, en todo lo que ella ve y piensa en la casa donde ha sido empleada: un hogar de clase media profesional en Chile como hay muchos en Chile y en el resto del mundo.
Alia Trabucco sitúa a Estela en un lugar privilegiado, tal vez el único privilegio al que puede aspirar una empleada: enterarse de la vida de los habitantes de la casa hasta en sus últimos detalles, ser poseedora de secretos que los matrimonios no se cuentan entre sí, ser una observadora pública de las más ocultas intimidades. Nada extraordinario en la muy acomodada casa del médico don Juan Cristóbal Jensen y de su distinguida esposa, directora de proyectos urbanísticos (o algo así), doña Mara López, a la que Estela ha visto, para decirlo en chileno, como su marido se la «culiaba» sobre la mesa. A la atildada señora la conoce sin afeites, fea y desgreñada.
Al marido, derrumbado sobre sí mismo, medio borracho, sin compostura, desencantado de la vida y de su propio trabajo. Y a la niña Julia, de la que ella es su «nana», la ha criado con vocación de criada e inevitablemente, pese a los consejos de la madre de Estela, ha llegado a querer con amor materno (la primera palabra que pronunció la niña fue «nana»y no “mamá”) Sobre los tres, Estela sabe más de ellos que ellos, y parte de su trabajo es ocultar lo que sabe.
De este modo, Estela es poseedora de la intimidad de un hogar que no es el suyo y eso le da un poder que no sabe ni puede utilizar, pero al fin es su poder, su único poder. El poder de la observación, que es también el poder de Alia Trabucco Zerán.
Sin embargo, a diferencias de Estela, Alia utiliza su poder para entregarnos una narración que a la vez tiene un poder que pocas narraciones tienen: no decae nunca. Realmente asombroso, porque a la novelística – aún entre los más connotados escritores – pertenece ciertos ocasionales decaimientos, pero a la novela Limpia, no. La intensidad es mantenida por la autora de cabo a rabo, incluso en las reflexiones existenciales que se hace la empleada frente a los acontecimientos de la aparentemente monótona vida hogareña. Pues, aunque parezca a primera vista cursi, lo voy a decir: Limpia es una novela existencial.
Limpia es existencial, no solo porque narra la existencia de tres seres en el marco de un hogar «moderno», sino porque la existencia de Estela se encuentra, a lo largo de toda la historia, cruzada, interferida de modo omnipresente, o en términos filosóficos, sobredeterminada, no por la idea de la muerte, sino por la misma muerte. La muerte de la niña que llevará a la destrucción del hogar, precedida por la muerte de la madre de Estela, por la muerte de una perra amada y por la muerte de un capítulo de la vida de Estela (cuando es despedida).
Esa presencia de la muerte que no deja nunca de irrumpir en la narración de la historia que cuenta Estela a la policía. Esa muerte que anda rondando en cada uno de nosotros por la simple razón de estar vivos y que justamente por ser muerte, da razón a la vida. O al amor.
Siempre que he querido a alguien, imagino su muerte, confiesa Estela, como si nada.
Estela ama a la vida porque presiente y luego conoce a la muerte. La ama recordando a su bello extremo sur, por allá en el concho del mundo, en Chiloé y sus lluvias eternas. A su sacrificada madre, a quien alguna vez, gracias a la platita del sueldo, podrá repararle el techo de zinc. Y en el lujoso barrio de Santiago donde labora, ama a sus recuerdos y no puede jamás olvidar los árboles de su infancia: el arce, el raulí, el pehuen, el arrayán, el olmo. Y en medio de todos esos recuerdos, Estela se las arregla para amar a una pobre perra vaga. Pero sobre todo, a la muy difícil niña Julia. Y todo eso, morirá.
Pero la muerte tampoco es tan simple – Escribe Alia Trabucco – en eso sí estamos de acuerdo. Sucede con ella algo similar a lo que ocurre en el largo y ancho de la sombra. Cambia de persona en persona, de animal, de árbol en árbol. No hay dos sombras idénticas sobre la superficie de la tierra y tampoco dos muertes iguales. Cada cordero, cada araña, cada chincol, muere a su manera.
La muerte es singular y universal, diría un filósofo, si se le pidiera un corolario.
Despojada de los que más amaba, la madre, la perra y la niña, Estela será libre y se confundirá con la masa del estallido social chileno donde, media ahogada, llena de humo y agua, lanza una piedra sin saber a quién, por qué y en contra de qué, y de ahí será llevada al cuartel de policía donde comenzará y terminará su narración. En fin, una novela redonda.
Alia Trabuco Zerán: Estoy seguro que volveré muy pronto a escribir sobre ella. Estoy seguro también que vendrán nuevas novelas y serán muy bellas. Esta escritora lo tiene todo.
Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983). En 2015 publicó La resta, finalista del Man Booker International
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo